«La cárcel es una iglesia, todo el día están rezando» - Alfa y Omega

«La cárcel es una iglesia, todo el día están rezando»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Arriba de izquierda a derecha: Rafael Acosta, Modesto Allepuz y Rafael Lluch. Debajo: Pedro Gonzálvez, Vicente Queralt y José Ardil. Foto: Postulación Familia Vicenciana

Cuando el 19 de julio de 1936, la familia vicenciana se disponía a celebrar la que entonces era la fiesta de su fundador, san Vicente de Paúl, en Barcelona ardían ya varios templos, y todos los sacerdotes y religiosas se disponían a buscar refugio en casas amigas. Pero las llamas no consumieron el celo misionero de personas como el padre paúl Vicente Queralt, quien desde aquella hora se ofreció a confesar, celebrar la Eucaristía, asistir a los enfermos… desde la clandestinidad. El 30 de noviembre del 36 fue descubierto por un niño que fue monaguillo suyo y entregado a la Federación Anarquista Ibérica. «Ya está en el cielo. Hacia las cinco de la tarde le di el paseo, el mismo día de prenderle, yo mismo lo fusilé», reconocería un miliciano días después.

El Papa Francisco acaba de aprobar el decreto de su martirio y el de otros 20 fieles pertenecientes a la Familia Vicenciana –misioneros paúles, Hijas de la Caridad y laicos de la espiritualidad de la Medalla Milagrosa–, asesinados por odio a la fe entre 1936 y 1937, en Cataluña, Valencia y Murcia.

Escogidos por Dios

Entre ellos destaca el grupo que entregó la vida en Totana (Murcia): los sacerdotes José Acosta, Juan José Martínez y Pedro José Rodríguez, sobre quienes un testigo de su cautiverio confesaría más tarde: «La cárcel es una iglesia, todo el día están rezando». El padre Acosta llegó incluso a animar por carta a otros sacerdotes a que volvieran a la cárcel, pues no se consideraban víctimas, sino escogidos por Dios; en el momento de su muerte quiso recibir el tiro mortal de rodillas para encontrase de esa manera con el Señor.

En Cartagena sufrieron persecución muchos jóvenes de la Asociación de Hijos de María. Modesto Allepuz, Enrique Pedro Gonzálvez y José Ardil protagonizaron un hecho insólito. Su última noche en prisión, conocida su sentencia, pidieron reunirse con sus carceleros y les dijeron: «Nos despedimos en la persona de ustedes de todo el pueblo de Cartagena. Queremos que sepan que no nos llevamos odios ni rencores contra nadie. ¡Somos inocentes! Perdonamos a todos; a nuestros enemigos y a los autores de nuestra muerte. Lo único que pedimos es que se den por satisfechos con nuestra sangre y no se derrame ya más». Y a continuación se acercaron y les dieron un abrazo, en lo que constituye un acto único de perdón a los enemigos.

Ya en Valencia, al joven Rafael Lluch lo detuvieron por no querer quitar de su farmacia un cuadro de la Virgen María, y por oponerse a que los milicianos blasfemaran. Tres días después fue asesinado mientras gritaba: «¡Soy católico, soy católico! ¡Viva Cristo Rey!». Antes, en una carta dirigida a su madre, le consolaba: «No llores mamá, quiero que estés contenta, porque tu hijo es muy feliz. Voy a dar la vida por nuestro Dios. En el Cielo te espero».

Todos ellos son, como afirma sor Josefina Salvo, vicepostuladora de la Causa, «testigos de una verdad más profunda: el misterio de la relación del creyente en situación límite, con un Dios siempre fiel que nos recuerda y acerca al misterio de la cruz».

Junto a todos ellos, el Papa ha firmado también el decreto de virtudes heroicas de José Bau Burguet (1867-1932), sacerdote diocesano de Valencia, que destacó por su piedad y por una vida pobre y austera, dedicada especialmente a la catequesis de niños.

Venerable Luz Casanova

Para las Apostólicas del Corazón de Jesús es motivo de especial alegría que haya sido Francisco el Papa que ha firmado el decreto de virtudes heroicas de su fundadora. Luz Rodríguez-Casanova «encarnó ese mismo ese mismo espíritu de Iglesia en salida» y mano tendida a todos, creyentes y no creyentes, hasta el punto de que no dejaba de repetir que «rehusar las colaboración con otros es antiapostólico». Lo cuenta su biógrafa María José Torres, autora de Espiritualidad y originalidad femenina en Luz R. Casanova (1873-1949) (Verbo Divino).

Luz Casanova nació en Avilés (Asturias), en el seno de una familia aristocrática, que se trasladó a Madrid teniendo ella 12 años. De espiritualidad ignaciana y gran sensibilidad social, inició su obra como laica comprometida, hasta que, en 1924, entendió que su carisma debía ser vivido dentro de un nuevo instituto religioso, junto a otras compañeras unidas por «el más ardiente Amor al salvador y la máxima estima de la dignidad de la persona».

Las apostólicas hicieron de las periferias de Madrid su entorno natural, siempre sin hábito ni signos distintivos externos, y sin otra seña de identidad que «la ley interna de la caridad» y «el oído atento al murmullo de los pobres», porque su vocación era –y sigue siendo– «vivir su fe mezcladas entre las personas más pobres», prosigue María José Torres.

De la mano de un activo laicado apostólico, las apostólicas cuentan hoy con unas 30 pequeñas comunidades en varios países, con diversas obras educativas y sociales con personas excluidas, sin techo o víctimas de la violencia de género, colaborando con diversas organizaciones populares comprometidas con los derechos humanos y sociales de los mas pobres.