En ti, el Buen Pastor nos salió al encuentro - Alfa y Omega

En ti, el Buen Pastor nos salió al encuentro

Escriben jóvenes religiosas clarisas del monasterio de Lerma (Burgos)

Redacción

Era el 8 de enero de 1998: leyendo un libro suyo en la que fue mi última noche de guardia en el hospital, las palabras del Papa rebosantes de Espíritu arrancaron mi vida de la tristeza, la desesperanza. Él me gritó: «¡Jóvenes, jamás os arrepentiréis de entregarle la vida a Cristo! Si lo deseas, eres libre para entregarte a Él». El testimonio de su vida radiante me invadió con la certeza de que no había aventura más apasionante que entregarse totalmente a Cristo y a su causa. Se desvaneció el miedo paralizante y esa asfixiante indecisión crónica ante la vocación consagrada. ¡Y me lancé! Gracias, Padre: ¡tu hija Isabel es tan feliz!

Isabel

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Yo vi al Papa dos veces fuera, pero, por mi entorno, no le amaba. Aquí le he empezado a descubrir y querer. Al principio, envidiaba el amor que mis hermanas le tenían y me dolía no poderlo compartir, hasta que se me dio.

Para mí, dentro, en varios momentos, ha sido crucial. Escribo uno.

«¡Levantaos, vamos!» Son palabras dichas por Jesús a sus discípulos y que dan título al penúltimo libro de Juan Pablo II. ¡Levántate, vamos!, gritó el Papa a mi corazón. ¡Levanta la mirada! No te conformes con haber dado un sí a Cristo en la consagración, ni con estar en la Iglesia, la Tierra de los vivos. ¡Levanta el corazón! Vamos, camina hacia la promesa. Avanza descansando en Cristo y con alma de niña. Dio un vuelco a mi corazón, sentí de mi Amado: Por menos de esto no puedes vivir, la entrega de la vida hasta el extremo. Agarrada fuertemente a Cristo, vive en la victoria del amor, y el Espíritu Santo llevará hasta el fin la obra de amor que ha comenzado en ti.

Gracias, Santo Padre, por haberte dejado configurar con Jesucristo, y por orar por cada uno de nosotros, para que seamos presencia radiante del Resucitado.

María de Sión

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En agosto de 2000, aunque era mi mayor ilusión, no pude ir al encuentro con el Papa en Roma. Escuchaba su mensaje por la radio, copiaba sus palabras a toda velocidad y todo mi ser ardía al oír: «Jóvenes, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis con la felicidad, es Jesús quien suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande». Pensé: ¡Me lo está diciendo a mí! Su autoridad me rendía, su veracidad me traspasaba y su esperanza me levantaba. ¿Qué hombre, por muchas cualidades humanas que tenga, puede llenar de vida tu corazón? Él, nuestro Papa, puso nombre a lo que ocurrió en mi interior. Y dio respuestas verdaderas a mi vida. ¡Sólo Cristo, sólo Cristo! Gracias, Juan Pablo II, por tu amor hasta el extremo, por tu Sí. Mi vida sólo anhela ser como la tuya, una respuesta al Sígueme de Cristo.

Clara

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Llegué a Roma peleándome con la vocación. Oí de Juan Pablo II: «Es a Jesús a quien buscáis, es Él la belleza que os atrae, es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad…, que os arranca del espejismo de una vida fácil, cómoda, hedonista». A los diez o quince días de aquello vine a conocer a las que hoy son mis hermanas. Gracias por mostrarnos la radicalidad de la verdad.

Almudena Blanca

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«Jóvenes, ¿a quién habéis venido a buscar? La respuesta no puede ser más que una: ¡habéis venido a buscar a Jesucristo!» Estas palabras que oí en la Plaza de San Pedro en el año 2000 me desmontaron por completo. Era Jesucristo y no el chico que yo me empeñaba en aferrar el que podía saciar esa sed que me movía a buscar. Y pude cortar al fin esa relación que me estaba haciendo daño, y volver a ponerme, aunque tímidamente, ante Dios, y preguntarle qué quería de mí.

Noemí

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Colón, mayo de 2003: «No olvides tus raíces»… Nuestro amado Papa hablaba a España, a nuestro país, pero aquellas palabras traspasaron mi corazón desorientado y abatido. Había salido del monasterio tras unos años de vida religiosa y experimentaba como una pérdida de identidad: fuera de la llamada de Dios no podía reconocer mi historia pasada, y caminaba sin un horizonte de felicidad, incapaz de abrazar mi vida tal cual era. No olvides tus raíces… Aferré aquellas palabras llenas de luz y de verdad, me arrodillé y supliqué al Dios de la misericordia que, si existía un camino de vuelta, yo quería recorrerlo… Gracias, amado Papa, por haber puesto de nuevo mis pasos en el camino de la Vida.

Rocío

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Aquel día yo estaba con tantísima gente en aquella calle esperando al Papa en el papamóvil y, al pasar, miró hacia mi lado… Nunca podré olvidar esa mirada: experimenté que él sabía que yo estaba allí, que me miraba a mí y que me conocía. En esa mirada había amor hacia mí, libertad para mí, horizonte para mí…, para mí. Y desde aquel momento quedó grabado en mi corazón dónde estaba la Verdad. Querido Padre, ¿cómo pagaré al Señor tanto Bien? Te quiere tu hija.

Edén

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«La Verdad os hará libres». Ésta es la frase que continuamente tengo en mi corazón desde que vi la Misa funeral por el Papa Juan Pablo II el pasado 8 de abril. Mi corazón ha entendido la profundidad de las palabras pronunciadas por el Maestro, al verlo hecho realidad en una persona. No es casualidad que esta misma experiencia me recordara la primera vez que conocí a las que hoy son mis hermanas. Al salir del locutorio se repetían en mi interior dos palabras: verdad y libertad.

Yo necesitaba ver que es posible vivir de otra manera para creer que en mí podía suceder lo mismo. Y esto es lo que me ha ocurrido con el testimonio de Juan Pablo II. Hasta que no te encuentras con Jesucristo, que es la verdad, encarnado en sus creyentes, no te das cuenta de la mentira en la que vives. Hasta que no conoces a Jesucristo en hombres libres, no puedes reconocer la prisión en la que estás encerrada. Los creyentes apasionados y vivos como el Papa Juan Pablo II han puesto al descubierto toda la mediocridad y la falta de libertad en la que vivía. Con su vida, el Papa me ha enseñado que sólo Jesucristo es la Verdad que te conduce a la plena libertad y llena tu vida de inmensa alegría. Gracias, Juan Pablo II, por mostrar a los jóvenes un testimonio radiante del hombre veraz y libre.

Ana María

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«El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad, la cultura carece de entrañas, el hombre pone en peligro su misma integridad». Estas palabras del Papa en Cuatro Vientos resonaron en mí con fuerza. Eran una llamada a mirar mi vida y a poner nombre al sentido único de ella: Cristo. La vida entregada del Papa y la de tantos cristianos me impulsaba a lanzarme al designio de Dios para mí, porque ahí encontraría mi felicidad. No podía conformarme con ver vivir a otros, sino que yo estaba llamada a la misma Vida, que es Cristo y su designio para cada uno. Hoy, a una con mis hermanas y toda la Iglesia, me uno al grito del Santo Padre: «Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo, y por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre».

Candela

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Roma, 12 de abril de 1992, Domingo de Ramos. Un grupo de la parroquia fuimos a Roma para participar en el encuentro mundial de la juventud con el Papa. Años después, supe que no les hacía ninguna gracia que fuera. Tenían miedo, porque yo era un poco revolucionaria. No amaba la Iglesia, incluso la criticaba… ¡No la conocía!; pero…, ¿cómo me lo iba a perder? Sin saber muy bien de qué se trataba, me encontré subida al autocar. Era muy pronto, apenas había gente todavía en la Plaza de San Pedro; me parecía imposible que aquella inmensa plaza pudiera llenarse. Teníamos un sitio estupendo en el pasillo central por donde pasaría el Papa. Todo el mundo estaba muy emocionado; yo más bien fría e incrédula. Pero empezó a llegar gente, sobre todo jóvenes, y se creó una expectación increíble. Sin proponérmelo, me vi contagiada de aquella expectación y me encontré esperando al Papa con todo mi ser. Y, por fin, le vi, y en su humanidad vi a Jesucristo. Sentí que me miraba, fue la mirada de Cristo en él, una mirada que transformó completamente mi vida. Sentí que iba a rezar por mí. La crítica se transformó en amor al Papa y a lo que él amaba: la Iglesia. Nació una súplica: «Señor, hazme comprender»; y el corazón comenzó a ensancharse poco a poco. Providencialmente, el 12 de abril de 1997, fui consagrada por Jesucristo en su Iglesia por toda la Humanidad. Gracias, Padre Santo.

Betania

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Tenía 16 años y estaba en el Vaticano. Me sentí como Zaqueo. Necesitaba verle pasar. Me abrí paso entre la gente. Cuando le vi me eché a temblar. Estaba viendo a Dios habitando en una carne. Me dio la mano y sentí que yo era de Dios, y en mi corazón una palabra: santo.

Ana A.

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Querido Juan Pablo II: Quisiéramos bailarte una canción. ¡Cuántas veces hemos soñado con cantarla y bailarla para ti! La llamamos la canción del Papa, porque el estribillo recoge tus primeras palabras: «No tengáis miedo, abrid a Cristo el corazón de par en par». La hemos cantado muchas veces a nuestro corazón y al de tantos jóvenes que se acercan a nuestro monasterio. La cantamos cuando supimos que entrabas en agonía para estrecharte en nosotras. Cuando oigo a mis hermanas cantarla y veo alzarse sus brazos suplicantes, cuando veo sus rostros sufrientes, experimento que se extiende en nosotras tu dolor por la Humanidad que languidece por la falta de Cristo. Te he sentido contemplativo en nosotras, colándote a través de tu oración en nuestros corazones y en los de tantos jóvenes: No tengáis miedo. Nos hemos sentido misioneras en ti, recorriendo desde el monasterio el mundo entero, prolongando y extendiendo esa sed de redención que te impulsaba a ir a buscar a cada hombre hasta el último rincón de la tierra.

Te he sentido padre que respondías a mis inquietudes: ¿se puede vivir toda una vida consagrada feliz, con la pasión, la ilusión y la entrega del amor primero? Tu vida ha sido la mejor respuesta. Gracias.

Gracia

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En la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto 2002, yo estaba en el dilema: centrar mi vida en el éxito para contentar a mis padres, o apostar por ser cristiana auténtica. Cristo me respondió por boca del Papa: «No esperéis a tener más años para aventuraros por la senda de la santidad. Comunicad a todos la belleza del encuentro con Dios que da sentido a vuestra vida». Ésta era la verdad de mi corazón: Cristo me llamaba a ser suya, a entregarme por entero a Él y a su causa. El encuentro me dio la fuerza para decir Sí a su voluntad, viniendo a conocer a mis hermanas. Gracias, Juan Pablo II. Gracias, Madre Iglesia. Gracias, mi amado Jesucristo.

Jesús de Belén

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¡No tengáis miedo, abrid el corazón a Cristo! Era el grito que necesitaba para lanzarme a la Vida. Cuántos gritos de cariño hacia ti en los cinco encuentros a los que fui. Y es que vi el amor rebosando en una vida tomada totalmente por Cristo, y eso lo reconoció mi corazón. Tus palabras, tu mirada, me lanzaban a Cristo y abrían en la noche el camino de la esperanza.

A menos de 20 días para entrar en ésta mi casa fui a Lourdes para contártelo. ¡¿Cómo conseguí estar sola de rodillas rezando un misterio del Rosario ante ti, mi querido Papa, delante incluso de todos los sacerdotes, o a los pies del altar con un cartel que decía: El 5 de septiembre entro en las clarisas de Lerma sin acreditación alguna?! Sólo tú lo sabes. Desde entonces, sé que tú guardas y proteges mi vocación. Gracias.

Silvia

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No fueron sólo palabras, ni aquella multitud de jóvenes latiendo desde lo profundo al unísono… Fue tu persona entera traspasada por Cristo, amado Padre, la que en aquel verano de 1997 me devolvió la Vida. Tu existencia donada y feliz a Cristo y a su causa me hizo exclamar por dentro: ¡Eres Tú, Jesucristo, a quien busco! Ya no más fuera de Ti ni de tu Iglesia. ¿Qué quieres de mí?… Y el regalo inesperado fue encontrarme buscada y amada primero, llamada a seguir al Maestro por ti, un discípulo suyo: «Ven, y verás». Me puse en camino, fui y vi. Lo veo cada día más radiante de gozo en esta tierra que Él había preparado para mí.

Gracias, Santo Padre, por despertar en mí y en mis hermanas la fe y la vocación. No dejes de lanzarnos a la santidad, el único fruto que permanece. Una hija tuya.

Celia María

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He crecido mirándole a él. Desde niña sentía tal respeto y admiración por su vida, porque era la presencia viva y real de Jesucristo. Mi familia le seguía en sus visitas por España. Él despertaba lo mejor de mí. Veía tal belleza en sus gestos, palabras, su mismo estar. Veía en él la plenitud que Dios regala al hombre, y no quería vivir por menos. En julio de 1993 nos colaron a 7 jóvenes en vaqueros en la Nunciatura. Pasó uno a uno. Me signó en la frente y me miró. Mirada que me penetró hasta el fondo, mirada que se eterniza. Mirada tierna que me conocía y no me juzgaba. Mirada limpia que asumía mi vida para levantarla. Mirada recreadora que me liberaba. Mirada que me amó y me devolvió la alegría por vivir y por la consagración, por ser de Cristo, por la vocación consagrada. El Papa ha dado la vida por mí y sólo puedo agradecérselo viviendo feliz. Somos su herencia.

Ruth

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Cuando escuchaba al Papa Juan Pablo II, me emocionaba; sentía que nos quería porque nos decía la verdad a los jóvenes: nos desenmascaraba el vacío que da el éxito humano, ponía nombre a las heridas de nuestra generación y nos invitaba a acoger la gracia para ya no vivir así. Despertaba en mí los deseos más nobles de mi corazón como ser libre y disfrutar plenamente de la vida, y les daba una respuesta: Jesucristo. Viendo su vida, siempre más radiante por ser de Cristo, suscitaba en mí el deseo de ser también totalmente de Cristo. Su voz me hizo palpable el Ven, y sígueme de Cristo.

Camino

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Mi querido Papa, ¿cómo agradecerte tanto Bien? En el Jacobeo 1993 tus palabras, por medio de uno de tus ministros en la Misa del peregrino, quedaron grabadas a fuego en mi corazón: «A vosotros, jóvenes peregrinos, os digo: ¡no tengáis miedo! ¡Sed valientes! Cristo os llama a haceros felices, y allí donde Él os llame os va a dar la plenitud, que sólo Jesucristo puede dar».

En ese momento rompí a llorar, las dudas y las incertidumbres de mi corazón desaparecieron y, con una alegría inmensa, exclamé: Mi peregrinación no ha terminado, comienza ahora. Palabras que unos años después dijiste a los jóvenes en París en 1997. Después de 11 años en el monasterio, cada día es un despertar ilusionado, porque Él está ahí gritando en mi corazón: ¡Levántate, tu peregrinación comienza ahora!

Gracias, Juan Pablo II, por estar tan presente en mi vida y en la de cada una de mis hermanas. Gracias por la entrega de tu vida hasta el fin.

Blanca

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El mismo día que cumplía 17 años, el 16 de agosto de 1997, salíamos hacia París para el encuentro de jóvenes con el Papa. A mis 17 años sentía mi juventud envejecida, pero… aquel día volví a nacer a la fe en el seno de la Madre Iglesia. Vi en el Papa la fe, vi un cristiano de fuego. Dios ya no era algo abstracto. Vi a Cristo en él.

El Papa siempre ha visto a los jóvenes como la esperanza de la Iglesia, pero no se conformaba con eso: «Jóvenes, debéis ser santos». La santidad en la juventud. En esa juventud que creía marchita se me devolvieron las ganas de vivir, la pasión por vivir. Sí, quiero entregar todas mis energías, toda mi juventud, a Aquel que me ha devuelto la vida: Jesucristo.

Entré en el monasterio con 19 años y ahora soy una joven consagrada de 24 años. Sólo puedo decir que vale la pena entregarse a la única causa que hace feliz: Jesucristo y su causa. Gracias.

María Goretti

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Las palabras de Juan Pablo II en el aeródromo de Cuatro Vientos, donde nos dijo: «El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación…», fueron definitivas para mi vida, para ver lo que Dios quería de mí. Y siguió diciendo: «Si sientes la llamada de Dios que te dice Sígueme, no la acalles». Y eso hice, por eso soy una postulante clarisa.

María Luisa

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El Santo Padre volvió a despertar en mí la fe en Jesucristo con estas palabras pronunciadas en Colón: «Con la fuerza del amor y la esperanza cristiana que nos llena de gozo os dirijo esta llamada: renueva en ti la gracia del Bautismo, ábrete de nuevo a la luz. Es la hora de Dios, no la dejes pasar. Abrid vuestras vidas a la luz de Jesucristo, buscadle donde Él está vivo: en la fe y en la vida de la Iglesia, en el rostro de los santos. Que Él sea vuestro tesoro más querido, y si os llamara a una intimidad mayor, no cerréis vuestro corazón. La docilidad a su llamada no mermará en nada la plenitud de vuestras vidas: al contrario, la multiplicará, la ensanchará hasta abrazar con vuestro amor los confines del mundo. Dejaos amar y salvar por Cristo, dejaos iluminar por su poderosa luz. Así seréis luz de vida y de esperanza en medio de esta sociedad. ¡No tengáis miedo a ser santos!» Estas palabras supusieron para mí la certeza de ser suya y reconocer que era un don inmenso tener vocación consagrada. Despertabas la hora de Dios para mí.

Mercedes