«Nos habíamos olvidado de Dios» - Alfa y Omega

«Nos habíamos olvidado de Dios»

El último número de La Nueva Europa contiene un artículo en el que se analiza un texto, publicado en 1983, del escritor y Premio Nobel Alexander Solzhenitsyn, que acaba de cumplir 88 años. Reflexiones sobre la revolución de febrero ha sido entregado de nuevo a la prensa por su autor, a causa de las muchas coincidencias que la situación de 1917 tiene con el mundo de hoy. En el fondo, una conclusión: «Los desórdenes vinieron porque nos habíamos olvidado de Dios»

Colaborador
Alexander Solzhenitsyn

En este año 2007 se cumple el nonagésimo aniversario de la revolución de 1917, que dio lugar al primer totalitarismo mundial. Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura en 1970, ha editado medio millón de copias de su librito Reflexiones sobre la revolución de febrero, en el que analiza los hechos acaecidos en un momento histórico, brevísimo pero denso en consecuencias capitales, que dieron lugar al golpe de mano bolchevique. Este texto fue publicado en 1983: «En aquel momento -cuenta Solzhenitzsyn-, sentí la necesidad de expresar de forma concreta algunas conclusiones sobre aquella sucesión de hechos históricos amargos. Hoy, a un cuarto de siglo de distancia, estas conclusiones pueden ser aplicadas a nuestra situación actual, por la inquietante carencia de principios sólidos».

El autor de Archipiélago Gulag busca, en cada nudo de la Historia, el papel central del hombre y su responsabilidad. Constata que los hechos que provocan los grandes sucesos históricos tiene siempre actores individuales detrás. Y va más allá: «Cuando hablamos de causas, debemos considerar también las circunstancias remotas, de naturaleza profunda, prolongadas en el tiempo, y no sólo las causas inmediatas que han provocado los hechos. Las sacudidas pueden destruir un sistema inestable, pero ¿por qué era inestable el sistema?».

Solzhenitsyn analiza el papel del zar Nicolás II, y dice de él que era «un cristiano en el trono», pero un cristiano que había perdido el conocimiento auténtico de la fe, con una mal entendida concepción de la unción divina, un mal entendido apego a la familia, un mal entendido sentido del sacrificio.

Las interpretaciones históricas más acreditadas describen la revolución rusa como una improvisada explosión popular, en parte espontánea y en parte dirigida por grupos revolucionarios, provocada por la carestía de alimentos por la que pasaba la capital rusa y la mala conducción de las tropas en el frente. En este punto, Solzhenitsyn no tiene dudas; no nos encontramos frente a una revolución en sentido clásico, sino ante una revolución «de decurso lento», construida durante años por una mentalidad y una cultura radicales: «La revolución es el caos con un fundamento invisible. Pudo vencer aunque no hubiera sido dirigida por nadie». Para él, la fuerza fatal que explica aquellos días fatales, el verdadero motivo sustancial, no es material, sino espiritual: «Desde el punto de vista material, fue el trono el que cayó. Pero mucho antes había caído el espíritu, el del propio zar y el del Gobierno. La revolución fue producida por algo bastante anterior a la revolución misma». Solzhenitsyn se refiere a la ideología liberal-radical que había ido penetrando el tejido civil durante décadas, contagiando no sólo a los progresistas, sino también a los ambientes aristocráticos: «Se había extendido -afirma- a la Administración estatal, a los ambientes militares, incluso al clero y el episcopado. También el Gobierno, abandonado a una resignada impotencia, en los últimos meses no creía ni en sí mismo ni en nada de lo que hacía».

El último paso con el que Solzhenitsyn concluye su análisis alude a la causa de las causas: «Recuerdo muy bien que, en los años veinte, muchos ancianos afirmaban con seguridad: Nos han sido enviados estos desórdenes porque el pueblo se ha olvidado de Dios. Pienso que esta explicación popular es más profunda que cualquiera de las conclusiones que han aparecido en todo el siglo XX gracias a las más refinadas indagaciones históricas. Diré más: si aceptamos esta explicación, debemos considerar que la revolución rusa y sus consecuencias no son algo exclusivamente local, sino que ha actuado como catalizador de toda la historia mundial del siglo XX».

Mara Quadri