«Han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor» - Alfa y Omega

«Han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor»

José Sánchez del Río, Manuel González García, José Gabriel del Rosario –el cura Brochero– , Salomone Leclerq, Alfonso María Fusco, Lodovico Pavoni e Isabel de la Santísima Trinidad alcanzaron la meta de la santidad afianzados «en la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche». Así lo aseveró el Papa Francisco en su homilía la mañana del domingo en la plaza de San Pedro, durante la Misa con el rito de canonización de los siete nuevos santos de la Iglesia universal

Redacción

Con las lecturas del XXIX Domingo del tiempo ordinario, centradas en la oración, el Papa hizo hincapié en que ellos, los nuevos santos, «han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel».

«Es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra sino para vencer la paz», destacó el Papa, recordando que «hay que orar siempre sin desanimarse», «como Jesús nos enseña también en el Evangelio de hoy». Ante el cansancio que todos podemos sentir, el Santo Padre recordó que «no estamos solos».

«Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y solo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio», volvió a reiterar Francisco, poniendo de relieve que «orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud».

Recordando a los nuevos santos, que «combatieron con la oración la buena batalla de la fe y del amor» y «por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel», el Papa Francisco concluyó su homilía con el anhelo de que, «con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina».

Después de haber canonizado a los siete nuevos santos, el Papa se dirigió a los fieles presentes en la plaza de San Pedro y saludó a los peregrinos llegados desde diferentes países. «Que el ejemplo de la intercesión de estos luminosos testimonios sostenga el compromiso de cada uno en los respectivos ámbitos de trabajo y de servicio, por el bien de la Iglesia y de la comunidad civil», dijo antes del rezo mariano del Ángelus.

Concluyó recordando que este lunes se celebra la Jornada Mundial contra la pobreza: «Unamos nuestra fuerzas, morales y económicas, para luchar juntos contra la pobreza que degrada, ofende y asesina tantos hermanos y hermanas, poniendo en acto políticas serias para la familia y el trabajo».

RV / Redacción

Homilía completa del Papa Francisco

Al inicio de la celebración eucarística de hoy hemos dirigido al Señor esta oración: «Crea en nosotros un corazón generoso y fiel, para que te sirvamos siempre con fidelidad y pureza de espíritu».Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así, solo Dios puede hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él como don, como «creación» suya. De este modo, hemos sido introducidos en el tema de la oración, que está en el centro de las lecturas bíblicas de este domingo y que nos interpela también a nosotros, reunidos aquí para la canonización de algunos nuevos santos y santas. Ellos han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido.

Orar, por tanto, como Moisés, que fue sobre todo hombre de Dios, hombre de oración. Lo contemplamos hoy en el episodio de la batalla contra Amalec, de pie en la cima del monte con los brazos levantados; pero, en ocasiones, dejaba caer los brazos por el peso, y en esos momentos al pueblo le iba mal; entonces Aarón y Jur hicieron sentar a Moisés en una piedra y mantenían sus brazos levantados, hasta la victoria final. Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra, sino para vencer la paz.

En el episodio de Moisés hay un mensaje importante: el compromiso de la oración necesita del apoyo de otro. El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra.

San Pablo, escribiendo a su discípulo y colaborador Timoteo, le recomienda que permanezca firme en lo que ha aprendido y creído con convicción (cf. 2 Tm 3,14). Pero tampoco Timoteo no podía hacerlo solo: no se vence la «batalla» de la perseverancia sin la oración. Pero no una oración esporádica e inestable, sino hecha como Jesús enseña en el Evangelio de hoy: «Orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Este es el modo del obrar cristiano: estar firmes en la oración para permanecer firmes en la fe y en el testimonio. Y de nuevo surge una voz dentro de nosotros: «Pero Señor, ¿cómo es posible no cansarse? Somos seres humanos, incluso Moisés se cansó». Es cierto, cada uno de nosotros se cansa. Pero no estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y solo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio.

Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18,7). Este es el misterio de la oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.

Los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos. También estos siete testigos que hoy han sido canonizados han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel. Que, con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina.