La Iglesia y los homosexuales - Alfa y Omega

La Iglesia y los homosexuales

Francisco no ha venido a abolir la ley antigua ni la doctrina de la Iglesia, sino a recordarnos que nuestra norma suprema es la caridad

Alfa y Omega

Un día después de asegurar en Georgia que «hoy hay una guerra mundial para destruir el matrimonio» por medio de la ideología de género, el Papa sorprendía a propios y extraños en su respuesta a una pregunta sobre «qué le diría a una persona que ha sufrido» porque «su aspecto físico no se corresponde con lo que él o ella considera su identidad sexual». Francisco recurrió a un ejemplo práctico y contó cómo el entonces obispo de Plasencia, monseñor Amadeo Rodríguez Magro, y después él mismo acogieron a Diego Neira, un transexual con grandes dosis de sufrimiento a sus espaldas, buena parte originado por la dureza de algunos corazones dentro de la Iglesia.

El Papa da una lección de sentido común y jerarquía de valores. Porque si condenable es una ideología que siembra confusión en los niños y destruye las bases de la familia, no menos destructivo es el desprecio a una persona por razón de su orientación sexual (o de cualquier otra). Las situaciones son muy diversas, algunas de enorme complejidad, pero Francisco dejó claro en el avión de regreso de Azerbaiyán que al dogmatismo de la ideología de género no se le combate con un rigorismo moral farisaico: «La vida es la vida, y las cosas se tienen que tomar como vienen. El pecado es el pecado. Las tendencias o los desequilibrios hormonales dan muchos problemas y hay que tener cuidado de no decir: “Todo es lo mismo, vamos a celebrarlo”. No, no es eso. Hay que acoger cada caso, acompañarlo, discernirlo e integrarlo».

El discernimiento consiste en fijarse en el Evangelio para iluminar la realidad concreta de hoy. Y así Francisco subraya que Jesús jamás diría: «Vete porque eres homosexual». No por ello, claro, daría por buena cualquier situación, si bien lo que de ningún modo toleraría es el rechazo a una persona desde una fingida superioridad moral. Más bien nos pediría que acompañáramos cada situación con respeto, ternura y paciencia, que es lo que anima a hacer Francisco. Tampoco él, por cierto, ha venido a abolir la ley antigua ni la doctrina de la Iglesia, sino a recordarnos que nuestra norma suprema es la caridad.