«Se me ha acercado y me ha pedido que le confiese de un aborto cometido por su novia hace 30 años» - Alfa y Omega

«Se me ha acercado y me ha pedido que le confiese de un aborto cometido por su novia hace 30 años»

«Cuando inspiras confianza», las madres que han abortado ven en algunos sacerdotes «la oportunidad de canalizar» su dolor. El Papa ha generalizado las vías por las que estos venían absolviendo el aborto

María Martínez López
Una mujer se confiesa en el santuario de Lourdes. Foto: María Martínez López

«Esta mañana se me ha acercado un señor por la calle, y me ha pedido hablar», cuenta a Alfa y Omega un sacerdote que prefiere no dar su nombre. No habían pasado ni 24 horas desde que la mayoría de los medios se hicieran eco de la decisión del Papa de permitir a todos los sacerdotes absolver el pecado de aborto. «Llevaba más de 30 años con una carga en el corazón porque su novia había abortado. Estaba muy arrepentido, pero no había encontrado valor para sacarlo. Él lo había oído en la radio, y le ha bastado eso».

Hasta ahora, para resaltar de forma «pedagógica» la gravedad del aborto, absolverlo y levantar la pena de excomunión que conlleva «estaba reservado al obispo, que delegaba en el penitenciario» y, en diócesis como Madrid, «en los vicarios». Lo explica el padre Jesús Chavarría, de Proyecto Raquel, una iniciativa católica de sanación posaborto. Con todo, había vías para que este requisito no se convirtiera en un obstáculo insalvable. Si se consideraba oportuno, «se podía pedir licencia para dar la absolución llamando en el momento al obispo o al vicario».

A veces, ni siquiera esa llamada era necesaria. «Algunos obispos han dado al sacerdote encargado de Proyecto Raquel en su diócesis la facultad» de perdonar el aborto. Lo mismo ocurría en Madrid con las parroquias cercanas a abortorios. En ellas, los sacerdotes tenían la instrucción de darles la absolución, poniéndoles como penitencia «hacer un acto de caridad en defensa de la vida, y algún tipo de oración por su bebé». Este acto aúna el reconocer la gravedad real de lo que se ha hecho, y la reconciliación. Habla Pedro José Lamata, sacerdote que estuvo en una de estas parroquias y ahora es delegado diocesano de Infancia y Juventud. Algo similar se hacía –añade– en iniciativas de evangelización.

El sacerdote madrileño Santos Urías, de la parroquia de San Millán y San Cayetano, también ha dado la absolución en casos de aborto. Algunos eran de mujeres inmigrantes de su parroquia, pero la mayoría los ha conocido «por mi trabajo con mujeres en riesgo de exclusión. Cuando inspiras confianza algunas ven la oportunidad de canalizar» el dolor que llevan dentro. Algunas habían tenido malas experiencias con otros sacerdotes.

Del hilo a la madeja

En su carta apostólica Misericordia et misera, el Papa institucionaliza estos arreglos, pero insiste en que los confesores deben ser «guía, apoyo y alivio». «No dice que se pueda absolver alegremente», matiza Jesús Chavarría. El sacerdote «tiene que ayudar a esa persona sea sanada íntegramente. El aborto es un hilo que nos lleva a una madeja mucho más grande». Por eso, después de perdonarla en nombre de Dios, a la mujer «se le puede ofrecer seguir acompañándola o que acuda a Proyecto Raquel. Es una herramienta muy bonita que el Espíritu Santo nos ofrece. Pero no es imprescindible; Dios sana como quiere».

También Urías acompaña a las mujeres que confiesa para ayudarlas a perdonarse, y a «reconstruir las situaciones afectivas» que las han llevado hasta eso. Este sacerdote está implicado en promover centros de escucha en parroquias, y es este tipo de acompañamiento el que desarrolla con ellas. Las claves –explica– son «que no se sientan enjuiciadas. La escucha activa posibilita que la persona pueda soltar todo lo que lleva dentro y que encuentre en sí misma los recursos para reconstruir las heridas que pueda tener».

«Más exigente»… con la Iglesia

La decisión del Papa –concluye Chavarría– «no es una rebaja. De hecho, es mucho más exigente», pero con los sacerdotes y las comunidades. Para los primeros, «supone entender a la persona y ponerla en la verdad», desde «la caridad y la dulzura de Jesús». Eso requiere oración y «prepararse muy bien». Los sacerdotes y laicos que quieran implicarse más en esta labor pueden hacer la capacitación de Proyecto Raquel. Pero, sin llegar a eso, cree que sería buena idea incluir sus fundamentos en los seminarios y en la formación permanente de los sacerdotes, como ya han hecho Madrid, Granada, Tarragona, Cádiz o Alcalá de Henares. También para la comunidad es un reto; el de «acoger a esa mujer y festejar la misericordia», en vez de ponerle obstáculos o hacerle saber que no es bienvenida.

El Camino de la Consolación de Lourdes

El sacerdote Víctor Hernández ha acogido con mucha alegría que le hayan renovado el contrato como misionero de la misericordia. «He visto como el Año Santo ha sido una gracia y una liberación para mucha gente, que no ha tenido que acudir a la Santa Sede para confesar los pecados reservados a esta». Durante el Jubileo, han acudido a él también mujeres que habían abortado. Las movía «la añoranza del amor de Dios, sentir que Su amor es lo que nos reconcilia con nuestra historia». Además de intentar sanarlas, los misioneros buscaban «que recuperaran la dimensión comunitaria de la fe», integrándose en la vida de la Iglesia.

En este ámbito, recuerda una iniciativa que se inauguró en el santuario de Lourdes en el cierre de su Puerta Santa: un Camino de la Consolación, como un vía crucis con «puntos de meditación y frases del Evangelio. El camino termina en una gruta cercana a la de la Virgen, donde hay un Libro de la vida en el que las madres pueden poner el nombre de sus hijos no nacidos para que las religiosas y los peregrinos del santuario recen por ellos».