Vergelt's Gott - Alfa y Omega

Vergelt's Gott

Veinte años en Madrid han dejado una honda impronta en muchos fieles laicos de la diócesis. Vergelt’s Gott -Que Dios se lo pague-: así se despide del cardenal la profesora Irene Szumlakowski, militante de la Acción Católica General de Madrid y miembro del Consejo Diocesano de Pastoral

Colaborador
El cardenal Antonio María Rouco en un encuentro de pastoral universitaria

Mi primer recuerdo del cardenal Rouco se remonta a octubre de 1994, cuando los entonces jóvenes de la Acción Católica de Madrid preparábamos con alegría su llegada a la diócesis, un ejemplo de ese «vivo y operante sentido de Iglesia» que he aprendido en la Acción Católica. Y el segundo es la emoción de la Eucaristía de su toma de posesión y el aguacero con que fue recibido en la diócesis, augurio de abundantes frutos.

Un primer ámbito de mi relación con don Antonio ha sido la Acción Católica de Madrid. Pronto visitó la sede diocesana y muchos recordamos cómo nos exhortó a mantener lo esencial y renovar lo exterior (incluyendo la escalera del edificio). Nos dijo que la «Acción Católica es eso, acción, no aburrimiento católico ni inercia católica, sino acción».

Más adelante, en mis años como Presidenta diocesana, entre 2000 y 2006, tuve muchas ocasiones de experimentar el cariño y el apoyo que siempre nos ha mostrado, manifestado en su participación en todos los actos a los que le invitábamos. De forma especial, el Día del Militante (él mismo sugirió que debíamos incluir una comida fraterna, en la que participaba y disfrutaba charlando con los militantes de todas las edades), y el Paso a la Militancia (para el que sugirió algunas modificaciones). En estos actos, se encontraba a gusto, bromista, cercano con los niños, las familias, las personas mayores. Su aprecio se ha demostrado también en el nombramiento de valiosísimos sacerdotes para ser consiliarios y viceconsiliarios diocesanos.

El cardenal con la autora del artículo

Amor por la lengua alemana

Un segundo ámbito, más personal, es el amor por la lengua alemana. En mi condición de profesora de alemán, don Antonio me puso al principio a prueba, a ver si se me daba bien. Conforme con mi nivel, tuve luego ocasión de traducir su tesis doctoral y algunos de sus discursos del alemán o al alemán. En ocasiones, me recomendó como traductora a varias editoriales. Este amor compartido por lo alemán ha sido fuente de complicidades en esa lengua, como cuando tuve ocasión de saludar al Papa Benedicto en el acto de la JMJ dedicado a la universidad, en El Escorial; el cardenal le susurró al Papa que conmigo podía hablar en alemán, oportunidad que el Papa no desaprovechó.

La universidad ha sido otro ámbito común, pues don Antonio no sólo recuerda con cariño y cierta añoranza sus años de profesor universitario en Múnich y en Salamanca, sino que aprecia mucho este mundo, sabiendo que es difícil para la evangelización. Además de su reconocida tarea en el desarrollo e implantación de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, ha estado cercano también a las demás universidades madrileñas. Se ha hecho presente en ellas muchas veces, con motivo de la Misión Universitaria, en actos de la Misión Madrid en la universidad, logrando que se celebrara el acto ya mencionado de El Escorial, y en, al menos, un encuentro anual con universitarios. A iniciativa de un grupo de profesores, se organizó una cena con el cardenal al final de curso, precedida de la Eucaristía, que se ha convertido ya en un clásico. Siempre se ha mostrado alegre y animoso, aunque tuviera muchas limitaciones para visitarnos en las universidades públicas, y nos ha alentado en nuestra labor de profesores universitarios, compartiendo su amor por el saber, que incluye también el teológico.

No puedo terminar sin mencionar el amor a la Iglesia diocesana, que he podido aprender y admirar en don Antonio, especialmente desde 2007, como miembro del Consejo Diocesano de Pastoral. Las reuniones de estos años han sido ocasiones privilegiadas para vivir de cerca las preocupaciones del obispo diocesano, que nos exponía sus planes para escuchar con atención las opiniones de los que había nombrado sus consejeros. Siempre ha mostrado interés y aprecio por lo que opinaba cada uno. Haciendo honor a su lema episcopal, nos ha enseñado a vivir en la comunión de la Iglesia, valorando los diferentes carismas y esforzándonos por superar las diferencias.

Por todo ello, no puedo menos que decirle: Vergelt’s Gott (Que Dios se lo pague) y cuente siempre con mi oración, don Antonio.

Irene Szumlakowski