Caminante, sí hay camino - Alfa y Omega

Caminante, sí hay camino

Hay muchas razones iniciales para emprender la peregrinación hasta la tumba del Apóstol: unos buscan la expiación de sus pecados, otros se dejan llevar por el interés turístico y cultural de la Ruta jacobea, y hay quien, simplemente, quiere hacer deporte. O eso dice… Porque está comprobado que el Camino engancha, y nunca se llega a la meta igual que cuando se dio el primer paso. Algo cambia, por fuera y por dentro, pero, para facilitar que esto ocurra, se necesita que alguien salga al encuentro de los peregrinos. El Camino debe ser también misión. Este Año Santo 2010 es un momento único para que los católicos emprendan el viaje con la mirada puesta en la reevangelización del Camino de Santiago

Cristina Sánchez Aguilar
Un matrimonio ofrece su Camino a la imagen de Santiago Apóstol, en la colegiata de Roncesvalles.

¿Y vosotros, por qué habéis venido a hacer el Camino de Santiago? «Porque nos encanta andar», contesta una pareja de mediana edad, que busca alojamiento en Palas de Rei, la antepenúltima etapa del Camino Francés. Mientras, una señora, que se ha quedado en el albergue dos días porque fuera está lloviendo a mares, explica que emprendió el viaje para «buscarme a mí misma»…

Según las estadísticas de la Oficina de Acogida al Peregrino, de Santiago de Compostela, en el mes de junio, el 55,20 % peregrinó por motivos religiosos, el 39,53 % por motivos religioso-culturales y el 5,27 % por motivos sólo culturales. Pero, incluso dentro de quienes peregrinan por motivos religiosos, hay un peligro cada vez más evidente: muchos de los peregrinos van movidos por espiritualidades new age, en las que Dios no aparece, y la búsqueda de la felicidad se centra en la contemplación de uno mismo. Esto se percibe hoy de forma particular en muchos peregrinos brasileños, cuya guía es el libro El peregrino de Compostela, de Paulo Coelho, que exalta esta visión new age disfrazada con terminología religiosa.

Doña Marta González, dueña –junto a su familia– de un albergue en Murias de Rechivaldo, a 4 kilómetros de Astorga, pregunta por sus motivaciones a las personas que pasan por allí: «Es cierto que Paulo Coelho ha hecho mucho daño al Camino de Santiago. Todavía recuerdo una persona que venía con el libro bajo el brazo y me decía, con gran desesperación, que no encontraba nada de lo que había venido a buscar». Santiago, una persona concreta

Esta mal entendida espiritualidad está muy presente en el Camino de Santiago, y, cada vez más, entre los jóvenes, más expuestos al influjo de las modas pasajeras. El sacerdote don Gonzalo Pérez-Boccherini, Delegado de Juventud de la diócesis de Getafe, peregrinará en agosto, por cuarta vez, a Santiago de Compostela, junto a más de 800 jóvenes, para acudir al encuentro europeo preparatorio de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Consciente de la irrupción de estos nuevos peligros espirituales, don Gonzalo explica que, desde la Delegación de Juventud, están insistiendo a los jóvenes, que se preparan para emprender el Camino, «en la dimensión de que peregrinamos a la tumba de Santiago Apóstol. En muchas ocasiones, pasa desapercibido que peregrinamos hasta una persona concreta, que nos muestra cómo descubrir a Cristo». Por ejemplo, la new age «busca una divinidad etérea, pero emprender el Camino de Santiago significa buscar una dimensión personal en la figura del Apóstol, es llegar al sepulcro sobre el cual se ha construido la identidad de una nación y de toda Europa».

Todo el que se embarca en una peregrinación como ésta busca algo, afirma el padre Boccherini. «No todos le ponen nombre, y menos de persona divina. Unos buscarán la felicidad en sí misma; otros en la cultura, en el arte, en los amigos con los que caminan, en una espiritualidad vaga… Pero todo eso son partes de la verdad completa del Camino, que sólo está contenida en el Corazón de Cristo». Sólo así, si la peregrinación se realiza como proceso de conversión -tal y como señaló monseñor Julián Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela, al inicio del Año Santo-, y «no se desvirtúa su sentido como camino de perdón», te cambia realmente la vida.

Al propio don Gonzalo le ocurrió en la peregrinación del Año Santo de 1993. Él estaba en el curso Introductorio del Seminario, y tuvo una conversación con monseñor Fernández Golfín -el primer obispo de la diócesis getafense-. Al siguiente curso, comenzó Primero de Teología e inició su camino hacia el sacerdocio. Salir al encuentro de los otros

Doña Marta González insiste en la importancia de que estos grupos de católicos que peregrinan estén más atentos a lo que ocurre a su alrededor: «Es estupendo que las parroquias peregrinen con sus jóvenes, que vayan cantando y en grupo… Pero no es la única tarea que deberían tener en cuenta». Muchas personas en búsqueda se cruzan con estos grupos, y hay parroquias que, más que buscar un acercamiento, se alejan y se repliegan sobre sí mismas. Marta cree que la solución está en «que se mezclen con las personas con las que se cruzan, que es el verdadero sentido del Camino. Deberían tomárselo como unas misiones, porque esto no está tan descristianizado como unas vacaciones en Mallorca, pero a veces parece que casi».

Peregrinos de Getafe acceden a la Plaza del Obradoiro en 2004 por las calles aledañas en Santiago de Compostela.

Quienes sí son muy conscientes de esta labor de acogida y acompañamiento al peregrino son los Hospitaleros Voluntarios del Camino de Santiago. El llegar dolorido y cansado, y que un desconocido te tienda la mano, te acoja, te cuide, te cure las heridas…, es un signo claro de abandono en la Providencia y de saberse cuidado en todo momento. Uno de los Hospitaleros más antiguos que se pueden encontrar en el Camino Francés es don Isidoro González, padre de Marta González. Decidió hacerse hospitalero porque «todo lo que me dieron las cuatro veces que he hecho el Camino, tenía que dárselo yo a los nuevos caminantes. Te trataban con mucho cariño, te curaban las ampollas…» Primero se ofreció a los sacerdotes de parroquias de Pamplona, Logroño y Burgos, pero, tras pasar mucho tiempo fuera de casa, su familia y él pusieron en marcha el albergue Las Águedas.

Don Isidoro resalta cuántas vidas rotas pasan por el albergue. «Todos los que vienen, buscan algo. Muchos son personas en paro, recién divorciados, que vienen a encontrarse cara a cara con Dios… Otros llegan sin motivación ninguna, sólo por hacer deporte, pero el Camino tiene algo maravilloso. Aquí recibimos muchos abrazos y sonrisas, que valen más que mil palabras. Es una gran satisfacción ver lo contentos que se marchan todos».

Además de las personas que salen al encuentro de los peregrinos, los lugares propicios para la oración son fundamentales en el peregrinar. Cualquier sitio es bueno para rezar, reflexionar y confesarse, también la naturaleza, templo en el que hacer silencio y elevar el corazón resulta muy sencillo. Pero hay lugares concretos en los que se invita a los peregrinos a participar en la oración.

Por ejemplo, la ermita de Eunate está abierta todo el día, y los que se quedan a dormir están invitados a una oración por la mañana y por la noche. En el albergue de Tosantos hay una pequeña capilla donde se hace oración con los peregrinos al término del día. En el monasterio benedictino de Rabanal del Camino, se invita a participar en la Liturgia de las Horas, y existe la posibilidad de pasar allí un día de reflexión y oración. O en el monasterio de Samos, donde, por la mañana temprano, se hace un acto de bendición de los peregrinos. Camino de diálogo ecuménico

También el Camino está resultando ser una ruta ecuménica muy propicia para el diálogo, sobre todo al llegar a Santiago de Compostela. Lo resalta el Deán de la catedral, don José María Díaz Fernández: «En el Camino concurren muchos peregrinos de otras Iglesias y confesiones cristianas. Atentos a esta realidad, contamos ahora con un canónigo responsable del tema ecuménico, y en la catedral hay una capilla para las celebraciones litúrgicas de los cristianos no católicos». También llegan peregrinos que se declaran agnósticos o no creyentes, o sencillamente, católicos que han perdido la fe. Según el Deán, la mayoría, «cuando tiene ocasión de explayarse, dicen que se sienten muy distintos de cómo eran en el momento de echar a andar». Porque hay que confiar: igual que el Señor se apareció a Saulo en medio del camino, tocará los corazones de tantos peregrinos que pisan las mismas piedras que pisaron hombres y mujeres de todos los tiempos. No todo el mundo se despoja de sus comodidades y emprende el viaje: es ahí, en la soledad, el silencio y el sufrimiento, cuando las voces que nos impiden pensar se alejan, y contemplamos, cara a cara, en cada árbol, al Creador.

Y es que, en este caso, no le damos la razón al poeta, porque caminante, sí hay camino: y te lleva directo a la tumba del Apóstol Santiago, de la mano de Dios.

El Camino de Santiago, camino de expiación

Son muchos los motivos por los que se peregrina a Santiago de Compostela, especialmente en este año 2010, en el que, por ser Año Santo, el camino se convierte en un magno acontecimiento espiritual. Muchos de los que lo iniciaron, o lo van a hacer, sólo por entablar nuevas amistades, por hacer algo distinto y sugerente, por realizar un viaje turístico a lugares llenos de monumentos y bellos paisajes o, simplemente, por seguir una tendencia de moda, terminan reconociendo gozosos que, durante el Camino, han tenido la inquietud de buscar la paz interior y de querer hallar y hacer el bien y, en contrapartida, buscar y obtener el perdón por las cosas mal hechas. Es impresionante ver cómo muchos peregrinos admiten sin quejas los esguinces consecuencia de las malas pisadas, las ampollas, las incomodidades de dormir sobre el suelo o, simplemente, el ir en silencio durante largos trayectos e incluso días… meditando. Ciertamente, algo ocurre durante el Camino hacia la catedral de Santiago: la experiencia demuestra que el peregrino se encuentra interiormente más renovado y purificado.

Éste es uno de los motivos para hacer el Camino o, por lo menos, para peregrinar a Santiago: ser un camino de expiación por nuestras malas acciones. Desde luego que, en esto, los cristianos tenemos una gran ventaja: creemos en un Dios que nos busca para, yendo a Él arrepentidos, perdonarnos los pecados recibiendo su gracia y, junto a la penitencia, también unas medicinas para participar en la pasión de Cristo y de expiar con Él por los pecados. La expiación tiene lugar a través de tres vías fundamentales: las penas de la vida, las penas sacramentarles y las penas buscadas.

Las primeras son los azotes de la vida (las enfermedades, la soledad, las guerras, las catástrofes naturales, todos los sufrimientos físicos o morales, los problemas económicos, el paro laboral, etc.) que sobrellevamos pacientemente y aceptamos. El sufrimiento es un misterio para todos, especialmente el sufrimiento de los inocentes; pero, sin fe en Dios, se convierte en algo inmensamente más absurdo, privándole al hombre hasta de la última esperanza de rescate. Las penas sacramentales son las impuestas por el confesor (según la medida de la culpa), y las terceras son las penas procuradas por la mortificación, es decir, espontáneamente tomadas por nosotros, según el modelo de Cristo (al comienzo de su vida pública se retiró al desierto cuarenta días en oración y ayuno total) y el ejemplo de los santos, empezando por san Pablo, en esa búsqueda voluntaria de actos de renuncia por amor y dolor por el pecado.

Esta faceta del camino está al alcance de todos los peregrinos. Y quienes asumen por iniciativa propia ciertas penalidades alcanzan un inmenso gozo y fortaleza espiritual -que no sólo sienten en su interior, sino que exteriorizan con su alegría al salir por la Puerta de la Gloria del gran Maestro Mateo-, cuando tal expiación la han hecho en desagravio por los pecados, en unión con la expiación de Cristo.

Santiago Milans del Bosch y Jordán de Urríes

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