¡Ah, sí, es la fe! - Alfa y Omega

En un encuentro con sacerdotes y seminaristas en Tiflis, la capital de Georgia, Francisco ha explicado la dinámica de la fe contando la historia de su encuentro con una anciana durante su viaje a Armenia, en junio pasado. La mujer se encontraba tras una valla de seguridad y hacía gestos al Papa, de modo que Francisco se acercó y supo que había viajado ocho horas en autobús para estar con él. Al día siguiente la volvió a encontrar y le dijo: «Pero señora, ha venido usted desde Georgia… tantas horas de viaje… y tantas horas esperando aquí para encontrarme…». Y ella le respondió: «¡Ah, sí!, es la fe».

Ser firmes en la fe es el testimonio que me ha dado esta mujer, ha dicho Francisco. Y conviene tomarse en serio cómo lo explica: «Ella creía que Jesucristo, Hijo de Dios, ha dejado a Pedro en la tierra, y por eso quería ver a Pedro». Impresiona la sencillez y transparencia de esta imagen, frente a las complicaciones de tantos que se consideran a sí mismos católicos adultos.

La firmeza en la fe, la certidumbre estable de la fe, implica en primer lugar recibirla de otros que van por delante. Así ha sido desde los apóstoles hasta nuestros días. Nadie produce ni inventa la fe, la recibe como agua fresca, dijo Francisco. Por eso la fe está ligada a la memoria de lo que ha sucedido, de los encuentros que nos han persuadido de que Jesús es el salvador de nuestra vida y de la historia del mundo, el único que responde a nuestra espera. Y se ve clarificada y sostenida por la relación, hecha de afecto y razón, con Pedro y sus sucesores.

Después el Papa ha introducido un segundo paso. La fe está llamada a crecer en cada persona, no puede ser como una joya que se esconde en un cajón. Hace falta, dice Francisco, «elaborarla en el presente». La fe vive en la historia, tiene que ser encarnada una y otra vez dentro de las circunstancias de nuestra vida, comprobando que ciertamente responde y vence. Además, para seguir viva, la fe necesita ser culturalmente formulada, no solo por los teólogos y los intelectuales, sino por cualquier cristiano sencillo en su propio ámbito vital.

Y ahí llega el tercer paso: la fe reclama ser transmitida con obras y palabras a nuestros hijos, a nuestros compañeros y vecinos, sin pretensión ni esquematismo, como el tesoro más precioso que podemos ofrecer a la libertad de todos. La viejecita armenia ha sido el modelo para el magisterio de Pedro sobre lo esencial. Como sucede desde el principio.