¿Por qué molesta la Sagrada Familia? - Alfa y Omega

La Sagrada Familia, erigida como basílica por Benedicto XVI, será el templo expiatorio de Europa del siglo XXI. Mientras en algunos países se cierran y reconvierten iglesias, en Barcelona se construye un templo extraordinario con recursos propios, concebido e iniciado por Gaudí. Cuando finalice el 2026 será el edificio más alto de la ciudad, y con sus 172 metros de torre principal superará a San Pedro, en el Vaticano. Junto con El Prado y la Alhambra es una de las arquitecturas más visitadas de España.

Pero más que por datos físicos la Sagrada Familia importa por otras razones. La basílica es una obra de 1882. Comenzó cuando el terreno donde se asentaba ni siquiera era de Barcelona, sino del municipio de Sant Martí de Provençals. Gaudí planteó el templo como una continuación del esfuerzo de las catedrales medievales. Una expresión de la fe por medio de la belleza, la técnica, y la voluntad del pueblo, como Notre Dame, Colonia, o Santa María de Burgos, entre muchas otras.

Antes de estar finalizada, es símbolo de Barcelona. No es extraño que la guía más internacional sobre la ciudad, la de Robert Hughes, escriba que «la Sagrada Familia es el emblema de la ciudad, como la Torre Eiffel lo es de París o el Harbor Bridge de Sidney». Desde una perspectiva secular aporta prestigio, atractivo turístico, y dinero.

Por su trascendencia sería lógico esperar que el gobierno municipal la tratara con consideración y respeto, como corresponde a un gran patrimonio. Por desgracia no es así. El concejal de urbanismo, Daniel Mòdol, la ha calificado en el marco del plenario municipal, de «mona de pascua». De hecho es partidario de la tesis de que el templo, una vez muerto Gaudí, no debería haberse continuado, y quizás por ello, después de más de un siglo en construcción, exige «los papeles» que la justifiquen, alegando que su trámite no tiene por qué ser distinto al de un «andamio». La alcaldesa, Ada Colau, avala con su silencio esta actitud.

De lejos puede parecer extraño; de cerca, no tanto. Es público y notorio que en las filas del Gobierno municipal tortura la idea de que el edificio más alto y emblemático de Barcelona sea un templo. Y es que en el trasfondo, anida un espíritu beligerante con la presencia pública de la Iglesia. No hay que escandalizarse: los gobiernos pasarán, pero la Sagrada Familia y lo que expresa perdurará.