Imagen de Dios - Alfa y Omega

Imagen de Dios

Alfa y Omega

«Ésta es nuestra misión: tener a Dios como valor absoluto y descubrir que es desde donde el ser humano alcanza la dignidad más grande, tal y como nos lo ha revelado nuestro Señor Jesucristo. Él ha puesto al hombre a la altura de Dios, porque Dios mismo se puso a la altura del hombre»: son palabras clave de la homilía del nuevo arzobispo de Madrid en su toma de posesión. El Evangelio de la Misa había puesto ante todos la pregunta a Jesús sobre ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?, y don Carlos Osoro la enmarcaba en su propia pregunta «desde que supe que el Santo Padre me enviaba a la archidiócesis de Madrid: Señor, ¿dime qué quieres de mí, qué deseas que viva junto a quienes me entregas como hijos y hermanos?» La respuesta, que, como añadió don Carlos, «siempre la da el Señor», no es otra que Él mismo, ¡el Amor! La dio con las palabras de la Sagrada Escritura: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser», y añadiendo sin solución de continuidad que «el segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y el nuevo arzobispo de Madrid subrayó: «Amar a Dios y amar al prójimo se unifican». Lo unificó el mismo Dios, precisamente, haciéndose hombre como nosotros, de modo que, poniéndose a la altura del hombre, nos ha puesto a los hombres a la altura de Dios.

Resuenan aquí, como eco precioso, las palabras de Benedicto XVI, en la homilía de su primera Nochebuena como sucesor de Pedro, el 24 de diciembre de 2005: «Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo. Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros». Y monseñor Osoro, en su homilía del pasado sábado, sigue diciendo, con ese mismo eco, que «no hay amor verdadero por el hombre mas cuando nos dejamos invadir por el amor de Dios que nos manifiesta que el ser humano es imagen de Dios… Dios mismo nos ha dicho que Él es amor, y quien es imagen de Él tiene que manifestar que, en su existencia, se revela también el amor de Dios». En consecuencia, no hay más radical deshumanización del hombre que la falta de amor destructiva de su ser imagen de Dios.

Lo explica el nuevo arzobispo de Madrid, de un modo bien gráfico, cuando, en su Carta a los madrileños, escribe que hay una «enfermedad grave que afecta a nuestro mundo y que, en alguna ocasión, yo he llamado la enfermedad de las tres D (desdibujamiento del ser humano, desesperanza y desorientación)». Lo volvió a recordar, el pasado lunes, en su encuentro con la prensa. Su diagnóstico no puede ser más certero, y está claro que lo tiene ampliamente verificado. Y no es indiferente el orden de las D: la raíz de tal enfermedad, ahí donde lo que se juega es el ser o no ser de la misma vida humana, es exactamente ese desdibujamiento de su verdadera identidad de imagen de Dios. Por eso, cuando don Carlos Osoro pide en su homilía «que sigamos haciendo de Madrid un lugar de encuentro, de acogida, de promoción de todo ser humano, regalándole la dignidad que Dios ha puesto en cada persona», no hace más que indicar el camino que supera ese desdibujamiento del ser humano que le roba toda esperanza y le deja perdido y sin rumbo: el Camino, con mayúscula, que es la Verdad y la Vida, el mismo Hijo de Dios hecho hombre, ¡para que el hombre sea hombre de verdad! Y don Carlos lo subraya sin ambages: «Lo nuestro es lo mismo de Dios, pues somos su imagen: escuchar, tener compasión, amar, acercarnos al otro como Dios mismo lo hace…, porque nuestra pasión es vivir con la vida del Señor».

He ahí por qué «urge anunciar a Jesucristo». Sólo Él da al hombre el serlo de veras. «Urge -insiste, lógicamente, monseñor Osoro- regalar y mostrar a quien puede recuperar el carácter luminoso de la existencia que nos regala Jesucristo, que, cuando se apaga, todas las demás luces acaban languideciendo». Borrada la imagen de Dios, el ser humano se destruye. De ahí que construir sea la tarea a que nos convoca el arzobispo de Madrid: «Juntos estamos llamados a construir», no algo que requiera las solas fuerzas humanas -ya vemos la corrupción que genera el ser humano desdibujado en su verdad de imagen de Dios-; somos llamados a construir «la civilización del amor, la cultura del encuentro». Justamente una civilización y una cultura realmente nuestra, humana, y lo nuestro -como bien subraya don Carlos- es lo mismo de Dios, pues somos su imagen.