Protagonistas de la historia fraguada por la esperanza - Alfa y Omega

Al concluir el Año de la Misericordia, el Papa Francisco nos ha regalado la carta apostólica Misericordia et misera. Son dos palabras que dan el retrato verdadero de Dios. San Agustín usaba estas palabras para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera. Aquella mujer que había perdido toda esperanza, que solamente esperaba la muerte, y experimenta el gran misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro de los hombres. Junto a esta mujer comprendemos hasta dónde llega el abrazo del perdón de Dios. Cuando cada uno nos situamos arrepentidos delante de la misericordia de Dios, su abrazo es tan real que iniciamos para nosotros y para todos los hombres una nueva época, la época de la esperanza, que lo es de misericordia.

En la encíclica Spe salvi, el Papa Benedicto XVI nos decía que «en esperanza fuimos salvados». «Según la fe cristiana, la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» (Spe salvi, 1). Ante los grandes vacíos que tiene esta cultura que engendra grandes desesperanzas o sustitutivos de la esperanza que hunden aún más al ser humano, seamos personas con esperanza y de esperanza.

Al iniciar el Adviento, me atrevo a invitaros a vivir un tiempo de esperanza, fraguado por el inicio de un camino nuevo, el mismo que recorrió la Santísima Virgen María. A Ella Dios le pidió permiso para entrar en su vida. Veamos esta realidad en la descripción que se hace de la visita del ángel Gabriel, con cuatro expresiones: «Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo»; «has encontrado gracia ante Dios»; «porque para Dios nada hay imposible», y «aquí está la esclava del Señor» (cf. Lc 1, 26-38).

Para vivir y dar esperanza tenemos que recorrer esas etapas de la mano de María: demos permiso a Dios para entrar en nuestra vida, quiere que optemos y decidamos; creamos en su promesa; entremos en una gran conversación; aboquémonos a realizar un compromiso con Dios para darle rostro humano, así es posible que el ser humano conozca la esperanza. Santa María contuvo en su vida a Dios mismo, fue vasija solo para Dios, así le dio rostro humano. Y por Ella conocimos al Dios verdadero, a Jesucristo. Siguiendo su camino, podemos «llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza» (Spe, salvi, 3).

En Spe salvi hay de trasfondo una pregunta que Dios nos sigue haciendo a todos los hombres: «¿Dónde estás?»… «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo y me escondí». La confesión de Adán puede ser la misma que muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo siguen haciendo. Y la respuesta es la desnudez: estoy sin fe, sin esperanza y sin amor. No me fío más que de mí mismo o de otros parecidos a mí mismo. No me abro a nada ni a nadie. Estoy sin esperanza. Pues escapado de Dios, habiéndolo dejado fuera de mí mismo, habiéndolo arrinconado, estoy sin el Amor. Fuera del amor de Dios, el ser humano es un desconocido, ni se entiende a sí mismo ni entiende a los demás.

Frente a esta respuesta está la de la Santísima Virgen María, llena de fe, amor y esperanza en Dios. Ella nos regala un camino de Adviento diferente y nos prepara a celebrar la Navidad, a dar rostro a Dios como Ella mismo lo hizo. Ella nos dice a todos nosotros con el salmista: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas» (Sal 97). Y, ¿cómo es ese cántico nuevo? ¿Cómo es tu vida de Adviento y de preparación de la Navidad? O lo que es lo mismo: «¿Dónde estás, María?». Estoy viviendo en y desde la fe, en y desde la esperanza, y en y desde el amor. ¡Qué belleza adquiere la persona de la Virgen María en la Anunciación! Es la belleza del ser humano que se abre totalmente a Dios para dale rostro. Es la hermosura de quien decide poner todo lo que es y tiene al servicio de Dios y, precisamente por eso, al servicio de los hombres. María se nos presenta en nuestra vida y en la historia como el icono en el que hemos de fijar la mirada para vivir el Adviento. Contemplad a María en estas tres dimensiones que organizan su existencia y que han de proporcionarnos la vivencia de este tiempo:

1. Contempla a María como mujer de fe. Es la mujer de la adhesión absoluta a Dios. ¿Cómo iba a entrar Dios en su vida si Ella hubiese tenido algún resquicio cerrado a Dios? ¿Cómo le iba a decir el ángel Gabriel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo», si en Ella no hubiera una confianza absoluta en Dios? María es el ser humano plenamente confiado y adherido a Dios. La apertura constante a Dios, el permanecer en diálogo abierto con Él es fuente inagotable de confianza en quien sabemos que nos ama.

2. Contempla a María como mujer de esperanza. Ella tiene experiencia cercana de Dios: «“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” […] “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». Dios es quien da y es la esperanza. María, recipiente abierto a Dios, tiene meta, tiene seguridad en quien es el que da la salvación y la liberación. Ella tiene esperanza porque no solamente ha conocido a Dios, sino que le ha dado rostro humano. A las razones que Dios le había concedido como gracia en su vida, María añade y se abre plenamente a las razones que Dios le da para vivir. Y así la esperanza aumenta y crece. Una esperanza que crece en la oración, en el diálogo sincero, abierto y prolongado con Dios.

3. Contempla a María como la mujer que dio rostro al Amor. Sin amor el ser humano es un desconocido. Nadie puede vivir sin amor. Pero no vale cualquier amor para construir la vida. En María se da la explosión más grande del Amor de Dios. Ella concibe en su seno, por obra del Espíritu Santo, a Dios mismo y le da rostro humano. Por Ella hemos conocido el Amor de Dios en concreto. De alguna manera, quien desee aprender a regalar el Amor de Dios, tiene que fijarse en María para ver cómo Ella lo hizo. Regalar este amor no está exento de trabajo y de dificultades que a veces hacen sufrir. Pero es en el trabajo, en el actuar, en la entrega de la vida y en el aguante ante la dificultad, donde se aprende a vivir en la esperanza. Que pueda decir que estoy, como María, viviendo con fe, esperanza y amor. Y lo estoy aprendiendo en su propia escuela y teniéndola a Ella como Maestra. Escuela donde la apertura a Dios es total, se habla con Dios, se trabaja dando la vida para que los demás la tengan y donde el sacrificio es parte integrante de la existencia humana, porque solamente dando la vida se alcanza la Vida.