Correr para vivir - Alfa y Omega

Correr para vivir

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Cuando llegaron los camiones, yo estaba rezando con los ojos cerrados… Aprovechando que está por Madrid este fin de semana el atleta Lopez Lomong para participar en el Congreso Lo que de verdad importa, sacamos a estas páginas su alentadora historia, que narra en el libro Correr para vivir (editorial Palabra). Nacido en una peña aldea del sur de Sudán, en el seno de una familia católica muy pobre, el pequeño Lopepe (el que corre veloz) fue secuestrado durante la Misa dominical, junto al resto de niños de su poblado, para hacer de él un niño-soldado. Vio morir a algunos compañeros, hasta que un día pudo huir y correr por el desierto sin desfallecer, durante tres días, hasta llegar a un campo de refugiados al norte de Kenia. Allí, junto a su nueva familia, compuesta por otros muchos niños refugiados como él, comía un pollo al año, y un plátano de vez en cuando; la mayoría de los días iba al vertedero a recoger las sobras para comer.

Lo que más conmueve de la historia de Lopepe es que ¡seguía siendo un niño! Como a casi todos los niños, le apasionaba el fútbol, deporte que los más pequeños podían jugar sólo si, según las reglas impuestas por los mayores, corría una vuelta completa al campo de refugiados. Esos 30 kilómetros casi a diario le hicieron fuerte y veloz.

Pudo llegar a Estados Unidos diez años después, gracias a la generosidad de una familia católica de allí. El vuelo en el avión, las primeras horas en la tierra prometida, las primeras carreras…, están llenas de anécdotas enternecedoras, a veces muy divertidas, por el choque cultural que supuso para Lopez –así empezaron a llamarle allí– el viaje. Hoy, Lopez Lomong es un atleta de primer nivel, que ha corrido las Olimpiadas de Pekín y Londres, y gracias a su Fundación ayuda a paliar las necesidades básicas de los más pobres de Sudán: agua potable, nutrición, educación, sanidad… La suya es una vida de película, un testimonio apasionante, en el que reconoce la presencia misteriosa, a veces escondida, de Dios: «Yo viví en la desgracia, pero Dios nunca me abandonó. De los males sacó bienes. Mi historia no ha hecho más que empezar; estoy deseoso de correr una gozosa carrera que no acabará hasta que vuelva a la Casa del Padre».