Trump, el nacionalista - Alfa y Omega

Trump, el nacionalista

El populismo de Donald Trump se alimenta de los excesos del modelo neoliberal en las últimas décadas

Alfa y Omega
Foto: CNS

Mañana en Estados Unidos no va a producirse un relevo más en la presidencia. Donald Trump representa el comienzo de un nuevo tiempo político de signo nacionalista que hace del mundo un lugar más impredecible y peligroso. Pero la decisión del electorado norteamericano se explica también como reacción frente a los excesos del modelo neoliberal en las últimas décadas. Está por ver qué hace el nuevo presidente. Lo que es seguro es que sus electores le han dado el mandato de poner freno a la globalización y recuperar el control de la economía. En ese sentido es claro el parentesco de Trump con la victoria del Brexit o el ascenso de partidos como el Frente Nacional francés, Alternativa por Alemania o el Fidesz de Hungría, formaciones que han sabido canalizar los miedos y frustraciones de importantes sectores de las clases medias, encontrando su chivo expiatorio en la inmigración.

Es cierto que algunos católicos votaron a Trump como mal menor frente a una Hillary Clinton con un inquietante historial proabortista y que personificaba al político profesional cínico y cómplice de Wall Street. Aunque tampoco el republicano hizo bandera de los valores conservadores, más allá de un par de guiños interesados. Su gran baza fue movilizar al electorado blanco con un lenguaje directo y franco (machista y xenófobo a veces), con la promesa de que hará volver los viejos buenos tiempos, recuperando los empleos industriales que se trasladaron a China o México, y anunciando que solo respetará los acuerdos internacionales cuando le interese a Norteamérica. Es una apuesta peligrosa. La globalización, efectivamente, necesita ser gobernada para poner en el centro la dignidad humana, pero lo que ha propuesto Trump es un capitalismo global sin ataduras, sin liberalismo, bajo la ley del más fuerte. ¿Cabe todavía cierto beneficio de la duda? Esperemos que sí. La Iglesia enseña a orar por los gobernantes, sin dejar de trabajar al mismo tiempo por un mundo más justo. Porque el populismo –no lo olvidemos– se alimenta de las injusticias del sistema.