La lógica de Dios - Alfa y Omega

La lógica de Dios

XVIII Domingo del tiempo ordinario

Carlos Escribano Subías
Eucaristía y servicio, estrechamente unidos: enseñanza de la Última Cena

El Evangelio de este domingo nos narra la multiplicación de los panes y los peces. La gente busca a Jesús, han oído hablar de Él, han escuchado sus palabras y le han visto siendo coherente con ellas. Muchos salen a su encuentro con avidez: quieren escuchar su propuesta y que les devuelva la salud. El Señor responde a su demanda, pero desde el principio quiere mostrarles que su invitación va más allá de lo inmediato. Él ha venido a traer la salvación a los hombres, y su Reino ya ha comenzado.

El Señor es consciente de las necesidades de los hombres. E invita a sus discípulos, también a nosotros, a ser solidarios con ellas. Aquellos hombres, que están descubriendo a Jesús, se despachan ante las necesidades de sus hermanos con una disculpa juiciosa. No tienen con que dar de comer a aquella multitud. Lo razonable, lo que manda la lógica, es que vayan a proveerse de alimentos a las aldeas cercanas y luego regresen. Pero Jesús pretende mostrarles qué la lógica de Dios es distinta de la lógica de los hombres. Les pide que aporten lo que está en su mano y Él hará el resto.

Muchas veces, se nos olvida que en este marco debe inscribirse también nuestra acción evangelizadora: aportar todo lo que esté a nuestro alcance con la certeza de que Él dará el incremento. El problema surge cuando quedamos paralizados por una sobredosis de realismo. Ello puede cerrar nuestro corazón y creatividad ante las necesidades de los demás. Y olvidamos que sus penurias materiales, ¡cuántas descubrimos en este momento de crisis económica!, exigen de nuestro compromiso y generosidad.

Pero Jesús va más allá. Él se preocupa, y ocupa a sus discípulos en ello, de dar el alimento material a aquella gran cantidad de gente. Pero el modo de hacerlo y los gestos que utiliza nos muestran otra realidad. Nos dice el texto evangélico que alzó mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los repartió. En estos gestos, la Tradición de la Iglesia ha visto los gestos que el sacerdote realiza con el pan en la celebración eucarística. La Eucaristía y el servicio a los hermanos están estrechamente unidos. Se anticipa así la enseñanza de la Última Cena, cuando Jesús lava los pies a sus discípulos. Pero esa ligazón que el Señor nos muestra no hace sino poner ante nuestros ojos el contenido real de la escena que contemplamos.

La necesidad material azota cruelmente a muchas personas en el mundo y, por desgracia, algunas son muy cercanas. Pero la mayor de las pobrezas muestra su rostro cuando intentamos construir un mundo sin Dios. El cristiano debe ser resolutivo a la hora de saciar las penurias materiales presentes en nuestra sociedad y, a su vez, no olvidar lo que significa tener hambre de Dios.

Un domingo más, la Palabra de Dios nos abre un camino apasiónate y comprometido. Nosotros, como los discípulos del Evangelio, tenemos que dar de comer a nuestros hermanos, debemos atenderlos en todas sus necesidades materiales y espirituales. Y contamos, como entonces, con el mejor aliado: el Señor Jesús.

Evangelio / Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:

«Estamos en despoblado y es muy tarde; despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer».

Jesús les replicó:

«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».

Ellos le replicaron:

«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».

Les dijo: «Traédmelos».

Mandó a la gente que se recostará en la hierba, y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.