La conversación entre los jóvenes de los porros y los que comulgaban a diario - Alfa y Omega

¡Qué mal está la juventud! Es corriente pensar esto y cosas por el estilo cuando vemos por la calle esas hordas de jóvenes borrachos o montando escándalo. Quizá es que no tienen quién les guíe. Y quizá tienen arreglo. Este verano estuve con los jóvenes de mi parroquia en una zona de veraneo playero. Estos jóvenes hacían oración a diario y comulgaban en la Misa. Cada día colaboraban como voluntarios en una residencia de ancianos y con la Cruz Roja. Además, demostraban que se lo pasaban fenomenal y que sabían divertirse sanamente.

Tal era la alegría que irradiaban que un grupo de otros jóvenes de la zona se acercó a charlar con ellos. El contraste era tremendo. Los otros chicos venían con sus porros y sus botellas de alcohol. Sus conversaciones eran bastante patéticas y, aparte de beber y fumar, no sabían hacer otra cosa. En sus rostros había muchas risas pero nunca alegría. Me acerqué a hablar con ellos. Estaban asombrados de poder hablar tranquilamente con un sacerdote. Creen –equivocadamente– que el sacerdote se dedica a condenar a la juventud. Me preguntaban de todo y me buscaban para seguir charlando. Yo procuraba reconducir sus cuestiones –bastante extremas en algunos casos– hacia el amor de Dios. Les contaba mi experiencia de enamoramiento del Señor y les hacía ver que el amor inspiraba a los jóvenes de mi parroquia, a los cuales admiraban.

Entre risas y cierta prudencia pudimos dar unas pequeñas catequesis. También tuve la oportunidad de hablar personalmente y con más profundidad con alguno de ellos. Al final se confesaron cuatro y unos pocos vinieron a las Misas que teníamos en el pueblo. Tan malos no eran. Estos jóvenes perdidos están deseando que se les conduzca a Dios. Porque, en el fondo, también buscan el amor.