Persuasión, una hermosa y melancólica reflexión sobre el paso del tiempo - Alfa y Omega

Hace unos meses celebramos en el CEU un Congreso Internacional en torno a la figura de Jane Austen, preparando el bicentenario de su muerte, que tuvo lugar el 18 de julio de 1817. Tuve entonces la excusa perfecta para volver a leer despacio las seis novelas, un placer del que el filósofo Gilbert Ryle disfrutaba cada año.

Ahora que estamos estrenando el otoño, quisiera escribir unas líneas sobre la última de las novelas, la que más comparece con esta estación del año. Persuasión es, a mi juicio, una hermosa y melancólica reflexión sobre el paso del tiempo, la capacidad de rectificar los errores, la importancia de distinguir lo esencial y tomar las riendas de la propia vida… y la silenciosa pero eficaz acción de la Providencia.

De todas las protagonistas de las novelas de Jane Austen, Anne Elliot es, junto con Elizabeth Bennet, mi preferida: en su coherencia vital, su sencillez, inteligencia, humildad. Ella –y no Emma, como se dice a menudo– me parece el verdadero trasunto de la autora. La observación atenta de la realidad, el cuidado de todos los que la rodean, la especial dedicación a sus sobrinos, el cumplimiento de los deberes familiares, «la satisfacción de saberse enormemente útil» son características que comparten autora y personaje.

En ella encontramos de nuevo el arquetipo de la Cenicienta, tan repetido en la obra de Austen, que se eleva sobre sus dos hermanastras (aquí, hermanas) y padece la orfandad de su madre, agravada por un padre insensible para con sus problemas y preocupaciones y con un futuro incierto derivado de la escasez de medios.

Es una ironía muy singular de Jane Austen la figura de lady Russell, la madrina de Anne, que en lugar de proporcionarle los medios de acercarse al protagonista –como la madrina del cuento de la Cenicienta– la persuade para rechazarle. Es este uno de esos matices que hacen de la autora una de las cumbres de la literatura universal: la protectora de la protagonista, su único apoyo frente a la indiferencia de su familia, es también la causa de su desdicha.

Y sin embargo, aunque la obra parta de esta desdicha de la protagonista, la impresión principal que produce en mi ánimo no es de tristeza, sino de una gran serenidad, una serenidad que en parte quizás provenga de la intuición de la muerte, ya que la autora la escribió «puesto ya el pie en el estribo». Como ella, Anne Elliot acepta la vida como es, con sus errores y fracasos, con los consejos equivocados de aquellos que nos quieren: con la posibilidad de que no responda a lo que uno desea y, a pesar de eso, sea buena.