¿Oyes la esperanza de África cantar? - Alfa y Omega

Era el estribillo de una canción que me gustaba mucho. Como el susurro del viento cuando empieza la estación seca, como el repicar de los tam-tams en una noche de luna llena, como el agitar de las palmeras… la República Democrática del Congo se levanta. Nuestro país ha llorado recientemente a sus muertos a raíz de los disturbios que tuvieron lugar en la capital, Kinshasa, con motivo de las tensiones políticas de cara a las elecciones presidenciales de diciembre. Muertos que caen ante ese silencio vergonzoso de la comunidad internacional y al que se refirió el Papa Francisco en el mes de agosto, a raíz de la masacre en Beni. Muertos como los del Mediterráneo, como los de las rutas de refugiados, como los de las guerras invisibles, como los de las hambrunas, como los de las enfermedades olvidadas… Lloramos a nuestros muertos todos los días, los de las discordias políticas, los del comercio ilegal de minerales, los de la explotación infantil, los de la miseria que ahoga a las personas, los de la violencia a las mujeres…

Sin embargo, la República Democrática del Congo se levanta. Es un país rico, hermoso, grande, joven y fuerte. Y habla con voz propia. El otro día mi padre me escribió preguntándome si la gente tiene miedo. Lo que la gente sabe es lo que dice Malala –la niña paquistaní Premio Nobel de la Paz 2014– en el libro que narra la historia de su vida, y es que, «si tienes miedo, no puedes avanzar». La población está harta y quiere un presente y un futuro mejor. Nuestro pueblo quiere la paz verdadera, no quiere para sus hijos una existencia que consiste en sobrevivir de la mañana a la noche. Queremos la paz que nace de la justicia, y no de la opresión o la humillación.

Se levanta este país y se levantan muchos otros: Etiopía, Gabón, Burkina Faso, Zimbabue… Este movimiento es como una danza africana. Se empieza poco a poco, se va cogiendo el ritmo, se van uniendo las voces, la percusión, los vaivenes de manos y pies… hasta que la música no solo se oye, sino que se ve, se siente, se vive. Me gusta ir al ensayo de la coral por la tarde, en la escuela. Alguien da el tono, poco a poco la percusión empieza, comienzan a aunarse sus voces y, al final, están tan llenos que no se acuerdan de nada más. Estos jóvenes tienen situaciones familiares complicadas, son muy pobres. Saben que su país tiene muchos retos que afrontar, saben que tendrán que luchar mucho para vivir con lo mínimo. Pero nada de todo eso pesa en ese momento: con el canto y la danza levantan el vuelo. Y una tiene la sensación, estando con ellos, de respirar a pleno pulmón. Por eso decía san Agustín que «cantar es orar dos veces». Y por eso, este pueblo, que casi siempre le reza a Dios cantando, no pierde nunca su esperanza.