Monarquía e Iglesia: una historia de encuentros - Alfa y Omega

Monarquía e Iglesia: una historia de encuentros

Desde la renuncia de Juan Carlos I a la presentación de obispos en 1976 al deseo de Felipe VI de una buena preparación espiritual para la Navidad el pasado martes en la sede de la Conferencia Episcopal, hay un largo camino de reconocimiento y colaboración entre la Iglesia y la monarquía española, alabado en numerosas ocasiones por los Papas. Marcelino Oreja y Carlos Amigo, entre otros, lo constatan en Alfa y Omega

Fran Otero
Felipe VI y Letizia visitaron por primera vez la sede de la Conferencia Episcopal Española. Foto: CEE

La historia de los últimos 40 años de nuestro país no puede entenderse sin dos instituciones clave: la monarquía y la Iglesia. Ambas compartieron la necesidad de promover los cambios políticos y sociales que pedía la incipiente democracia que dejó la muerte de Franco. Cada una entendió su papel y actuó según sus competencias, pero en un clima de colaboración. Testigo de ello fueron personajes de la talla del exministro Marcelino Oreja o Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito, que analizan para Alfa y Omega, a raíz de la visita de Felipe VI a la Conferencia Episcopal, la relación entre Iglesia y Corona; desde las relaciones institucionales, como su papel en las visitas a España de los Papas, a cuestiones más personales como la atención religiosa del arzobispo castrense a los monarcas.

Normalización de relaciones

La relación de la Iglesia católica con la Corona en los últimos 40 años no puede entenderse sin la decisión de Juan Carlos I en 1976 de renunciar a la presentación de obispos, que acabó con la tensión existente entre el Estado y la Iglesia, que había caracterizado los últimos años del franquismo. A partir de ese momento, ya en clave conciliar, la Santa Sede vio normalizadas sus relaciones con un país eminentemente católico.

Una de las figuras que vivió en primera persona aquellos acontecimientos fue Marcelino Oreja, entonces ministro de Exteriores. En conversación con Alfa y Omega, Oreja remite a una reciente intervención suya en unas jornadas de la Congregación San Pedro Apóstol: «El 8 de julio de 1976, fecha de toma de posesión de Suárez y de la celebración del primer consejo de ministros […], el rey nos dijo que era necesario dar un nuevo curso a las relaciones con la Iglesia y que él estaba dispuesto a renunciar al derecho histórico de la Corona española de presentación de obispos. […] Esta decisión representaba la apertura de la sustitución del concordato y la necesidad de abrir un nuevo camino entre la Iglesia y el Estado».

Firmado ese acuerdo, el propio Oreja fue recibido por el Papa Pablo VI, que le pidió que expresara al rey el reconocimiento de la Iglesia por permitir que las relaciones discurrieran en un marco de concordia y colaboración. «Confieso que me impresionaron mucho sus palabras», recuerda.

Antes de esta decisión, no hay que olvidar la Misa en los Jerónimos, presidida por el cardenal Tarancón, para rezar por los reyes y por el futuro de España. Lo cuenta Fernando Sebastián en sus memorias: «Nos parecía importante manifestar la voluntad de la Iglesia de superar tiempos pasados y estar presentes en la nueva época de España, colaborando activamente para iniciar un tiempo nuevo, de libertad, reconciliación y progreso. Era necesario anunciar solemnemente a todos los españoles la nueva forma de situarse de la Iglesia en la sociedad española». Todo ello lo recogió el propio Tarancón en una homilía, preparada por el propio Sebastián, que ha pasado a la historia.

A estos pasos siguieron otros: la introducción en la Constitución de una mención especial a la Iglesia católica y, tras la aprobación de la Carta Magna, la suscripción de los Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado en educación y cultura, economía, asuntos jurídicos y asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas. Una fórmula que alabó Juan Pablo II en un encuentro con Marcelino Oreja: «Al terminar, el Papa se levantó y mirando hacia la ventana, como si estuviera solo, dijo en voz alta: “Cuándo podrá Polonia firmar unos acuerdos como estos”».

Respeto y reconocimiento mutuo

Uno de los aspectos más importantes en la relación entre ambas instituciones es el reconocimiento mutuo de su servicio a la sociedad española desde la Transición hasta nuestros días. Tal y como explica el cardenal arzobispo emérito de Sevilla, Carlos Amigo, el vínculo entre la Corona y la Iglesia «ha sido ejemplar, marcado por un respeto que va más allá de la oficialidad o el protocolo». «La Iglesia es muy consciente de la labor admirable que ha llevado a cabo la monarquía en nuestro país, muy especialmente durante la Transición. Una labor que sigue haciendo. No tenemos más que dar gracias a Dios por esta situación en la que vivimos que, además, respeta la autonomía de todas las instituciones», reconoce a Alfa y Omega. Cree, además, el cardenal Amigo que con la visita del martes los Reyes han mostrado «una gran sensibilidad» al reconocer «lo que representan estos 50 años de CEE y lo que ha ayudado a la convivencia en nuestro país».

A ese reconocimiento se sumó como anfitrión el presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Ricardo Blázquez, antes de que Felipe VI tomara la palabra: «Su presencia nos ofrece la oportunidad de manifestar nuestra condición de leales ciudadanos y la convicción de que nuestra misión pastoral como obispos, si es adecuadamente cumplida, significa también un auténtico servicio a nuestra sociedad», dijo.

Por su parte, el rey mostró con su visita el apoyo y la colaboración de la Jefatura del Estado a la labor de la Iglesia en España. De hecho, el monarca recogió en su discurso –también con cifras– la ingente labor que la Iglesia ha llevado a cabo en los últimos años con motivo de la crisis económica, así como su compromiso con los más vulnerables. «Los españoles debemos reconocer y agradecer a la Iglesia la intensa labor asistencial que desarrolla, el ejercicio de solidaridad que realiza y proyecta y que contribuye también la cohesión de una sociedad que, más allá de las creencias de individuos o grupos, ha de tender a vivir en paz procurando eliminar aquellas desigualdades que generan exclusión», afirmó. Esta muestra tan explícita de apoyo ha sido una constante en los últimos 40 años con gestos y presencias. Solo hay que echar un vistazo a las numerosas visitas papales a nuestro país y a la presencia en ellas de la Casa Real.

El cardenal Blázquez entrega a los reyes de España un regalo de parte de la Conferencia Episcopal. Foto: CEE

Relación en la fe

La monarquía española es católica, aunque la institución se ha adaptado perfectamente a una sociedad plural. Eso no quiere decir que en las costumbres de la Corona no esté arraigada la fe que comparten con tantos compatriotas. Tanto los reyes Juan Carlos y Sofía como Felipe y Letizia han mantenido un contacto con la Iglesia en los principales acontecimientos de su vida y esto ha generado una serie de relaciones con la jerarquía católica que no hay que pasar por alto. Es sabida la buena relación entre la Casa Real y el cardenal José Manuel Estepa, muy cercano al rey Juan Carlos y quien preparó para el matrimonio a los actuales monarcas. O con el cardenal Amigo: «A veces, me avisaban de que iban a venir a Misa a la catedral. No era un acto oficial. Recuerdo que una de las últimas veces coincidió con el santo del rey Juan Carlos y allí estaban para dar gracias a Dios por la familia. Puedo decir que las relaciones eran de mucho respeto e, incluso, de afecto personal. Nos conocíamos y así nos tratábamos».

Una cercanía que también experimentó Fernando Sebastián en su etapa como arzobispo de Pamplona. «El rey Juan Carlos tuvo siempre conmigo un trato amable. En los almuerzos me invitaba siempre a bendecir la mesa. Y alguna vez que el Gobierno de Navarra no me había invitado al almuerzo, mandó que me llamaran y detuvo todo hasta que yo llegué. En uno de esos encuentros me dijo que si estaría dispuesto a ir a Zarzuela para mantener una conversación reposada con él. Lo hicimos». Con Felipe y Letizia, Sebastián tuvo también sus encuentros cuando eran príncipes, aunque su recuerdo es un poco más amargo. Se trataba de la inauguración de un centro de investigación: «En el programa estaba previsto que el arzobispo bendijera las instalaciones. Dos días antes, me dijeron que se suprimía la bendición. Les respondí que, si no había bendición, yo no asistiría al acto. Por fin encontramos un arreglo. Yo bendije el centro la víspera y al día siguiente el príncipe lo inauguró. Pero yo no asistí. Tenemos que ponernos cada uno en su lugar».

La histórica abdicación del rey también tuvo un capítulo religioso. Se respetó la aconfesionalidad del Estado en todos los actos públicos –de hecho, algunos vieron frialdad con Iglesia–, pero el nuevo rey y su familia celebraron una Eucaristía en La Zarzuela con carácter privado por el traspaso de poderes, presidida por el cardenal Rouco Varela y por el arzobispo castrense, Juan del Río.

El último gesto hacia la Iglesia y la fe católica se produjo en el mismo salón de plenarias el martes. Con toda naturalidad, el rey, ante el inicio del año litúrgico con el Adviento, deseó para todos una buena preparación espiritual para la Navidad.