Desplazados en Ucrania: «Cuando disparan y tu hijo tiembla, solo piensas en salvar a tu familia» - Alfa y Omega

Desplazados en Ucrania: «Cuando disparan y tu hijo tiembla, solo piensas en salvar a tu familia»

Una exposición recorre Europa compartiendo las historias de 12 de los 1,7 millones de desplazados por el conflicto en Ucrania. Como Yana, madre de seis hijos: «Me alegro de estar ya en un pueblo. En las aldeas era insoportable: sin agua ni calefacción y con los niños caminando cinco kilómetros al colegio»

María Martínez López
Familia de Sergey y Julianna, matrimonio de Donetsk. Foto: Sergy Sarakhanov

«Puedes hacer planes, pero alguien importante allá arriba ha tomado la decisión por ti». Así empiezan su relato Sergey y Julianna, un matrimonio de Donetsk que ahora está desplazado en la parte occidental de Ucrania con sus dos hijas. No era su plan original: primer huyeron a Crimea. «Pero llegaron el referéndum y las banderas tricolor. Recuerdo claramente la imagen de mi hija de pie en medio del dique, cantando el himno ucraniano. Había tanto amor y fe en su voz, y tanta amargura y odio en los ojos de los que pasaban que entendí que era el momento de irse. Sé que Dios nos guió y nos apartó del peligro».

Su testimonio es uno de los que se recoge en la exposición Desplazados. 12 historias de Ucrania, organizada por la Embajada del Reino Unido en Kiev. La muestra incluye las historias tanto de desplazados por la anexión de Crimea en marzo de 2014 como por el conflicto armado en las regiones de Lugansk y Donetsk, que comenzó en abril del mismo año. Sus palabras van acompañadas por fotos del ilustre fotógrafo Sergy Sarakhanov.

«Ucris» traidores

Cuando los prorrusos tomaron el poder en Lugansk y empezó la guerra, Anzhelika habló ucraniano «durante un día entero. Era mi protesta contra todo lo que estaba ocurriendo. Pero cuando la gente dispara cerca de tu ventana y tu hijo empieza a temblar de miedo, lo único que puedes pensar es cómo salvar a tu familia».

Olga, de la misma ciudad, es otra «»ucri» traidora», como las llamaban los separatistas. Aun así, reconoce en su relato que «tuvimos más suerte que la mayoría. Conozco siete personas que fueron asesinadas por su posición pro-ucraniana. Es terrible. Creo que estaba planeado hace mucho y que ninguna cantidad de manifestaciones nos habrían ayudado».

La exposición se visitó por primera vez en la plaza de Santa Sofía de Kiev en noviembre de 2015, y luego ha estado visitando distintas ciudades de Ucrania. Desde comienzos de 2016, ha estado en Bruselas y Reino Unido. En noviembre de este año, ha estado en Berlín y Roma, donde concluyó el 14 de diciembre. Hasta marzo de 2017 visitará también Bruselas (de nuevo), La Haya y París.

Nina Vidomenki, de Lugansk. Foto: Sergy Sarakhanov

Cinco pueblos en seis meses

¿Qué ocurre después de haber tomado la decisión de marcharse? Cuando le preguntan a Yana Cherkas, de Donetsk, responde: «No lo sé. No tengo tiempo de pensarlo. Hemos vivido en cinco pueblos en seis meses. Tengo un marido y seis hijos a los que cuidar. Me alegro de estar ya en un pueblo. En las aldeas era insoportable: sin agua ni calefacción y con los niños caminando cinco kilómetros al colegio. Pero solo tenemos esta casa hasta que acabe el curso. Y luego, ¿dónde?».

Yana tiene otra queja: Cuando estaban en la región del Dombás, «nos odiaban con violencia. Aquí nos odian educadamente». La falta de ayudas y de libertad para ejercer sus derechos como ciudadanos, como el derecho al voto, es una de las quejas más frecuentes de los desplazados, que muchas veces rechazan incluso ser llamados así. «Soy una tártara de Crimea. No soy una desplazada, ni cambié mi ciudadanía. No quiero sentirme extranjera y olvidada en mi propio país», afirma Aishe Akieva, una joven de 22 años.

«Ni aquí, ni allí»

Con algo más de resignación, que le dan sus 53 años, Nina Vidomenki, de Lugansk, reconoce que «es muy difícil ser desplazado. Nadie nos necesita ni aquí ni allí». Pero insiste en que «no renunciamos a nuestra ciudadanía y queremos los mismos derechos que cualquier otro ucraniano».

Las deficiencias en la atención social a los desplazados por parte de la Administración ucraniana se ve, por ejemplo, en la paradoja que vive Oleg Peretyaka, profesor universitario originario de Lugansk: «Quise ejercer mi derecho constitucional a una vivienda e inscribirme en un programa social en Kiev. Pero no pude porque oficialmente estoy empadronado en Lugansk».

«No puedo entender por qué no hay programas sociales para los desplazados y por qué todo depende de los voluntarios», concluye Olga. Si los desplazados cuyas historias forman la muestra están de acuerdo en criticar el comportamiento del Gobierno ucraniano hacia ellos, también lo están en agradecer la generosidad de la gente. Por eso, varios de ellos han decidido a su vez ser voluntarios para ayudar a otros. Es el caso de Nina, que atiende una línea telefónica de ayuda.

Oleg Peretyaka, profesor universitario originario de Lugansk. Foto: Sergy Sarakhanov

«Todo parecerá un sueño»

También el de Sergey y Julianna. «Al asentarnos en una nueva casa ya hacía frío –recuerdan–. Nuestras hijas solo tenían camisetas y ropa ligera. Los vecinos las vieron y nos dieron una bolsa de ropa de abrigo. Desde ese momento entendimos que debíamos hacer lo mismo y ayudar a los demás. En cuanto tuvimos la ocasión de acoger a alguien atrapado en la misma situación, lo hicimos».

Cuando Esat Alimov llegó a Kiev desde Ucrania con su madre y sus hermanos, su primer refugio fue «la casa de una mujer a la que ahora llamo tía, y le debo la vida por ayudarnos». Su padre se quedó en Crimea, y las palabras de este joven de 25 años muestran su desgarro: «Si pudiera decir algo tan alto que lo escuchara todo el mundo, diría: «Padre, te echo de menos». Nunca se lo dije por la educación estricta que recibí. Pero le echo de menos mucho».

Los esposos, los padres y los hijos son el ancla de estas personas, una pequeña muestra de los 1,7 millones que, según los organizadores de la exposición, hay en todo el país. Ellos, sacarlos adelante, es la causa de la determinación, casi obstinada, por luchar por su futuro. Su esperanza es que se cumpla lo que Elena Tusenko, de Donetsk, le dice a su hijo: «Todo lo que está ocurriendo se evaporará de tu memoria y parecerá un sueño. Volaremos cometas y cogeremos conchas en la orilla del mar. Los copos de nieve se derretirán en los guantes y el olor de galletas recién hechas llenará la cocina».