8 de marzo: san Juan de Dios, el loco que salvó primero a los Cristos vivos
Primero soldado y después librero en Granada, fue encerrado en un hospital de salud mental tras escuchar una predicación de san Juan de Ávila. Mejorar las vidas de estos enfermos maltratados fue su vocación
A veces, para sacar a otros del agujero, uno mismo tiene que bajar a los infiernos y vivir en carne propia los sufrimientos de los demás para, así, aliviarlos mejor después. San Juan de Dios pasó por esta experiencia cuando fue encerrado en el Hospital Real de Granada como un loco más de los muchos que abundaban por la ciudad: salió para atender a aquellos con los que compartió penurias y hoy es el patrón de todos los enfermos del mundo.
Juan Ciudad nació en 1495 en un pequeño pueblo portugués, Montemor-o-Novo, en la región del Alentejo. Desde muy niño trabajó como pastor del ganado del conde de Oropesa, Francisco Álvarez de Toledo. Cuando cumplió 28 años se alistó como soldado en las tropas del conde al servicio del emperador Carlos V y así fue testigo de excepción del sitio de Fuenterrabía y de la liberación años después de la ciudad de Viena, tomada por los turcos.
Sus biógrafos cuentan que la vida castrense y las campañas militares dejaron en él una huella profunda y minaron su vida interior. Tras estas experiencias, un Juan Ciudad postrado y abatido volvió a su tierra, pero se encontró con que sus padres habían muerto y no quedaba nadie que lo conociera.
Se dedicó entonces a vagar por el mundo. Sevilla, Ceuta y Gibraltar conocieron el paso cansado del futuro santo, en el que empezaba a brillar una inquietud espiritual. En Ceuta se empleó como albañil solo para poder asistir a una familia noble venida a menos y en Gibraltar se puso a vender libros religiosos, que colmaban de alguna manera su desazón.
En 1538 abrió una librería de esta temática al lado de la puerta de Elvira, en Granada y, un año más tarde, tuvo lugar el hecho que cambiaría su vida para siempre. El 20 de enero se pasó por la ermita de los Mártires, al sur del recinto amurallado de la Alhambra, donde estaba predicando san Juan de Ávila. No ha llegado hasta nuestros días el contenido de aquel sermón, pero debió de impactar sobremanera al librero, tanto que empezó a lanzar gritos sin control. Salió fuera y estuvo vagando tres días por la ciudad, sin comer y dándose golpes de pecho pidiendo misericordia a Dios. Unas buenas personas lo tomaron de la mano y lo llevaron al Hospital Real de Granada, donde entonces se dejaba a los locos de la ciudad.
Allí vivió una desoladora experiencia de inmersión en la situación de los enfermos de salud mental de aquel tiempo. Celdas oscuras, correas de inmovilización, azotes, baños de agua fría, exorcismos y cadenas eran el tratamiento habitual para ellos. «¿Por qué tratáis tan mal y con tanta crueldad a estos pobres miserables y hermanos míos?», decía Juan a los encargados de llevar a cabo tales prácticas. «¿No sería mejor que os compadecieseis de ellos, los limpiaseis y dieseis de comer con más caridad y amor con que lo hacéis?».
Fue en esos meses cuando Juan tomó conciencia de la misión que iba a ocupar el resto de sus días: «Jesucristo me traiga tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio y servirlos como deseo», escribió.
Un hospital revolucionario
Salió de allí, se puso bajo la dirección espiritual de Juan de Ávila y se encaminó hasta Guadalupe para recibir formación en enfermería en el Hospital General de la Orden de los Jerónimos, una de las mejores escuelas de aquel tiempo en ese ámbito. A su vuelta a Granada fundó un centro que fue una auténtica revolución para la época: el primero que separó a los pacientes en salas según su dolencia y —asombrosamente para nosotros hoy— asignó una cama solo a un enfermo y no a varios.
Viajó por toda España para recabar dinero para su obra y fue en Tui donde el obispo le llamó Juan de Dios, el nombre con el que empezó a ser conocido en todo el país. En Granada su fama explotó el día en que se desató un incendio en el Hospital Real: al ver a algunos intentando salvar los crucifijos de valor, gritó: «¡Primero los Cristos vivos!». Y entró en medio de las llamas para sacar de allí a los enfermos.
En otra ocasión se lanzó al río Genil para salvar a un joven de morir ahogado. Como consecuencia, cogió una pulmonía que debilitó su salud y, al final, acabó con su vida. El 8 de marzo de 1550, sintiéndose ya muy cerca de morir, se bajó de la cama para arrodillarse y rendir su alma al Señor. De este modo murió, tal como vivió, Juan Ciudad, a quien todos en Granada llamaban el loco de Dios.
- 1495: Nace en Montemor-o-Novo
- 1523: Se alista como soldado al servicio del emperador Carlos V
- 1538: Abre una pequeña librería en Granada
- 1539: Escucha el sermón de san Juan de Ávila
- 1550: Muere de pulmonía al intentar salvar a un ahogado
- 1690: Es canonizado por Alejandro VIII