La llena de gracia - Alfa y Omega

La llena de gracia

Colaborador
Inmaculada Concepción (detalle), de Zurbarán. Museo del Prado, Madrid

Y el nombre de la Virgen era María.

Sólo eras una sencilla mujer galilea, y menudo carrerón: ¡nada menos que llegaste a ser la Theotókos: Madre de Dios! Te autollamaste esclava, y tu humildad desencadenó una cascada de advocaciones: Por eso, todas las generaciones me llamarán bienaventurada, seguidas de un elenco interminable de piropos hímnicos, como canta el Oficio parvo de la Inmaculada: «Tú, la gloria de Jerusalén; tú, la alegría de Israel; tú, el decoro de nuestro pueblo», y todo el rango mariano de Reina, que canta la Letanía lauretana.

Con los pies en la tierra

Esta sencilla mujer nazarena, aparte de que guardaba todo esto en su corazón, vivía ya bajo un arco de luz y lágrimas: pesebre-Nazaret-cruz -de esta María aprendería la de Betania el secreto de la contemplación-, se ocupaba en todos los quehaceres domésticos: lavar, hacer la comida, planchar, asear al Niño, preparar el bocata del carpintero… José era el esposo programado por el Espíritu Santo. Pero María era una adolescente, y nos preguntamos si tenía otros sueños amorosos, propios de su lozanía y de un entorno fresco y desinhibido como es el de la muchachada. «Muchas veces debió de preguntarse –nos cuenta Martín Descalzo– por qué ella no era como las demás muchachas, por qué no se divertía como sus amigas, por qué sus sueños parecían venidos de otro planeta. Sabía, eso sí, que un día todo tendría que aclararse. Y esperaba…».

A la espera del misterio

Tú , María, acércate a nosotros y descúbrenos tus inquietudes y el horizonte blanco de tus sueños. A mí se me ocurre pensar que iban en esta línea:
Altísima misión
soplaba la brisa
cerca del Jordán y de Tiberíades.
Dormitaba cerca,
allá en Nazaret,
la pareja humilde de Joaquín y Ana.
Tienen un tesoro
mínimo y fragante como una violeta:
se llama María.

Y un interrogante:
¿una adolescente, que ríe y que llora,
que juega y que canta, que espera y que sueña…?
¿Amaba María?
María soñaba…
¿Amaba María?

Se presentó un ángel
que le dijo Ave:
un alto mensaje se alta teología.
La járitos pléres (la llena de gracia)
se turbó un instante: Ella no sabía…
¿Amaba María?

Ni varón siquiera
en este dilema ella conocía.

José, el carpintero, tuvo que acatarlo:
buscaba la huída, mordía el silencio…
y Dios lo sabía.

La doncella dijo Fiat
y entonó un profundo cántico
que puso al mundo de bruces:
ricos inanes y opulentos pobres,
gentes humildes versus prepotentes…

Una tarde gris,
sube al lugar santo de Jerusalén
a ver a su prima.
Vivía Isabel en la pobre aldea
de Ain Karim, a un paso de la Ciudad Santa.
Muy digno de ver
el dulce escenario
que compone el dúo Isabel-María:
los medios distintos,
distintos los fines…,
un mismo alborozo:
dos primas felices
en los días plácidos
que juntas vivieron.

Regresó la Virgen a la espera ansiosa
de su carpintero.
Ella meditaba en su corazón,
sentada en la orilla de sus ilusiones
y sus trascendentes misterios dormidos…
¡Amaba María!

Realidad intemporal

Como sospechábamos, María nos has dejado instalados en la perplejidad. Pero una cosa nos queda clara: que sobre el componente carne-espíritu de tu figura humana planea el vuelo del Espíritu. ¿Serás por eso la sin mancha y, también por eso, te llamamos bienaventurada?

Así te quería Dios, incontaminada, al asumirte (Asunción) en cuerpo y alma gloriosos, «raptada por los ángeles de presa», como, en vívida plasticidad, te describiera el poeta Gerardo Diego.

José Honorato Martínez Pérez