«Gracias por la entrega de su vida» - Alfa y Omega

«Gracias por la entrega de su vida»

Con una Misa llena de momentos emotivos la diócesis de Madrid agradeció los 40 años de ministerio episcopal del cardenal Rouco

Ricardo Benjumea
El cardenal Rouco y monseñor Osoro a su llegada el sábado a la catedral de La Almudena. Foto: Miguel Hernández Santos/Infomadrid

Madrid rindió homenaje el sábado a quien fuera su arzobispo durante dos décadas. La Misa de acción de gracias por la trayectoria vital y pastoral del cardenal Rouco estuvo llena de momentos emotivos, como la entrega de una placa que le hizo monseñor Carlos Osoro, la interpretación con gaitas del Himno del Antiguo Reino de Galicia tras la consagración, o el recuerdo emocionado del cardenal a su obispo auxiliar monseñor Eugenio Romero Pose, «que murió santamente en Madrid» en 2007. «Gracias, don Antonio, por la entrega de su vida», dijo al comienzo de la Misa el arzobispo de Madrid, agradeciendo a Dios los «80 años de vida, 40 de ministerio episcopal y 20 años de esos 40 años de entrega y servicio a esta querida archidiócesis de Madrid».

Con palabras de agradecimiento comenzó también su homilía el cardenal Antonio María Rouco, quien se refirió a sus ocho décadas de vida como «un torrente inmerecido de misericordia, de perdón y de gracia». El arzobispo emérito dio a continuación las gracias a monseñor Osoro por la organización de esta Eucaristía, un agradecimiento que fue haciendo extensivo a gran número de personas a las que fue mencionando según iba haciendo un repaso de su vida. Tras hablar de su familia, de su parroquia, del seminario…, se detuvo en el cardenal Ángel Suquía, de quien Rouco fue auxiliar y después sucesor tanto en Santiago como en Madrid. Hubo un recuerdo también a los Papas que, desde Pablo VI, han marcado sus 40 años de ministerio episcopal. Y palabras de cariño también para sus obispos auxiliares y sus colaboradores en Madrid, «sacerdotes de calidad humana y espiritual excepcionales».

«A estas alturas de una prolongada historia vivida sin interrupción en la comunión visible de la Iglesia y, en sus más largos y decisivos tramos, empleada en su servicio apostólico», la mejor síntesis de su vida la encontró el cardenal Rouco en los versos de Lope: «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras?». «La gracia –remató– ha abundado sobre el pecado».

Además de monseñor Osoro, concelebraron con él otros diez obispos, entre ellos el cardenal Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona; los antiguos auxiliares del cardenal Rouco Fidel Herráez y César Franco (hoy arzobispo de Burgos y obispo de Segovia), monseñor Martínez Camino y los demás obispos de la provincia eclesiástica de Madrid (Madrid, Alcalá y Getafe).

Comunión y misión

El pasado sábado el cardenal Rouco presidió en la catedral de la Almudena una celebración solemne de la Eucaristía con motivo de su octogésimo cumpleaños y del cuarenta aniversario de su consagración episcopal. Al final, nuestro arzobispo, Carlos Osoro, le hizo entrega de una placa en la que se expresa el agradecimiento de la Iglesia en Madrid a Dios y a la Almudena por el fecundo ministerio de quien la presidió en nombre del Señor durante veinte años.

En su hermosa homilía, el cardenal quiso también agradecer a Dios «las gracias externas e internas» recibidas a lo largo de su dilatado servicio eclesial. Fue una homilía muy reveladora tanto por lo que dijo como por lo que no dijo.

El obispo, que fue presidente de la Conferencia Episcopal Española durante un tiempo más largo que ningún otro, no hizo ni mención de ello al enumerar las gracias recibidas. ¿Será que no da valor a la confianza sin par que los obispos depositaron en él durante más de doce años, casi una quinta parte de la historia de la Conferencia, que celebra ahora su cincuentenario? Tiempo largo y tiempo también fecundo en hechos y en palabras. No. Creo que el cardenal valora mucho aquella confianza amplia y reiterada. Pero lo que los mundanos considerarían el logro supremo de una carrera eclesiástica: llegar a ser el jefe de los obispos –como dicen– o incluso el jefe de la Iglesia de España, Rouco ni lo considera ni lo consideró nunca más que como un servicio exigido por las circunstancias y por el bien de la Iglesia. Es más, daba la impresión de que, para él, el trabajo de la Conferencia Episcopal era como un peligro que podía distraer sus fuerzas y su atención de lo que consideraba auténticamente importante e interesante: ser el pastor entregado y cercano de su Iglesia diocesana.

Por eso, al repasar las gracias recibidas, el cardenal Rouco no habló apenas más que de las personas que el Señor puso en su camino para hacerle posible la misión recibida. Desde su familia y sus maestros, hasta los sacerdotes, consagrados y laicos sin los que él no entiende que hubiera sido posible la comunión eclesial, y sin la que, a su vez, tampoco hubiera sido factible la salida en misión. Sínodos y misiones diocesanas, Jornadas Mundiales de la Juventud o instituciones educativas, no hubieran sido lo que fueron y son sin los Papas y sin los obispos, pero tampoco sin cada una de las personas que conforman el Cuerpo eclesial del Señor. Y no dejó de mencionar a las monjas contemplativas, a las que visitaba continuamente, muchas veces sin previo aviso; ni a las religiosas que lo han atendido y atienden hoy en su casa.

La semana pasada visité una parroquia de un barrio humilde del norte de Madrid que celebraba su fiesta patronal. Allí me hablaron de eso: del verdadero Rouco. El que pasaba tardes enteras en casa de aquellos curas de un poblado de absorción; para estar de verdad con ellos, lejos de las cámaras y del relumbrón.

Naturalmente, el que fue presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Madrid tuvo y tiene también una gran relevancia pública. Pero creo que sus olvidos de la homilía del sábado pasado ayudan mucho a entender bien su figura: la de un pastor que fomenta la comunión, de urdimbre personal y cercana, para que la porción del rebaño de Cristo que le ha sido confiada pueda responder de verdad a los desafíos que estos tiempos presentan a la misión de la Iglesia.

Juan Antonio Martínez Camino
Obispo auxiliar de Madrid