Juan Pablo II cumplió su misión - Alfa y Omega

Juan Pablo II cumplió su misión

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Juan Pablo II ha sido Testigo de esperanza para el mundo, y especialmente para los católicos. Los complejos problemas de nuestra sociedad tienen solución desde la antropología cristiana, que está en el centro de la enseñanza del Papa sobre Jesucristo y el hombre. Y las dificultades para llevar a cabo la nueva evangelización en un mundo secularizado, incluso laicista, las superan los testigos fieles de Jesucristo como Juan Pablo II.

El Papa ha llegado a todos los rincones del mundo, ha tocado el corazón de millones de almas, ha abierto las puertas del tercer milenio con la mirada puesta en Cristo, y en los últimos tiempos ha llevado a cuestas la cruz del Salvador del mundo. La primera encíclica de Juan Pablo II fue sobre Jesucristo, el Redentor del hombre; y en la última Carta, también sobre Jesucristo-Eucaristía: Quédate con nosotros, Señor, le ha dicho con los discípulos de Emaús. Y Jesús se queda.

Juan Pablo II ha gastado su vida en llevar a los creyentes a Cristo, y precisamente por eso ha mostrado que no puede haber encuentro con Jesús sin la Iglesia. Éste es el gran problema de la mediación que muchos hombres de hoy no acaban de entender ni de admitir. Ahora, sin este Papa, sentimos aún más que la Iglesia está en nuestras manos. Pero, ¿qué Iglesia ha visto Juan Pablo II, cómo se puede conciliar la fe y la modernidad, qué perspectivas vemos ahora para la renovación de la vida cristiana?

La Iglesia del Papa es la Iglesia de Jesucristo, tan viva hoy como hace veinte siglos, pues está animada por el Espíritu de vida. Las enseñanzas de Juan Pablo II durante estos años proporcionan una panorámica de la Iglesia en sus aspectos fundamentales. Por ejemplo, la comunión jerárquica de los pastores entre sí y con el Papa; la vocación a la santidad para todos los fieles, así como la misión de los laicos en la Iglesia; el impulso ecuménico, a pesar de tantos obstáculos, en torno a un solo Señor y una misma fe; finalmente, la riqueza espiritual de los sacramentos como huellas de Cristo que encaminan a la santidad, como hemos visto en los cinco santos canonizados en su último viaje a España, y después en la Madre Teresa de Calcuta que, por diversos caminos, han contribuido a transformar la sociedad apoyados en la fuerza de la oración. Pero Juan Pablo II siempre ha deseado canonizar a más hombres y mujeres que se han santificado en el matrimonio, en el trabajo, en la política y en el arte.

Ser modernos y fieles a Jesucristo

La Iglesia camina con el tiempo, y lo santifica desde la perspectiva de la eternidad, evitando así la tiranía del presente. No es verdad que la Iglesia esté desfasada, como dicen algunos, porque miran sólo algunas formas externas y no llegan a percibir la secularidad de la inmensa mayoría de laicos inmersos en las tareas humanas, codo con codo con los demás hombres, creyentes o no creyentes. Las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la Iglesia muestran la lógica tensión entre la tradición e innovación que es señal de vida. No en vano ha dicho a los jóvenes españoles, con buen humor: «Soy un joven de 83 años».

Además, todos somos testigos de que Juan Pablo II ha sido el primer líder mundial que ha dado a conocer un programa de acción para el tercer milenio, ya en los años ochenta. Verdaderamente en Novo millennio ineunte está el programa de la Iglesia para este milenio, y no puede ser otro que Jesucristo presentado de modo vivo y actual. Por eso los jóvenes de todo el mundo conectan con el Papa, cuando les recuerda que «Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino», propuesto en un clima de diálogo y comprensión con los no creyentes, porque «las ideas no se imponen, sino que se proponen», como les ha dicho en Madrid.

Muchos estamos de acuerdo en que una clave del pontificado de Juan Pablo II consiste en desarrollar el ConcilioVaticano II y especialmente la vocación a la santidad y la unidad de los cristianos, pues todavía queda mucho por hacer. Además, el Papa habla siempre el lenguaje de la esperanza porque cree en Jesús. En tiempos de crisis los hombres quedan sin asideros y se tambalean; por ello, la Iglesia ofrece con sus enseñanzas asideros firmes a los que agarrarse para no ser engullidos en el agujero negro del relativismo religioso y moral. Y lo hace porque cree firmemente en los hombres como imagen de Dios.

Hoy podemos encontrar a muchos cristianos que son buenos profesionales, que han cobrado nuevos bríos desde el último viaje del Papa y se han comprometido, a diversos niveles, para recristianizar la sociedad. Se han llenado de esperanza. El Papa ha dado testimonio ante los jóvenes de su vocación al sacerdocio cuando se dirigió a cada uno en Cuatro Vientos para decirles: «Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el Sí gozoso de tu persona y de tu vida». Aunque no sean cifras inmediatas, estos viajes del Santo Padre dejan una estela de vocaciones en cada país. Y también en sus Catequesis sobre la Iglesia proclama abiertamente la vocación a la santidad para los jóvenes, para las mujeres y para las familias.

En las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la Iglesia, vemos que no ha surgido por intereses humanos sino por expresa voluntad de Dios, que la ha prefigurado desde los orígenes, la ha preparado por medio del pueblo judío, y la ha fundado Jesucristo como misterio de comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí por la caridad. Espejo de la Trinidad entre los hombres, que ha recibido los medios de santificación por los que el Espíritu Santo renueva de continuo los corazones y la faz de la tierra. Serán testigos creíbles del Evangelio los cristianos que vivan en Dios y para Dios, que eso son los santos.

Sabemos que Juan Pablo II ha dedicado varias horas del día a la oración, se preparó y vivió la Eucaristía con mucha interioridad sin acostumbramiento. Muere poco después de concelebrar la Santa Misa, de seguir el vía crucis y de escuchar la Sagrada Escritura. Ésta ha sido siempre la clave de los santos y el secreto de la Iglesia. Pero hay que esforzarse por entenderlo con una mirada más profunda, porque, si no hay interioridad, es imposible entender ese misterio de la Iglesia.

Jesús Ortiz López