El pianista y el piano - Alfa y Omega

El mundo casi no se ha enterado, pero durante días toda una nación retenía el aliento después de meses ya de por sí intensos. Con las cosas cambiando constantemente, mientras todo un pueblo sufre y aguanta. Y con el 2017 lleno de interrogantes. Se trata de la República Democrática del Congo, el segundo país más grande de África, que cuenta con unos 70 millones de habitantes. Un país precioso y rico en todo: minerales, tierra, agua, sol, naturaleza, fauna… rico, sobre todo, en su gente.

Manos Unidas, ONG de la Iglesia católica en España, que ha seguido y sigue todos los acontecimientos con extraordinario interés, nos contaba que apenas hay noticias. Sí ha intervenido el Papa Francisco, que desde el inicio de su pontificado ha mostrado un gran amor por nuestro país y nuestro continente. Le dio voz al conflicto 13TV, en el programa de Nieves Herrero. Ban Ki-Moon lanzó varias llamadas al diálogo, y también el Congreso de los Estados Unidos, y todo ello salió por Twitter; se ha interesado la Fundación Sur y publicó un extraordinario podcast la Revista 5W. El Mundo contó lo sucedido en Beni el día de Navidad. Con todo, una amiga de la fundación El Pájaro Azul me escribía diciendo: «Quiero saber qué pasa. Si no es por ti no me entero de nada. Aquí no llegan noticias. Parece que no interesa». Está claro que las noticias no se cubren de la misma manera y que depende de dónde pasen las cosas, el destino de una nación y la vida de las personas cobran distinto valor. Sin embargo, este país que parece estar en las periferias de la historia y a la cola del desarrollo humano tiene un grandísimo potencial.

Este es un pueblo de gente muy digna, una nación que, en medio de todas sus contradicciones, se pone en pie cada día para una increíble lucha por la vida. Y, recordando lo que decía Caddy Adzuba en una entrevista, pronto será el pianista que elige las notas y la música a tocar. Aunque a veces parezca como aquel extraordinario violinista disfrazado de mendigo al que nadie prestaba atención cuando tocaba en las calles de Nueva York.

Al final de su autobiografía, Nelson Mandela dice (la traducción es mía): «Nunca perdí la esperanza en que esta gran transformación ocurriera. No solo por los grandes héroes que he citado, sino por el coraje de los hombres y mujeres ordinarios de mi país […] No nací con hambre de ser libre. Nací libre. Libre de correr por los campos cerca de la cabaña de mi madre, libre de nadar en el claro riachuelo que atravesaba mi poblado, libre de asar panochas bajo las estrellas […]». Tampoco nosotros perdemos la esperanza.