Hacia dentro, hacia los demás - Alfa y Omega

La medalla del Sagrado Corazón

La medalla del Sagrado Corazón que lleva siempre el Papa «es de una señora que ayudaba a mi mamá a lavar la ropa, cuando no había lavarropas, con la tabla, a mano. Éramos cinco nosotros, mamá sola, esta señora venía tres veces por semana. Era una mujer de Sicilia que había emigrado a la Argentina con dos hijos, viuda, después de que su marido muriera en la guerra. Llegó con lo puesto, pero trabajó y sostuvo su hogar. Hasta que se mudaron mis padres y dejé de verla. Pasó mucho tiempo y un día apareció a saludar por San Miguel. Yo ya era sacerdote. La volví a perder de vista, pero siempre pedí la gracia de volverla a encontrar, porque, mientras lavaba, nos enseñaba mucho, nos hablaba de la guerra, de cómo cultivaban. Por fin, la encontré, ya tenía 80 y tantos, y la acompañé diez años hasta su muerte. Unos días antes, se sacó esta medalla y me dijo: Quiero que la llevés vos. Todas las noches cuando me la saco y la beso, y todas las mañana cuando me la pongo, la imagen de esa mujer se me aparece. Era una anónima, nadie la conocía, pero se llamaba Concepción María Minuto. Murió feliz, con una sonrisa, con la dignidad de quien trabajó. Por eso tengo mucho cariño a las empleadas domésticas, que tienen que tener todos los derechos sociales. Es un trabajo como cualquiera, no debe ser objeto de explotación ni maltrato».

Una paz activa

«Estamos viviendo en una época de mucha guerra. En África parecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz, a veces, da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siempre es una paz activa». La posibilidad de ganar el Premio Nobel -tema sobre el que pregunta Clarín- «es un tema que no entra en mi agenda. Nunca acepté doctorados y esas cosas que ofrecen, sin despreciar. Ni se me ocurre pensar en eso, y menos en qué haría con esa plata, con toda franqueza. Creo que todos tienen que estar comprometidos con la paz, hacer todo lo que uno puede, lo que puedo hacer yo desde acá. La paz es el lenguaje que hay que hablar».

Pistas para ser feliz

«Vive y deja vivir. Es el primer paso en la paz, en la felicidad. Después, tienen que darse dos movimientos: hacia la interioridad, y hacia el darte a los demás. Si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta. El agua estancada es la primera que se corrompe. En Don Segundo Sombra, hay una cosa muy linda. Dice que de joven era un arroyo impetuoso, que se llevaba por delante todo. A la vejez, se sentía en movimiento, pero lentamente y remansado. La capacidad de moverse remansadamente, con mansedumbre, con humildad. No es agua queda, es un agua que camina».

«La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima: yo me siento tan abajo que, en vez de subir, bajo al otro. Olvidarse rápido de lo negativo es sano».

Cuidar la familia y a los jóvenes

«El consumismo nos llevó a esa ansiedad de perder la sana cultura del ocio. En Buenos Aires, confesaba mucho, y cuando venía una mamá joven le preguntaba: ¿Jugás con tus hijos? Le decía que jugar con los chicos es clave, es una cultura sana. Es difícil, los padres se van a trabajar temprano y vuelven a veces cuando sus hijos duermen, pero hay que hacerlo. En Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia».

«Hay que ser creativos con [la juventud]. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo. No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de plomero, electricista, costurero. La dignidad la da el llevar el pan a casa».

Cuidar la creación

«Hay que cuidar la creación y no lo estamos haciendo. Es uno de los desafíos más grandes. Vos tirás abajo un bosque, y se te desequilibra por el otro lado. Cuando querés hacer explotación minera, sabes que con un método vas a obtener más que con el otro, pero va a contaminar el agua, y no te importa. Estoy escribiendo [una encíclica], pero me va a llevar un tiempo. Una pregunta que uno se hace: la Humanidad, por el usufructo indiscreto y tiranizador de la naturaleza, ¿no se está suicidando?».