Quédate con nosotros - Alfa y Omega

Quédate con nosotros

«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída»: estas palabras, pronunciadas por los discípulos de Emaús y dirigidas al que se había hecho compañero de camino con ellos aquella tarde de desesperanza…

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«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída»: estas palabras, pronunciadas por los discípulos de Emaús y dirigidas al que se había hecho compañero de camino con ellos aquella tarde de desesperanza, lograron que el caminante, hasta entonces sin nombre, fuese a recogerse con ellos aquella noche en su casa. Estos días se las hemos dirigido también a Juan Pablo II.

Quédate con nosotros, porque las tinieblas del mal y del error nos acechan y tú has sido reflejo vivo, durante tus días terrenos, de la luz, de la verdad y de la fuerza de Dios entre nosotros. No las podía escuchar porque Dios lo estaba llamando a su seno para darle el premio merecido. Seguro que, si de él hubiese dependido, habría aceptado nuestra invitación para continuar ayudándonos con su palabra y testimonio, como lo hizo durante los prolongados años de su pontificado al frente de la Iglesia.

Poco antes, Jesús se ha dirigido a los de Emaús ayudándoles a entender las Escrituras y los últimos acontecimientos vividos por ellos en Jerusalén. Parecen palabras duras: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en la gloria?». También el Papa, si hemos compartido el camino con él, nos ha hablado con palabras semejantes. Somos torpes para recibir cuando se nos anuncia y transmite la salvación de Dios que nos viene de la vida en Cristo. Nos lo ha recordado reiteradamente Juan Pablo II: «Vale la pena vivir y dar la vida por Cristo».

Juan Pablo II se ha hecho compañero nuestro en el camino, compartiendo su gran amor a Dios con nosotros. Caminante hasta llegar a los mas recónditos lugares del orbe, ha sido el testigo por antonomasia de Cristo resucitado, y nos ha mostrado que hasta llegar ahí había que pasar por el sufrimiento, por la prueba del dolor y la enfermedad, por el calvario, por la entrega total, por la muerte.

¿No ardía nuestro corazón?

Al final lo hemos querido retener con nosotros, como los de Emaús a Jesús aquella noche. No obstante, Cristo se les escapó. Había cumplido su misión. Les había abierto los ojos, despertado su conciencia, devuelto la esperanza, apartado el miedo, de tal manera que pudieron desandar el camino que nunca debieron haber emprendido, el del alejamiento del Cenáculo, la confianza en el Maestro, la presencia de la Iglesia, el calor de la comunidad de los discípulos en Jerusalén.

A Juan Pablo II lo hemos querido retener con la fuerza de la oración y la plegaria, con tonalidades de canción popular: «Algo se muere en el alma cuando un amigo se va, algo se muere en el alma que no se puede olvidar; no te vayas todavía, no te vayas, por favor». Estábamos convencidos de que lo necesitábamos, como los de Emaús a Jesús. Encontramos demasiadas sombras en nuestro camino. Nuestras mentes están embotadas con el tener, el poseer, con lo material, con lo contingente y caduco. Nos falta capacidad para comprender las cosas de Dios. Nuestros corazones se encuentran apagados por falta de amor. Por eso, hemos precisado su presencia, su palabra y su testimonio, para poder sentir como los de Emaús cuando comentan: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Juan Pablo II ha calentado nuestros corazones, sembrando en ellos semillas de amor y esperanza, alentándolos a no tener miedo, a ser mensajeros de Cristo resucitado y a dar razón de nuestra esperanza.

Los discípulos de Emaús no esperaron al día siguiente para regresar a Jerusalén y dar testimonio de lo vivido y experimentado. Esa misma noche, inmediatamente, olvidándose de la recomendación hecha por ellos mismos anteriormente al caminante, se ponen en marcha para comunicar su descubrimiento, la gran noticia a sus hermanos: «Nos hemos encontrado con Él; le hemos reconocido al partir el pan».

La muerte ha sido vencida

Muchos han ido a ver al Papa estos días a Roma. Sobre todo, a orar por él. A ser testigos de su despedida y darle el ultimo adiós, a agradecerle todo lo que ha hecho por la Iglesia. Se han encontrado, no con un Papa muerto, sino con Cristo resucitado.

En estos momentos, todos tenemos que desandar el camino, como los de Emaús, y dar testimonio de lo que hemos visto y vivido estos días: dejar que Juan Pablo II sea signo de resurrección en nuestras vidas, porque su espíritu vive entre nosotros. Él, su recuerdo e imagen grabados en nuestros corazones, nos transmite esperanza, transforma nuestro horizonte, nos muestra el camino para alcanzar la resurrección.

Dios Padre no nos ha podido dejar mejor regalo en esta Pascua de 2005. Estamos celebrando la resurrección de Cristo; de esa resurrección ha participado ya Juan Pablo II, y en ellas, la de Cristo y la del Papa, nos hemos sentido resucitados cada uno de nosotros. No hace falta nada más que ver la alegría, el gozo, la paz, la esperanza que vive la Iglesia y sus miembros estos días. La muerte ha sido vencida. ¡¡¡Aleluya!!! Cristo ha resucitado. La Iglesia ha resucitado. Juan Pablo II se ha anticipado a la resurrección del final de los tiempos. Y en ellos y con ellos nosotros hemos resucitado.

Alejandro Hernández Martínez
Capellán castrense