Julián, limpio de corazón - Alfa y Omega

Estoy en este rincón del mundo por la influencia de Manolo, mi padre, y de Julián Gómez del Castillo. El deseo que mi progenitor alentó en mi corazón infantil fue tomando carne gracias al fundador del Movimiento Cultural Cristiano. Nunca les agradeceré lo suficiente este regalo.

Pasado mañana se cumple el décimo aniversario de la partida de Julián a la Casa del Padre y tengo que recurrir a su legado para entender el sentido de nuestra misión. Gómez del Castillo nació, vivió y murió pobre. Lo primero no lo escogió, lo otro sí, aunque le llovieron ofertas en sentido contrario. Nació, vivió y murió en una familia luchadora; en la de origen no fue bautizado porque su padre –socialista de los que pagaban por serlo– se negó. En la familia que formó junto a Trini y sus muchos hijos decía que el Bautismo fue «el día más grande de mi vida», aunque lo recibió a los 18 años y solo.

Desde entonces ingresó en el apostolado organizado de (no para) pobres, siempre junto a Rovirosa. Ambos fueron el alma de aquella HOAC de mística martirial, que se desvaneció cuando les apartaron porque ellos –junto con don Tomás Malagón– priorizaron lo apostólico y rechazaron la politiquería de izquierdas y de derechas. Por eso crean ZYX, la editorial más influyente contra el franquismo. Finalmente, con Rovirosa ya en el cielo, el Espíritu Santo inspira a Julián la fundación del MCC.

Su aportación es única en la Iglesia contemporánea. No conozco otro caso de un laico pobre que haya puesto en marcha una organización apostólica de (no para) los pobres, con plataformas evangelizadoras independientes y con la legítima autonomía laical reconocida por el magisterio. Ello con la formación y mística rovirosianas que se resumen en la conversión radical a Cristo, el amor incondicional a la Iglesia y encarnación en los últimos de la tierra. Julián quemó las naves y vivió todo: familia, profesión, tiempo, dinero, amistad, en razón de la evangelización en intensidad de los últimos. «Ustedes vayan a escuchar y a aprender, a encontrarse con Dios en sus predilectos» nos repetía cuando nos preparábamos para esta misión. Vivió heroicamente la limpieza o rectitud de corazón. Fuerte frente a los poderosos y pequeño con los débiles, contagiaba su pasión arrebatadora por la verdad. Nunca puso precio a su alma.

Por cierto, fue al encuentro del Padre con un certificado de su Bautismo en el bolsillo de la camisa. No hay mejor salvoconducto.