26 de diciembre: san Esteban, el diácono que ganó con su muerte la fe de san Pablo - Alfa y Omega

26 de diciembre: san Esteban, el diácono que ganó con su muerte la fe de san Pablo

San Esteban fue el primero de los mártires de la historia del cristianismo, el pionero en mostrar «la relación entre cruz y fecundidad»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Esteban protomártir'. Mosaico en la catedral de Westminster, en Londres
San Esteban protomártir. Mosaico en la catedral de Westminster, en Londres. Foto: Lawrence OP.

Llama la atención que la primera fiesta después del nacimiento de Cristo esté dedicada al primero de sus seguidores que derramó sangre sobre las huellas del Señor. Es como si la Iglesia nos quisiera recordar que lo de ir detrás de Jesús tiene que ver con la persecución. De hecho, Esteban es el primero de los miles y miles de testigos que han arriesgado la vida por su fe a lo largo de la historia, en todos los tiempos y en todas las partes del mundo.

Nada se sabe de Esteban más que lo que cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles. Curiosamente, su nombre griego significa «corona», como un presagio del modo en que iba a culminar su incipiente vida de fe. Por su origen se deduce que era un converso de lengua griega habitante de Jerusalén. Quizá fuera uno de aquellos 3.000 que escucharon a Pedro tras la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, uno de esos hombres de origen extranjero que estaban en Jerusalén y lo oyeron hablar en su propia lengua.

Sin duda participó en la vida de la primera comunidad cristiana, que lo tenía todo en común y se agrupaba en torno a los apóstoles para orar y celebrar la Eucaristía. En ella, Esteban hizo las veces de diácono; una labor que, según afirma Napoleón Ferrández, profesor de Historia del Nuevo Testamento en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, «nace de la maternidad de la Iglesia». El origen de este ministerio se debe a unas quejas de los helenistas contra los hebreos porque en el servicio diario las viudas de los primeros no estaban atendidas. «Al constituir diáconos, la Iglesia rompió una barrera, mostrándose no nacionalista ni provinciana, sino sensible desde el principio a las necesidades de la gente, fuera cual fuera su nacionalidad», dice Ferrández.

Esteban es el protomártir, el primero de los testigos del Señor en confesarlo hasta la muerte, acaecida por lapidación hacia el año 34. Esto muestra «que la imitación de Jesús es doctrina desde el principio en la Iglesia. Sus seguidores sabían desde el inicio que el camino que seguían pasaba por ahí ineludiblemente», afirma el profesor de San Dámaso. Además, su testimonio también fue prototípico en el perdón: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» fueron sus últimas palabras. Siguiendo su ejemplo, miles de mártires de los siglos siguientes también ofrecieron su perdón a quienes los mataban; una constante repetida a lo largo de la historia.

Por todo ello, si la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, como aseguraba Tertuliano, es plausible que la derramada por Esteban fuera la que propició la conversión de Saulo de Tarso. Ese celoso fariseo, el futuro Pablo, guardaba las capas de los verdugos y, según Ferrández, «fue el testigo enviado por el Sanedrín para confirmar la muerte de Esteban».

El profesor de San Dámaso hace en este punto una interesante reflexión, recordando que en los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles se suceden persecuciones cada vez más graves con incorporaciones a la comunidad cada vez más numerosas, hasta culminar con la muerte de Esteban tras la conversión incluso de varios sacerdotes judíos. «Cuanto mayor es la cruz, mayor es el fruto —explica—. La misteriosa relación entre el sufrimiento padecido por la fe y las conversiones es patente desde los primeros tiempos de la Iglesia. Los primeros cristianos sabían perfectamente que la cruz siempre es fecunda. La fidelidad trae cruz y la cruz trae a su vez fecundidad».

Los tres Rembrandt

La lapidación de san Esteban de Rembrandt, firmado en el año 1625, está considerada la primera obra fiable del autor holandés. La pintó antes de cumplir 20 años y en ella se representó a sí mismo en, al menos, tres personajes. Como se aprecia en el detalle que ofrecemos del cuadro, Rembrandt se retrata en el propio san Esteban, su verdugo principal y un tercer hombre que se sitúa entre ambos mirando al espectador con aire misterioso. Hay quien dice que este recurso fue utilizado por el pintor para indicar las dudas de fe de su juventud, pues, al comienzo de su carrera, Rembrandt parecía verse ante la posibilidad de ser un gran santo o un gran pecador. De ahí la mirada interrogativa del personaje.