Una parábola de la vida - Alfa y Omega

Una parábola de la vida

Son la guinda del Camino, ese bocado especial que queda para el final, en Santiago; el peregrino no sabe que ellos están ahí, a la espera, con los brazos y el corazón abiertos. Dispuestos a escuchar y a acompañar a todo aquel que les necesite

Amparo Latre
Religiosas guanelianas, en una etapa del Camino

Los Religiosos Guanelianos (Siervos de la Caridad) llevan dos años en la última etapa del Camino Francés. Atienden tres parroquias de la archidiócesis de Santiago de Compostela, aunque tienen su residencia en el municipio de Arca, entre prados salpicados de pequeñas arboledas, en el que los peregrinos hacen noche, un día antes de llegar a su destino.

En el Año Santo 2010, la Congregación buscaba formas nuevas de acercarse a los jóvenes, un reto que va dando sus frutos, consecuencia del acompañamiento espiritual que ofrecen los miembros -tanto de la rama masculina, como de la femenina (Hijas de Santa María de la Providencia)- de esta gran familia fundada por san Luis Guanella, un campeón de la caridad, como le llaman quienes conocen su obra.

El padre Fabio Pallota llegó a Galicia hace dos años, y vive en una pequeña comunidad de tres religiosos. Además de la labor en las parroquias encomendadas por el arzobispo, y de la atención espiritual a los peregrinos, ofrecen el sacramento del Perdón, en italiano, en la catedral.

Al preguntarle por lo más gratificante y más complicado de su labor, se detiene en explicar que, en ocasiones, los momentos más gratificantes no son cruciales para la vida de nadie, y que son las situaciones más difíciles las que encierran un fruto en principio inesperado. Es el misterio del corazón del hombre.

A este religioso guaneliano le sorprende la ignorancia de los peregrinos modernos, que en un porcentaje altísimo no saben a dónde van; y le llama la atención la inmensa fila de personas que esperan para abrazar al Apóstol en la catedral de Santiago…, mientras que apenas hay gente para rezar ante la tumba del santo.

Atender, escuchar, iluminar…

Lo más duro para él es la brevedad de las relaciones con los peregrinos. «Todo se vive y se realiza en unos minutos, sin poder ver el resultado de tu misión -explica-. Confesamos a personas que llevan veinte, veinticinco o treinta años sin recibir el sacramento del Perdón. Sin embargo, es un sacramento que no es puntual; se trata de una puerta que queda abierta para toda la vida».

Sor Luisa María López, Hija de Santa María de la Providencia, durante el curso vive en la Casa de Santa Teresa, en Madrid, con personas con discapacidad intelectual. El mes de julio lo pasa en el Camino de Santiago, enviada por su comunidad, y ese tiempo es para ella como unos Ejercicios espirituales intensivos: «Es otra manera de vivir nuestro carisma; un modo muy rico y muy bonito de sentirnos en medio de la nueva evangelización», explica.

Esta apuesta por el Camino quiere ser para ellas una e xperiencia pastoral, un esfuerzo de siembra, un espacio para hacer visible a esta gran familia, y una oportunidad para la pastoral juvenil vocacional.

Sor Luisa María forma parte de un grupo de religiosas guanelianas que siente pasión por anunciar el Evangelio, mostrando a todo el mundo el rostro misericordioso de Dios: «Escuchar, rezar, orientar, compartir, fortalecer, dejar que Dios sea Dios y abrir el camino para que Él pueda sembrar: ésa es nuestra tarea».

La promoción de los pobres es uno de los mandatos a los que se sienten llamados los seguidores de Don Guanella y, en este sentido, sor Luisa María explica que el peregrino también es pobre, porque tiene dolores, porque no sabe dónde va a dormir, porque vive de lo esencial y, en ocasiones, también carece de un sentido en la vida. «Los jóvenes con los que me encuentro -cuenta- buscan a Dios, muchas veces sin saberlo; tienen ansias de infinito, de eternidad, de buenas noticias que no sean efímeras y, sobre todo, tienen mucha sed de escucha y de abrazo».

Al final del Camino de Santiago, como si de una parábola de la vida se tratara, las guanelianas y guanelianos perciben que la presencia de Dios está en todas esas personas a las que conocen cada día; en sus sentimientos encontrados, en su entusiasmo y también en sus lágrimas.

El día de estas religiosas y religiosos comienza con la Oración de la mañana, en la que pueden participar los peregrinos que lo deseen. Hasta el mediodía, están en la misión, donde cruzan miradas, escuchan y, ante todo, intentan alentar e iluminar. Por la tarde, tienen un momento de adoración al Santísimo, y participan de la Eucaristía, en italiano y en español. Terminan el día dando gracias «por el poco bien que hayamos podido hacer; pero el bien, bien hecho, como decía Don Guanella», explican.