La Inmaculada se adelanta en el Museo del Prado - Alfa y Omega

La Inmaculada se adelanta en el Museo del Prado

El Museo del Prado recoge, hasta el 19 de febrero, una selección de seis pinturas sobre la Inmaculada Concepción fechadas entre 1630 y 1680 y donadas por el empresario Plácido Arango en 2015. Los pinceles de Zurbarán, Mateo Cerezo, Valdés Leal y Francisco Herrera el Mozo muestran los diversos modos de representar uno de los temas más habituales entre las pinturas de los artistas del siglo XVIII

Cristina Sánchez Aguilar
Una visitante observa a la derecha la Inmaculada de Francisco de Herrera el Mozo y a la izquierda la representación de Juan de Valdés Leal. Foto: Museo del Prado

La devoción popular por la figura de María alzada sobre el orbe, aplastando la serpiente del pecado y coronada de estrellas, se extendió por España tras el Concilio de Trento –1545 a 1563–, que consagró la creencia en la Virgen, madre de Jesús, como libre de todo pecado desde el primer instante de su concepción. Un siglo después, ya en 1644, el 8 de diciembre se estableció como fiesta de obligado cumplimiento. Motivo, entre otros, por el que los artistas de la época, fieles a los gustos humanos y divinos, se afanaron en su representación.

Uno de ellos fue Francisco de Zurbarán, el pintor monástico español por excelencia. Establecido en Sevilla a partir de 1628, pintó una serie de Inmaculadas que sirvieron como respuesta a la polémica provocada la ciudad andaluza entre defensores y detractores del futuro dogma (contenido en la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854).

La muestra Inmaculadas. Donación de Plácido Arango Arias recoge tres de las obras más representativas del pintor extremeño –dos de ellas donadas por el empresario Arango, anterior presidente del Real Patronato del Museo del Prado–. Una es la conocida como la Inmaculada niña, caracterizada por representar a la Virgen con una actitud recogida, que mira hacia abajo devota, junta sus manos en oración y apenas despliega su manto. Javier Portús, jefe de Departamento de Pintura Española –hasta 1700– de la pinacoteca madrileña asevera que «ese mayor recogimiento invita a considerar el cuadro como la Inmaculada más antigua» de las 15 obras que se conocen de Zurbarán con idéntica temática.

Intimidad o dinamismo

Juan de Valdés Leal también eligió el recogimiento para representar a la Virgen Inmaculada. Firmada en 1682, esta representación –a la izquierda en la foto– fue una novedad respecto a las Inmaculadas de la época, por ejemplo de Murillo o Juan Carreño, llenas de dinamismo y colorido. Valdés Leal eligió, como su colega Zurbarán, a María con los brazos recogidos sobre el pecho y con la mirada baja. Eso sí, con decenas de símbolos a su alrededor, entre los que destaca el rayo de luz que parte del Trono de la Sabiduría y atraviesa el cuerpo de María. Ese rayo termina reflejándose en un espejo, donde toma la forma del Niño Jesús. En la parte superior, el Espíritu Santo con forma de paloma y Dios Padre con la esfera terrestre contemplan la escena.

Francisco Herrera el Mozo –su obra a la derecha en la foto–, también elige el estatismo para representar a la Virgen. Esta donación de Plácido Arango supone una aportación relevante a la colección del Prado, ya que no se conoce ninguna otra obra de Herrera con tema concepcionista. En este cuadro, «Herrera ofrece una alternativa a los modelos más habituales de iconografía mariana española en la segunda mitad del siglo XVII, planteando una contención formal y emotiva no habitual en la época».

Con Mateo Cerezo, otro prolífico autor de Inmaculadas, llega el movimiento. La obra expuesta, donada por Plácido Arango, «se caracteriza por ser su representación más abigarrada y dinámica. María mira a lo alto y, junto con el despliegue de su manto y los ángeles portadores de los símbolos de las letanías, crean una escena de gran densidad», concluye Portús.

La pinacoteca inaugura una sala propia para El Bosco

Al igual que Velázquez, Goya, Tiziano, Rubens o El Greco, Hieronymus van Aeken Bosch, El Bosco, ya dispone de sala propia en la pinacoteca madrileña. Gracias al éxito de la exposición con la que el museo ha celebrado el 500 aniversario de su muerte –cerca de 600.000 visitantes, una cifra récord en la historia del Prado–, el pintor holandés ya ocupa de manera exclusiva la sala 56A, presidida por el tríptico de El jardín de las delicias. La obra cumbre del maestro flamenco está acompañada por otras no menos admirables: el tríptico de la Adoración de los Magos, el del Carro de Heno, La extracción de la piedra de la locura, La Mesa de los pecados capitales, Las tentaciones de San Antonio Abad (del taller de El Bosco) y Paisaje infernal (de un anónimo seguidor de El Bosco).