Velázquez, el genio que jugaba con el aire - Alfa y Omega

Velázquez, el genio que jugaba con el aire

Mientras en Sevilla se exhibe la que podría considerarse como la primera obra reconocida que salió de las manos de Velázquez, La educación de la Virgen, Viena se rinde al genio, en la primera exposición que, en tierras de habla alemana, se dedica al pintor que mejor supo retratar a la corte de Habsburgo

Eva Fernández
'La fragua de Vulcano' (1630). Museo del Prado, Madrid
La fragua de Vulcano (1630). Museo del Prado, Madrid.

Hace tan sólo unos años, el mundo del arte recibió una de las noticias más impactantes de los dos últimos siglos: en los sótanos de la Universidad norteamericana de Yale, arrinconada y llena de polvo, se había descubierto una obra atribuida originalmente a un pintor desconocido de la escuela sevillana del siglo XVII, con una calidad tan marcada a pesar de su deterioro, que John Marciari, Comisario de pintura italiana y española del Museo de Arte de San Diego, se atrevió a señalarla directamente como atribuible a la época temprana de Velázquez, cuando el autor de Las Meninas tenía 17 años y está terminando su aprendizaje junto a Francisco Pacheco, su futuro suegro. La pintura, muy dañada y víctima de restauraciones tan demoledoras como la realizada en 1960 con sosa y lejía, muestra a san Joaquín y a santa Ana enseñando a la Virgen sus primeras letras, en una estampa familiar, en la que Velázquez comienza a asimilar alguna de las técnicas naturalistas practicadas por los maestros Luis Tristán y Juan de Roelas. Tras este inesperado hallazgo, se produjo un intenso debate entre todos los expertos y especialistas en Velázquez y aún hoy la comunidad científica no se muestra unánime a la hora de reconocer su autoría. La restauración deja a la vista la forma de trabajar del pintor, e incluso los cambios y arrepentimientos en la posición de las figuras, pero quedan muchas incógnitas por resolver. La obra fue donada por dos hermanos en 1925, exalumnos de la Universidad de Yale, cuya familia tuvo el cuadro en propiedad durante 40 años. De lo que pudiera pasar en los anteriores 300 años de su vida, no se sabe nada, aunque probablemente se trató de un encargo para el convento carmelita de Santa Ana, en Sevilla, y formaría parte del altar hasta la terrible inundación ocurrida en la ciudad en 1626, en la que el cuadro sufrió alguno de los graves daños que presentaba antes de su restauración. Ahora, La educación de la Virgen ha vuelto a su casa, y quienes lo deseen podrán contemplarla, magníficamente restaurada, hasta el próximo 15 de enero en el Espacio Santa Clara, de Sevilla, junto a otras piezas contemporáneas, como La Sagrada Familia de Luis Tristán, que ayudan a entender la técnica empleada por el joven Velázquez en sus años sevillanos.

Viena salda una deuda con el pintor de los Austrias

En lo que todos los expertos coinciden es que de los pinceles de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660) salió la mayor cantidad de obras maestras de la historia del arte atribuidas a un solo pintor, y por este motivo, la ciudad de Viena le rinde los honores en la que no han dudado en calificar como exposición del siglo. La muestra tiene lugar en el Museo de Historia del Arte de Viena, la segunda pinacoteca que posee más originales de Velázquez, sólo detrás del Museo del Prado, aunque sorprendentemente nunca le había dedicado una exposición monográfica. Ahora, su deuda ya ha quedado saldada. Hasta el próximo 15 de febrero, la muestra sigue el rastro del pintor, en un viaje que también arranca en Sevilla, una de las ciudades más ricas del mundo en el siglo XVII, en la que Velázquez ya demuestra su maestría en piezas como El aguador de Sevilla, donde un anciano aguador vestido con un capote bajo el que asoma una camisa blanca entrega a un muchacho una copa de cristal fino llena de agua. Las tonalidades oscuras resaltan el realismo de los rostros y la perfección de una de las ánforas, en cuya superficie brillan algunas gotas de agua. Poco a poco, comprobamos cómo su pincelada se va haciendo más rápida y ágil en cuadros como La adoración de los Reyes Magos, o La fragua de Vulcano, donde incorpora tonalidades más vivas y se sirve de la luz para modelar con ella las formas de los cuerpos, permitiendo distinguir incluso hasta los músculos bajo la piel. Quién le iba a decir a Velázquez que acabaría convirtiéndose en nexo entre Austria y España, dos países vinculados durante siglos por la Casa de Habsburgo, lo que explica la presencia en Viena de importantes retratos de la Corte española. La grandeza de Velázquez también se demuestra en que supo retratar con la misma dignidad tanto a un pobre de la calle como al rey Felipe IV. La sensibilidad de su pincel no distinguía entre bufones y sangre azul. Todos respiraban el mismo aire que tan magistralmente supo reflejar en sus cuadros.