El rechazo aleja de Dios - Alfa y Omega

El rechazo aleja de Dios

Cristina Sánchez Aguilar
Macarena y Diego en Santa Marta con el Papa, durante su visita a Roma el 24 de enero de 2015. Foto: Archivo personal de Diego Neria

Durante el vuelo de regreso a Roma desde Bakú, capital azerí, Francisco recordó aquella misiva, enviada al Vaticano «sin demasiadas esperanzas» –reconoce el propio remitente– el año pasado desde la extremeña Plasencia. «Recibí la carta de un español que me contaba su historia. Era una niña que había sufrido mucho. Se sentía chico, pero físicamente era una niña», dijo delante de decenas de periodistas embarcados en el vuelo papal. El Pontífice, que declaró haber acompañado «como sacerdote, obispo e incluso como Papa a personas con tendencia y prácticas homosexuales», recalcó la importancia de no abandonar a quienes acuden a la Iglesia en busca de consuelo, tal y como hizo el entonces obispo de Plasencia –ahora de Jaén–, monseñor Amadeo Rodríguez Magro, con Diego Neria. «El obispo, un buen obispo este, que perdía tiempo para acompañar a este hombre».

Esta compañía tuvo su fruto. «Yo tengo una fe inquebrantable, aunque en demasiados momentos de mi vida haya tenido que vivirla en soledad porque una parte de la Iglesia me rechazaba», afirma Neria. Pero monseñor Amadeo Rodríguez –al que Diego considera «un cielo de hombre, un padre»– y otros sacerdotes placentinos a los que acudía en busca de refugio, «fueron mis tablas de salvación en los momentos oscuros». Gracias a ellos no se apartó de Dios. «Don Amadeo ha sido un pilar fundamental. Desde el primer momento me trató con delicadeza, cariño y mucha paciencia. Él me aceptaba y me quería», señala a este semanario.

No todos los curas que pasaron por su vida fueron un oasis en el desierto. El mismo Papa desvelaba a los periodistas detalles que ni el libro autobiográfico de Diego, El despiste de Dios (ed. Tropo), revela. «Cuando vino a verme me contó que en el barrio en el que vivía estaba el viejo párroco y uno nuevo. Cuando el nuevo le veía, le gritaba desde la acera: “¡Te vas a ir al infierno!”. Cuando se encontraba con el viejo le decía: “¿Desde hace cuánto no te confiesas? Ven…”». Ante este panorama, el Papa recalcó: «Cada caso hay que acogerlo, acompañarlo, estudiarlo, discernirlo e integrarlo. Es lo que haría Jesús hoy. Es un problema humano, de moral. Y hay que resolverlo como se puede, con la misericordia de Dios, con la verdad, pero siempre con el corazón abierto».

El Papa con los periodistas durante el Viaje a Georgia y Azerbaiyán. Foto: Reuters / Osservatore Romano

«Me quedo con los que me decían que Dios me quiere»

Aun con esas luces y sombras, Diego siempre buscó ayuda espiritual. En medio de todo el sufrimiento seguía «aferrado a la religión, a sus imágenes dolientes, a la tranquilidad de los templos y al padrenuestro, al martirio de los santos. Sé que arrastro una pesada cruz: quizá por eso me atraen tanto los pasos de Semana Santa». Unos sacerdotes «eran buenos, otros no. Me quedo con los que me decían que Dios me quiere». Mejor recordarles a ellos que al cura que le paró un día, al alba, antes de acudir al trabajo y le gritó: «¡Tú eres la hija del diablo y te abrasarás en las llamas del infierno! Dios no hace favores a mamarrachas». «Uno nunca se acostumbra a los ataques, y menos viniendo de un sacerdote», recuerda Neria.

Ataques que no solo pertenecen al pasado. «La noche del domingo, después de la rueda de prensa del Papa, recibí cientos de mensajes. Algunos de ellos decían que, o volvía a ser mujer, o viviría eternamente entre las llamas del infierno». Si estas personas «supieran el daño que hacen, si supieran los miles de católicos que estarían dispuestos a acercarse a la Iglesia si no se sintieran rechazados… Pero ellos nos alejan cada vez más». Diego es católico, y se niega a creer «que Jesús salvara de la lapidación a una prostituta y me tire piedras a mí».

Gracias a la visita que hizo al Papa el 24 de enero de 2015, acompañado de su esposa Macarena; gracias a «la parte de la Iglesia que apoya a la gente, ya no tengo miedo de Dios, ni de entrar en un templo, ni pienso que tengo que pedir permiso o dar las gracias por ello». Aunque, reconoce, «hay otra parte de la Iglesia a la que le queda un largo camino por recorrer».

«Colonización ideológica»

Este acompañamiento, hecho de acogida y misericordia, es compatible con la denuncia a «esa maldad que hoy se hace con el adoctrinamiento de la ideología de género». Así lo afirmó el Papa, tajante, en la conversación con los periodistas. «Me contaba un papá francés que en la mesa estaba hablando con sus hijos, y al de 10 años le preguntó que quería ser de mayor. “Una chica”, contestó. El padre se dio cuenta de que en los libros de la escuela se enseñaba la ideología de género, y esto va contra la naturaleza. Una cosa es que una persona tenga esta tendencia o esta opción, o incluso que cambie de sexo. Y otra es enseñar en las escuelas esta línea, para cambiar la mentalidad». Esto, definió el Pontífice, es una «colonización ideológica».