Miguel Norbert Ubarri: «San Manuel González es uno los grandes místicos españoles» - Alfa y Omega

Miguel Norbert Ubarri: «San Manuel González es uno los grandes místicos españoles»

Antonio Moreno Ruiz
Miguel Norbert, junto al busto de san Manuel González, en el Seminario de Málaga. Foto: S. FENOSA

En su etapa como profesor universitario en Holanda y Bélgica, Miguel Norbert Ubarri trataba de sostener su fe en un ambiente que relativizaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La lectura de la obra de san Manuel González le fortaleció hasta tal punto de convertirse, hoy en día, en uno de los mayores estudiosos de la misma.

¿Dónde comenzó su amor a Manuel González?
En mi país natal (Puerto Rico), allá por 1993. Yo pertenecía ya a la Tercera Orden Carmelita. Era un periodo en el que las Nazarenas intentaron hacer una fundación en Puerto Rico y no se logró. Algunas personas de la Tercera Orden formaron parte de un equipo para promover la Unión Eucarística Reparadora (UNER) y, en ese contexto, fue donde lo conocí. Inmediatamente me hice miembro de los Discípulos de San Juan, obra fundada por él.

Pero el culmen llegó en sus años como profesor en Europa…
El carisma reparador de san Manuel González se activó en mí cuando yo me encontraba en Holanda y Bélgica. Allí viví un momento de unas corrientes teológicas que, no es que negaran, pero sí relativizaban bastante el asunto de la presencia real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. La lectura del libro Aunque todos… Yo no de san Manuel me fue fortaleciendo en esa fe eucarística, esa fe en la presencia real, esa centralidad en la Eucaristía. Hasta que llegó el momento de una gran confrontación de varios sacerdotes y teólogos que me preguntaron que por qué yo creía en la presencia real de Cristo, y yo les contesté que, para mí, su presencia era una certeza de fe y que yo vivía para ella.

¿Cómo fue el paso a la investigación?
Tras estos acontecimientos, empecé a investigar sobre su vida y a sospechar de manera académica que aquella experiencia que él tuvo en Palomares del Río ante un sagrario abandonado tenía que haber sido algo más que una experiencia devocional. Se ha presentado a san Manuel como una especie de reparador devocional, que promovía un acompañamiento de tipo afectivo; pero a través de la lectura de los místicos flamencos, concretamente Ruusbroec, quien tiene un tratado sobre la experiencia mística y la Eucaristía, empecé a intuir que aquella experiencia de Palomares del Río tenía que haber sido una experiencia muy fuerte, incluso sobrenatural, que fue la que motivó toda su obra social.

Lo compara usted con los grandes místicos…
Por su intensidad sí, aunque sin las clásicas manifestaciones externas de los grandes del Siglo de Oro español. Su experiencia fundante incoó un proceso transformador que le convirtió en un contemplativo en medio de sus tareas pastorales. La salida de Málaga fue para él una noche oscura del espíritu: contrariedades, temor de que su obra se echaría a perder, etc. Coincide con lo que san Juan de la Cruz relata como «noche oscura del alma». Y solo las grandes almas como la de san Manuel son capaces de hacerle frente con fe y confianza ciega. Con motivo de la canonización, hemos comenzado a valorar testimonios de religiosas que afirman que tenía el don de la percepción de las conciencias y el de otras a quien les predijo acontecimientos.

¿Por qué eligió el neerlandés para leer la petición en la canonización?
Fue un pequeño homenaje a un grupo de Marías de los Sagrarios Abandonados (fundadas por Manuel González) que hay en Amberes. Durante una adoración, varias mujeres me pidieron que les siguiera hablando de san Manuel. De ahí surgió este primer grupito de Marías de los Sagrarios que lucha por sobrevivir sin un sacerdote que las acompañe.