La Orden de las Escuelas Pías: 400 años en un post-it - Alfa y Omega

Entro en el colegio de los escolapios de Getafe. Convencido de que tengo algo que ofrecer. Error. El que recibo soy yo. Una vez más. Alguien ha dejado un sobre a mi nombre en portería. No puedo evitarlo y nada más salir, lo abro. Un post-it y un tarjetón con una oración. «Para que reces por nosotros en este Año Jubilar». Así es la mirada calasancia ante la realidad. Adelantarse a las inquietudes de uno para dar respuesta. Con la pedagogía del Evangelio. Dios como sorpresa permanente. Hoy como ayer. Como hace 400 años, cuando Pablo V erigió la orden. «A nuestro amado hijo José de Calasanz, encargamos y encomendamos, según nuestro beneplácito, la prefectura, cuidado, gobierno y administración de las Escuelas Pías». Hasta la fecha. Sigue soplando el Espíritu. Aquel que guió con firmeza a Calasanz y ahora empuja a miles de maestros a quienes les faltan horas para volcarse por sus alumnos y habita en el corazón de unos religiosos que siguen empeñándose en hacerse uno con los más pequeños.

Vale la pena celebrarlo. Con lema por delante. Educar. Anunciar. Transformar. Verbos en infinitivo que hacen memoria del pasado, pero exigen presente y futuro. Para conjugarlos en singular, desde la vocación que Dios ofrece a cada uno. Para vivirlos en plural, porque evangelizar educando solo es posible desde la comunidad y la fraternidad. En los claustros, aulas y comedores de colegios, internados, universidades, parroquias, hogares, centros socioeducativos. En misión compartida. Religiosos y laicos. Una familia calasancia donde todos caben. Y todos cuentan.

Con la rúbrica de Calasanz. Un provocador, que no buscarruidos. Un rebelde a la manera de Aquel que curaba en sábado, que hablaba a las mujeres, que situaba a los niños en el centro. Porque el Reino de Dios es de quienes son como ellos. Constante. Infatigable. Y eso que le dieron más de un motivo para tirar la toalla. Y de dos. Así es el hombre que llegó a Roma para comerse el mundo, pero fue digerido por un Trastévere que a finales del XVI poco tenía de turístico y sí mucho de periférico.

De aquella digestión nació la primera escuela popular pública gratuita de Europa. Sí. Un clérigo se anticipó a cualquier ideología, Estado o pacto educativo en ciernes. Fue un religioso quien dio papel, lápiz y pupitre al inocente sin importarle el credo, el origen o la cuenta corriente de quien atravesaba el dintel. Aquel maño emprendedor anticipó términos que ahora se recitan como mantra en cualquier proyecto educativo: inclusión e innovación. Él las vivió y las contagio sin haberlas acuñado como tal en esos impecables escritos y cartas sin fecha de caducidad: «Pon todo tu esfuerzo en ayudar a los alumnos, sobre todo animando y motivando hacia su progreso personal a los más descaminados».

No como un mero gesto de caridad. Era su apuesta para cambiar el mundo. El mejor fondo de inversión para construir Reino: un niño, un adolescente, un joven. Con piedad y letras. Fe y cultura. Un carisma para toda la Iglesia, un servicio para toda la sociedad que llega ya a más de 200 centros, donde cada alumno es un sueño de Dios, cuando se le mira como tal.

Hace unos meses, en una homilía en Cracovia, escuché al superior general de los escolapios, Pedro Aguado, evitar todo ombliguismo que lleve a envasar al vacío el don regalado. «Calasanz solo puede ser nuestro padre si nos lleva a Cristo. A Calasanz no le gustaría que nos quedáramos contemplándole». Herencia para contagiar a Jesús. Atentos y abiertos al necesitado de hoy: entre los ordenadores de la clase de informática, en la moqueta del oratorio, en el pupitre de madera en Guinea. Volver a la esencia del Trastévere. Empezar de cero en territorio desconocido, como Mozambique, donde se acaba de fundar la primera comunidad escolapia en el país. O para promover el acceso a las aulas a través del recién creado Instituto Calasanz por el Derecho a la Educación en Yaundé (Camerún). «Quien no tiene espíritu para educar a los pobres, no tiene vocación educativa escolapia».

400 años de la Orden de las Escuelas Pías. Y otra efeméride redonda para rematar en el mismo jubileo: 250 años de la canonización de Calasanz. Tiempo de gracia y de gracias para, con él, reconocer a otros tantos hombres y mujeres que han seguido y siguen este mismo camino de santidad en lo oculto a través de su entrega a los pequeños y pequeñas. Es el deseo del Papa Francisco en la carta que dirige a toda la familia calasancia para este Jubileo: «Por encima de todo, sigan las huellas que los niños y los jóvenes llevan escritas en sus ojos. Mírenles a la cara y déjense contagiar por su brillo para ser portadores de futuro y esperanza. Dios les conceda encontrarse proféticamente presentes en los rincones donde los niños sufren injustamente».

Retomo el post-it. Y el tarjetón. Contemplo la ilustración: tres chavales junto al maestro Calasanz. Leo. Rezo. «Bendice con amor de Padre a todos los niños y jóvenes a los que nos dedicamos y a todos aquellos que no tienen un padre o un maestro que les acompañe en el camino».