Política, cristianismo y espacio público - Alfa y Omega

La política y la religión pertenecen a ámbitos distintos, pero no separados. Me refiero a la política en su sentido pleno, es decir a la procuración del bien común, y no a lo que habitualmente se entiende de ella, a la pugna de los partidos por el poder, que si bien debería significar la tarea práctica para realizar aquel bien, también se ha transformado en un puro apetito de facción para mandar. Uno y lo otro andan confundidos y revueltos, y más bien parece, a juicio público, abundar en lo segundo más que en lo primero.

La finalidad de la Iglesia es distinta, porque está proyectada a lo sobrenatural, y se sitúa más allá del espacio y del tiempo, de la historia, pero al mismo tiempo discurre y está encarnada en ella, como Jesucristo se encarnó en su tiempo para trasmitirnos la palabra universal y perenne de la verdad de Dios. Y es en ese discurrir histórico de la Iglesia, como lugar y momento privilegiado donde vivir la fe, que cruza sin mezclarse el río de la política. Ese ámbito de encuentro es el espacio público.

El cristianismo, la Iglesia, son sujetos –deben serlo– en este espacio, en el que hoy se hace evidente el fin de una época que se inició en 1789, y con ella la de las dos manifestaciones políticas que alumbró, el liberalismo, y su antítesis, con todas sus variantes, presente hoy entre nosotros como socialdemocracia. Las dos han pervivido asemejándose, trabando una cultura que tiene la perspectiva de género como enlace común y compartido. Ontológicamente liberal en su subjetivismo radical, brutalmente antiaristotélico, encubridora de los procesos de desigualdad económica, al situarla solo en el eje hombre-mujer, y no en relación al lugar que cada cual ocupa en el modo de producción, y en las relaciones sociales que determina, y paradójicamente convertida en el referente principal de la socialdemocracia. El culmen simbólico de este encuentro y esta contradicción bien puede ser el Ministerio para la Igualdad de Zapatero, dotado de cero competencias en el ámbito económico.

Y en este fin de época, de transformaciones inciertas, la voz cristiana debería oírse alto y claro porque como afirma Gaudium et spes, «es indispensable una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien común, no mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en el sentido de responsabilidad de cada uno».