Abrigados, acurrucados entre sus propios brazos y elevando sus hombros para que la bufanda resguarde del frío el cuello y la cara. Así, cientos de católicos han desafiado las bajas temperaturas gozosos de celebrar el Nacimiento de Jesucristo en la catedral maronita, San Elías, cinco años después de que comenzara la guerra de Siria. Ha sido una gélida Navidad en Alepo, pero cálida en Amor y esperanza. El templo se encuentra en la que era la línea del frente entre la zona occidental de la ciudad y la oriental, esta última arrasada por la lluvia de bombas de los ejércitos sirio y ruso. Su cúpula está derruida, y solo son habitables las partes laterales de la iglesia y la zona más próxima al altar. Allí se han aglomerado quienes dan gracias a Dios por el fin de los combates en la segunda ciudad más importante de Siria, y quienes piden una oportunidad para la reconciliación de todo el pueblo sirio.
Miran al Niño Dios, al altar, al Pan Vivo, que sigue naciendo en la pobreza, la humildad y la persecución. A sus espaldas, las ruinas. Son la prueba del odio, de que seguir a Cristo nunca es el camino sencillo, pero en Siria es además un camino de persecución y martirio. El mismo camino que siguió Jesús: del pesebre a la cruz para terminar en la gloria. Qué mejor material que esas ruinas para poner un Nacimiento, para que el Amor reine sobre la destrucción del hombre, y para que la estrella de Oriente, sobre ese belén de vigas rotas, nos guíe hacia el portalillo. La luz sobre las tinieblas. La inocencia de un Niño sobre la maldad del hombre. La paz sobre la guerra.
Qué alegres sonaban los villancicos. Sin el eco propio de la iglesia, porque como falta parte del techo las melodías se escapaban hacia el cielo. Cantaron en árabe, francés e inglés, para que todo el mundo entienda lo que celebran. Que nace Dios, que con Él siempre hay esperanza. Lo recuerda el Papa: los cristianos de Oriente Medio son un ejemplo por su valentía al seguir el Evangelio. Mal haríamos en mirar para otro lado, en no tenerlos presentes aquí, entre dulces y regalos, porque son nuestros hermanos en la fe. Porque ellos hoy nos recuerdan el verdadero sentido de la Navidad.