Padre Arrupe: El nuevo hogar de 14 personas sin techo con enfermedades graves - Alfa y Omega

Padre Arrupe: El nuevo hogar de 14 personas sin techo con enfermedades graves

La Fundación Padre Garralda-Horizontes Abiertos inaugura una casa para personas sin techo enfermas

Ricardo Benjumea
Foto: D. Sinova/Comunidad de Madrid

«Si a cualquiera de nosotros nos dan el alta en el hospital es una buena noticia, pero la cosa cambia mucho cuando vives en la calle», decía Lola Navarro, presidenta de la fundación Padre Garralda-Horizontes Abiertos, al inaugurar el proyecto padre Arrupe, convertido en el nuevo hogar de 14 personas sin techo en situación terminal o convalecientes de enfermedades graves. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, «admiradora incondicional» del jesuita Jaime Garralda, aprovechó el acto para anunciar la puesta en marcha de un plan de personas sin hogar.

La casa está situada en Villanueva de la Cañada, en un idílico entorno natural a unos 40 kilómetros de Madrid. Fue donada en los 90 por la Fundación Social de Caja Madrid, e inicialmente sirvió para acoger a presos enfermos terminales, la mayoría enfermos de sida excarcelados gracias a un cambio legislativo impulsado en aquellos años por el padre Garralda. Pasados unos años, el edificio se destinó a drogodependientes crónicos, por lo que, desde finales de junio, ha vuelto en cierto modo a su uso inicial.

El primero en llegar a la casa fue Rafa. Le falta una pierna y una orden de alejamiento le impide regresar a su casa. Con su discapacidad no podía vivir en la calle, pero tampoco estaba capacitado para convivir en un hogar. El cambio, cuenta un educador del centro, ha sido espectacular. «Aquí me ayudan todos mucho, todos me aprecian», dice el propio Rafa.

Las 14 plazas disponibles del Proyecto Arrupe se llenaron en solo 10 días. Se trata de varones derivados por trabajadores sociales de centros hospitalarios o el Samur Social, explica el director del centro, Vicente Zafrilla, que se encargó de ir a buscarlos uno a uno para a invitarlos a venir. «Tenemos a muchos más en lista de espera –se lamenta–, pero no hay capacidad para más. Esto nos dice claramente que existe una gran carencia».

Solo hay un centro de características similares en Madrid, con unas 40 plazas, pero los criterios son bastante más exigentes para los usuarios. El proyecto Padre Arrupe acoge a personas en las situaciones «más graves y complicadas, a las personas más deterioradas y con enfermedades más dañinas y de más difícil recuperación», físicas y mentales, añade Zafrilla.

Un caso particular es el de Django. El educador José Manuel, uno de los 16 trabajadores del centro, lo describe como «un ejemplo de valentía». Vino desde Mali andando casi todo el trayecto. Le llevó unos 3 años y en el trayecto perdió a muchos compañeros. Saltó la valla a Ceuta, cruzó el estrecho en patera y, durante algo más de 10 años, fue de un sitio a otro, consiguiendo trabajos con sueldos de miseria, la mayoría en el campo.

Recogiendo fresas en Huelva este verano sufrió un ictus. Ahora está en silla de ruedas y le cuesta trabajo hablar. «En su país, con esta discapacidad, lo tendría muy difícil», explica José Manuel.

Django y el resto de sus compañeros hablan de cuando Vicente les ofreció venir a vivir en la casa como de un momento estelar que cambió sus vidas. La comida, los cuidados… Todo eso es muy importante, pero lo que coinciden en destacar es el trato humano. «Ha sido muy fuerte para mí, porque en mi vida me había encontrado en esta situación, nunca había tenido que pedir ayuda, así que estoy muy agradecido», dice Emiliano. Su compañero Pedro propone beatificar al padre Garralda, pero cuando Cifuentes le hace ver que, para iniciarse el proceso, el jesuita tendría primero que morirse, rectifica: «¡La gente como él no debería morirse nunca!».

«El cariño cambia la vida», les dice el sacerdote, que a sus 95 años conserva una energía y una jovialidad contagiosas. «A todos vosotros os faltaba cariño, y eso es una canallada. Llevabais muchos años acostándoos sin que nadie os dé un beso de buenas noches. Y eso pega. Tú, que llevas tiempo solo, necesitas que alguien te dé un abrazo. Y nosotros también lo necesitamos. Quiero que tengáis muy en cuenta que nadie viene a esta casa solo para recibir. Para seguir trabajando nos hace falta vuestro cariño. Así es como formamos una familia. Este es el ideal, que nos queramos. Y queriéndonos, tenemos una vida nueva. Te sientes persona cuando te llamamos por tu nombre, te miramos a los ojos… ¡Jamás permitiré yo que uno de vosotros me trate de usted o de “don padre”! No, no, llamadme “Jaime”, porque somos familia. Y después de una temporada, cuando te acuestas, sabes que no tienes solo casa y comida, también tienes gente que te mira a los ojos y te quiere. Así te curas. Si solo tienes una cama, sigues siendo un desgraciado marginado. Pero si te miran a los ojos, empiezas a ser persona, y esa es la alegría que tenemos nosotros: que al calor nuestro habéis recuperado esa gran maravilla: sois personas con todos los derechos», no «bultos en las aceras» que la gente esquiva.