«¿Para qué estás en el mundo?». Homilía del cardenal Osoro en la solemnidad de la Inmaculada - Alfa y Omega

«¿Para qué estás en el mundo?». Homilía del cardenal Osoro en la solemnidad de la Inmaculada

Ricardo Benjumea
Inmaculada Concepción (detalle), de Zurbarán. Museo del Prado, Madrid

Hermanos y hermanas:

¡Qué día más grande y más importante para los cristianos! Hoy hacemos memoria del ser humano al que Dios mismo adornó con la belleza más grande. ¿Dónde está esa belleza? En haberla llenado Dios de plenitud; en haber dispuesto un ser humano que, limpio de todo pecado, lo acogiese en este mundo y le diese rostro humano. No podía ser de otra manera. Por eso, Ella es la «llena de gracia», la que vive la plenitud que un ser humano puede y debe tener. En Ella y a través de Ella la humanidad descubre cómo decir «sí» a Dios. Trae una manera nueva, absolutamente nueva de construir este mundo, de relacionarnos los hombres, de mostrar la belleza verdadera de todo ser humano: ser imagen y semejanza de Dios. María es la mujer que muestra con su vida que podemos hacer de la misma un «cántico nuevo», donde descubrimos la Verdad que busca todo ser humano, el Camino que todos deseamos encontrar y que nos lleve a buen puerto, donde tenemos la Vida que todos necesitamos. Y todo ello lo tenemos en Jesucristo, su Hijo, Nuestro Señor. Aquel que nació en Belén, cuyo nacimiento celebramos ahora en Navidad y recordamos que va a volver.

En María vemos las maravillas que hace Dios con la criatura humana, la victoria que alcanza el ser humano cuando se pone en manos del Señor. En Ella se revela la justicia de Dios que va más allá de toda justicia humana, pues la sobrepasa con su misericordia y su fidelidad. Dios nos quiere incondicionalmente y mantiene su fidelidad eternamente. No es extraño que la vida de la Santísima Virgen María, en esta advocación de la Inmaculada Concepción, se convierta en un himno que es preciso que contemplen todos los hombres para ver las consecuencias que tiene acoger a Dios en la vida y en la historia. María es muestra viva de la victoria de Dios, propuesta de aclamación, grito de salvación, llamada a vitorear y tocar la presencia de Dios entre los hombres (cfr. Sal 97).

Después de escuchar la Palabra de Dios, ¿qué es lo que el Señor nos quiere decir a través de la Inmaculada Concepción?:

1. Nos hace una pregunta: ¿dónde estás y que es lo que has hecho? Es la misma pregunta que hizo a Adán y Eva. Observemos su respuesta después de haber abandonado el proyecto de Dios: viven desde sí mismos y por sí mismos, desnudos, a la intemperie, al arbitrio de sí mismos, y con miedos tremendos. Pero esta pregunta se la hizo Dios a María y tuvo otra respuesta. Ella se ha abierto totalmente a Dios, es para Él. Quiere ser recipiente que contenga y dé a conocer lo que Dios quiere del hombre. Hoy vamos a atrevernos a que Dios nos haga esta pregunta y a dejarnos iluminar por la Inmaculada Concepción. ¿Dónde estás? ¿Qué haces? Contemplemos la vida y el mundo. Vivimos cambios profundos y acelerados, un desarrollo científico que, en estos últimos cincuenta años, ha llegado a cotas que en siglos no se habían alcanzado, pero también se da al mismo tiempo un desprecio a la vida. No hace falta ir muy lejos para verlo, pensemos que en la última guerra mundial hubo unos 50 millones de muertos y 50 millones de desplazados. Observemos que, en este siglo que hemos comenzado, como dice el Papa Francisco, vivimos una tercera guerra mundial por partes: matanzas, masacres administrativas, desplazamientos, violaciones de los derechos humanos… ¡Qué bueno que esta mujer, Madre de quien nos ha revelado el Camino del hombre, su verdadera Verdad, nos provoque en días previos a la Navidad! Sí, a que nos hagamos las preguntas que Dios hizo a nuestros primeros padres. ¿Dónde estás como persona y como responsable de una familia, de los destinos del pueblo, de la cultura, de la enseñanza, del bien de los demás, de salvaguarda de todos los derechos humanos? ¿Qué has hecho con los niños, con los jóvenes, con las familias, con los ancianos?

2. Nos conquista el corazón: ¿para qué estás en el mundo? Atrévete a mejorarlo, ¿por qué no lo haces como María? ¡Cuánto nos quiere Dios! En el Hijo de María e Hijo de Dios, nos ha bendecido. Es la persona de Cristo la que nos ha llenado de bienes que podemos regalar a los hombres. ¿Eres consciente de que has sido elegido, conquistado y destinado a ser santo, es decir, a dar rostro humano a Dios? En la persona de Cristo nuestro destino es ser y vivir como hijos de Dios, y, por ello, como hermanos. ¿Qué nos pasa para no saber lo que nos pasa? ¿Qué nos pasa para no ser capaces de vivir como hermanos? ¿Qué nos sucede para no construir la fraternidad? ¿Qué medidas han entrado a nuestra vida que no respetamos los derechos humanos más elementales que además hemos reconocido? Tiene que llenarse esta tierra de la gloria de la gracia de Dios. Y la llena de gracia nos ayuda, siempre está a nuestro lado. Es nuestra Madre.

3. Nos propone un modo de vivir: ¡Vive dándome la mano! ¡Deja que te acompañe! ¿Qué modo de vivir nos regala María? Es una manera de vivir singular, única. Haz la prueba de dejarte guiar por María. ¿Qué hijo no se deja guiar por su Madre? Esta propuesta tiene tres etapas: 3.1) Permiso: Como María da permiso a Dios para que pueda entrar en tu vida. Dios no entra sin más, pide permiso. María te enseña a ver cómo dio Ella permiso a Dios para entrar en su vida. El ángel, en nombre de Dios, la visita y le dice: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Y María dio permiso para que Dios entrase en su vida. Lo mismo tú. Dios te quiere, te ama. Déjale entrar, alégrate del amor que te tiene, prueba a abrir tu vida a Dios. Él no atormenta ni impone, pide permiso. 3.2) Conversación: no te impongas un silencio a tu vida que es dañino; el ser humano es diálogo, es encuentro. Deja que te pregunte, conversa, no temas, no te roba; al contrario, te enriquece, acepta su regalo que es su persona. La Virgen te manifiesta por propia experiencia que «nada es imposible para Dios». 3.3) Rostro: sé rostro de Dios en este mundo. Los rostros que damos los hombres ya sabemos lo que traen: son impositivos, crean distancias, dividen, discriminan, crean y hacen descartes. Atrévete a cambiar esta historia de verdad. Por ti mismo no podrás y te cansarás. Con Dios lo puedes todo. María te impulsa a regalar y poner la vida a disposición de Quien la da, la mantiene y crea comunión entre los hombres. Ella dijo: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Haz lo mismo, seamos valientes y audaces. ¿O es que la propuesta de ser hermanos y de hacer una casa común para todos no merece la pena? Ello solamente se puede hacer siguiendo a una Persona: Cristo. Él no es una idea. Síguelo.

El mismo que nació en Belén de María Virgen, el mismo que murió y resucitó, ahora en este altar se hace presente realmente en el misterio de la Eucaristía. Demos siempre de Él y a Él. Amén.