¡Somos templo de Dios! - Alfa y Omega

¡Somos templo de Dios!

Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán

Carlos Escribano Subías

Celebramos hoy la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, que es la catedral de Roma. Fue, originariamente, uno de los primeros templos que los cristianos pudieron construir, una vez que cesaron las persecuciones, dedicada al culto el 9 de noviembre del año 324, por el Papa san Silvestre I. Esta fiesta nos invita a mirar a Roma, donde está esta basílica, llamada Madre y Cabeza de todas las iglesias de Roma y del mundo. Su celebración es un signo de amor y unidad de todos los cristianos con la cátedra de San Pedro, a la vez que nos estimula a alimentar la vida personal y comunitaria con la fe fundada en el testimonio de los apóstoles.

En el texto del Evangelio encontramos a Jesús en el Templo en una actitud poco usual en Él. Jesús desea hacernos comprender que la adoración que hay que dar a Dios debe ser hecha en espíritu y en verdad (véase Jn 4, 24). Pero la actividad que allí se realizaba no tenía nada que ver con la gloria de Dios, ni con el culto; era una acti¬vidad comercial que buscaba el mero interés monetario y profanaba la santidad del Templo. El gesto airado de Jesús y el desconcierto rabioso de los judíos, le sirvió para revelarse ante aquellos hombres como el nuevo y definitivo Templo de Dios entre los hombres; cuando Jesús compara la majestuosidad de aquellos muros con la aparente fragilidad de su Cuerpo, está mostrándose como el Verbo de Dios que ha puesto su morada entre nosotros. Él es el verdadero Templo, el único lugar del encuentro con Dios es Jesucristo. Es el rostro visible de Dios, el sacramento del encuentro con el Padre. Él es el que vive y nos hace vivir cristianamente.

Y Cristo nos convierte también a nosotros en el templo del Espíritu: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (1Cor 3, 11). Somos templos vivos de Dios. Y precisamente por ello, necesitamos construirnos día a día. Mejorarnos y renovarnos. Al final, lo más importante de una parroquia, también de la nuestra, no es el lugar en el que el templo está construido, ni las paredes, ni el arte que hay dentro del mismo. Lo más importante son las personas que a él asisten y el espíritu de comunión que hay entre ellas. Es bueno que revisemos también la realidad de nuestras comunidades, de nuestras parroquias. Si entre las personas que están en el templo no hay comunión en Cristo, el templo cristiano desdibuja su sentido. Si cada una de las personas que están dentro del templo no son ellas mismas, y en comunión con las demás, templo de Cristo, no puede habitar plenamente en ese lugar el Espíritu de Dios. Lo que hace plenamente cristiano a un templo es el Espíritu de Cristo habitando en todas y cada una de las personas que están en él.

Hoy también es un día propicio para dar gracias por tantas y tantas iglesias, que, en todos los rincones del mundo, se convierten en un signo que pregona la presencia de un grupo de discípulos que espera y que intenta vivir y seguir las enseñanzas de Jesús Maestro. Hoy las miramos con especial aprecio. Cuantos miles y miles de hermanos nuestros que nos han antecedido, viviendo en ellas su fe: bodas, bautizos, funerales, Confesiones, Confirmaciones y Eucaristías celebradas, que nos hablan de tantas personas y de sus historias de amor y amistad con Dios, y que hoy pueden suscitar una sentida acción de gracias.

Evangelio / Jn 2, 13-22

En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?».

Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».

Los judíos replicaron: «¿Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».

Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.