José María Gil Tamayo: «Debemos perder el miedo al diálogo» - Alfa y Omega

José María Gil Tamayo: «Debemos perder el miedo al diálogo»

Ricardo Benjumea
Foto: Ernesto Agudo

Un simposio sobre el beato Pablo VI ha servido para traer a España al secretario de Estado del Papa, el cardenal Parolin. La Conferencia Episcopal (en colaboración con la Fundación Pablo VI) rinde homenaje los días 14 y 15 al Pontífice que aprobó su erección hace medio siglo. Su secretario general y portavoz, José María Gil Tamayo, ha sido uno de los impulsores de unas jornadas que sirven de resarcimiento a las incomprensiones desde España, generadas por los desencuentros con el régimen franquista. Del estilo pastoral de Pablo VI extrae Gil Tamayo importantes lecciones para el momento actual de la Iglesia española, que puede mirarse es el espejo de «un hombre profundamente espiritual y a la vez moderno», incasable promotor del diálogo. Además de los cardenales Ricardo Blázquez y Fernando Sebastián y de monseñor Ginés García Beltrán (presidente de la fundación Pablo VI), desgranarán la figura del Papa Montini expertos e historiadores como Juan María Laboa, Vicente Cárcel Ortí, el director de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian –cuyo padre fue el bibliotecario de Pablo VI– o Lucetta Scaraffia, de la Universidad La Sapienza.

En 1963, cuando se anunció la elección del cardenal Montini, usted acababa de cumplir los 6 años. ¿Por qué le ha marcado a usted tanto este Papa?
La primera razón se llama don Antonio Montero, mi obispo y maestro, una persona muy vinculada al Papa Montini. Y después me marcaron mucho los escritos y homilías de este Pontífice, de una claridad impresionante. Yo pude saludar a Pablo VI en 1975, en un viaje con el seminario a Roma para la canonización de san Juan Macías. Era un momento muy duro, por el rechazo al régimen español motivado por los fusilamientos de otoño de ese año. La opacidad en nuestro país con respecto a este Papa me llevó a acercarme más a su figura y a descubrir que fue una bendición para España y para toda la Iglesia. Siempre que voy a Roma, bajo a la gruta de los Papas y nunca falta la oración ante su tumba por la Iglesia en España y por mi diócesis, Badajoz.

Desde hace años insiste usted en que España tiene una deuda de gratitud con Montini. ¿Por fin ha encontrado el modo de saldarla?
No podíamos perder la oportunidad de dejar pasar la beatificación y la celebración de los 50 años de la erección de la CEE, aprobada por este Papa. Es raro el pueblo de España sin una calle Pío XII, pero qué pocas se llaman Pablo VI… Está desaparecido, y es importante mostrar a las nuevas generaciones lo que significó Montini en la celebración y aplicación del Concilio, en la renovación de la Iglesia en España, o su aportación también a la Transición política.

Si la historia es, en cierto modo, un pretexto para haber del presente, ¿qué mensaje a la Iglesia en España quisiera que quedara de este simposio?
Pablo VI es un hombre profundamente espiritual y a la vez un hombre moderno, que busca y promueve el diálogo. Pablo VI hace una llamada a redoblar el afán evangelizador desde el diálogo, igual que hoy el Papa Francisco, porque evangelizar es la mejor manera de promocionar la dignidad del hombre. Nada dignifica más al hombre que Cristo y nada dignifica más la sociedad que la propuesta del Evangelio. Montini es el Papa de la Evangelii nuntiandi, que tanta resonancia tiene en la Evangelii gaudium de Francisco, su documento programático.

Y es el Papa de la sinodalidad. ¿Cómo está la comunión entre los obispos españoles?
Yo, que ahora vivo desde dentro la CEE, veo una profunda comunión. Hay diversidad de sensibilidades: cada uno tiene su edad, su historia, sus circunstancias…, pero tenemos que huir del peligro de hacer una lectura del episcopado español en clave política, con obispos progresistas, moderados, conservadores… Eso es un reduccionismo irreal. Sí hay variedad: unos son del común de doctores, otros del común de pastores…, pero hay una comunión profunda y sobre todo un afecto colegial que la Conferencia tiene como tarea cultivar en bien de la acción pastoral de la Iglesia en España.

Pablo VI saluda al presidente del Gobierno Adolfo Suárez, en Castel Gandolfo, el 2 de septiembre de 1977. Foto: EFE/UPI/eib/aa

En este simposio –como en otros actos organizados últimamente por la CEE– se percibe la voluntad de reunir a personas con distintas sensibilidades eclesiales, de algún modo reivindicando el derecho a esas legítimas particularidades desde una unidad en lo sustancial.
En el primer encuentro que tuvimos con el Papa Francisco el presidente de la CEE [cardenal Ricardo Blázquez], el vicepresidente [monseñor Carlos Osoro] y un servidor, nos invitó a que esta fuera una etapa muy de diálogo, hacia adentro y hacia afuera. Ese diálogo tiene una de sus referencias más importantes en la encíclica programática del pontificado de Pablo VI, la Ecclesiam suam, que con gran realismo plantea cómo proponer en positivo el Evangelio a la sociedad de hoy. Ese es el estilo que, en mi opinión personal, quiere imprimir la Conferencia.

Es un reto perder el miedo al diálogo. Tiene miedo al diálogo el que no está afirmado en su identidad. Y necesitamos más creatividad fiel para evangelizar. No está la novedad en la misión, que es la de siempre, la que Jesús encomendó a sus apóstoles, pero si el ambiente ha cambiado tienen que cambiar los modos, que no los contenidos. Hay que ganar en audacia y en ardor apostólico, desde un respeto exquisito a las convicciones y a las conciencias de los demás.

Mencionaba usted antes los fusilamientos franquistas. Pablo VI es el Papa de los principios, de los derechos humanos…, pero también es el Papa del bien posible, de la Ostpolitik, de las estrechas relaciones con la democracia cristiana… ¿Se puede aplicar esto a las relaciones de la Iglesia con el poder político hoy en España?
El estilo de Pablo VI del bien posible no es una opción por la mediocridad, sino la constatación de que debemos ir al paso de Dios, con paciencia, sin las prisas humanas. Es lo que experimenta una madre que tiene que educar a sus hijos con el ambiente en contra, y a veces ve que lo que ha sembrado no parece dar fruto, y sufre, pero tiene la paciencia de estar a su lado y de acompañarlos, tratando de rescatar y reavivar el rescoldo que sembró un día. Es también paciencia la del sacerdote que ve que su comunidad ha disminuido. O la del maestro… Yo creo que esa opción por el bien posible no es simplemente una opción estratégica, sino un estilo evangélico, al que también nos invita hoy el Papa Francisco. La paciencia evangélica del sembrador.

El Papa Francisco es muy querido en España, pero al mismo tiempo su insistencia en la misericordia parece que descoloca y genera a veces debates que, de algún modo, recuerdan cómo el mismo Jesús que enseña a llamar a Dios «Papá» advierte de que no ha venido a «sembrar paz, sino espada».
A veces con el Papa Francisco nos ocurre que no nos hemos puesto la lente adecuada. Por primera vez estamos ante un Papa de América, un Papa que ha sido fundamentalmente pastor, que trae esa frescura de una Iglesia pobre pero muy viva, y con un recorrido de sinodalidad que se plasma en las conferencias del episcopado latinoamericano. Cada Papa tiene los ingredientes humanos y sobrenaturales en el momento histórico que Dios ha considerado necesario para la Iglesia. Después de Benedicto XVI, que resaltó la primacía de Dios y con ella la de la fe, Francisco nos plantea la misericordia como la gran apologética cristiana para nuestro tiempo. Jesús, en la parábola del buen samaritano, dice «vete y haz tú lo mismo», no «vete y piensa igual». El cristianismo no es una gnosis; es una propuesta de vida. Por eso el mejor argumentario cristiano es la caridad, la misericordia. Esto es lo que Francisco ha venido a recordarnos.