Travesía por la vida de un santo - Alfa y Omega

Travesía por la vida de un santo

En este mes de octubre hemos celebrado la fiesta de San Francisco de Borja, un ejemplo de santidad en la vida pública

Anabel Llamas Palacios
Despedida de san Francisco de Borja. Goya. Catedral de Valencia

Abrió los ojos en aquella inmensa habitación. La luz se colaba por una rendija de la ventana de madera impecable. Respiró hondo. Ya llegaba el olor del desayuno que seguramente habían empezado a preparar las cocineras desde primera hora de la mañana. Francisco se levantó de un salto y se calzó las zapatillas. Abrigado para no congelarse entre las enormes habitaciones que atravesaría hasta llegar a la cocina, fue dando saltos hasta darse de bruces con su padre. Su gesto serio le atemorizó:

«Ya es hora de que dejes de ser un niño. Nada de juegos, a partir de hoy comenzarás a prepararte para ser un hombre».

Los ojos asustados del muchacho se llenaron de lágrimas ante la perspectiva de dejar de ser un niño antes de tiempo. Las amas de llaves se lo llevaron en seguida. Le bañaron, le vistieron, rezaron sus oraciones con él. Francisco miraba el crucifijo: «¿Quién eres Tú, Señor?» Pero no había tiempo para más reflexiones. Aquel día había dejado de ser un niño.

Desde entonces hasta los 18 años, su vida había sido una continua preparación para alcanzar la educación que, según sus padres, sus profesores y todo el personal de la casa, debía tener alguien de su condición. En pequeños ratos libres, desde la ventana de su habitación, aquella ventana de madera, Francisco veía los campos de su Gandía natal, y sentía que todo aquello estaba de más para él. Aesa edad fue presentado en la Corte de Castilla como un caballero más. Sin embargo, Carlos V e Isabel de Portugal pronto alcanzaron a ver en él algo distinto de la frivolidad e hipocresía de todos los cortesanos que les rodeaban. La simpatía de los reyes hacia Francisco se convirtió en una presencia cada vez más frecuente en la Corte, y un año más tarde Francisco contraía matrimonio con doña Leonor, la mujer con la que congenió en seguida por compartir con él esa inocencia y bondad natural. Fueron 17 años de matrimonio que dieron como fruto 8 hijos y mucha felicidad. Francisco resultaba ser un gran trabajador, con dotes para la organización, y con un encanto especial que arrasaba, porque sabía alentar a la gente, era responsable y honesto, cualidades que convencían a los que con él trataban.

Sin embargo, la muerte de Isabel de Portugal, aquella con la que había alcanzado tanta confianza, aquella a la que había servido con esmero y entrega, aquella que había sido joven y bella, cambió su vida. Ante su cadáver, Francisco leyó en su corazón que nunca volvería a servir a nadie más que a Dios, sin riquezas ni boatos, sin superficialidades que le apartaran de lo esencial.

Cuando parecía que su vida volvía a normalizarse, sucedía la fatal muerte de su mujer, en plena juventud. Poco a poco, aquellos sueños de su juventud comenzaron a resurgir de nuevo. Durante un tiempo de virreinato en Cataluña, había tenido la oportunidad de conocer a algunos jesuitas y especialmente a san Ignacio de Loyola, quien le había causado una excepcional impresión. Yfue en ese tiempo de duelo, tras la muerte de su mujer, cuando el padre Pedro Fabro le visitó en Gandía. Largas conversaciones y Ejercicios espirituales dieron como resultado la aceptación de Francisco de la voluntad de Dios, y pidió entonces la admisión en la Compañía de Jesús.

Era la confirmación de que la renuncia es posible. Francisco era Francisco de Borja, descendiente de los poderosos y ricos Borgia, familia de Papas como Calixto III y Alejandro VI; Duque de Gandía y señor de innumerables tierras. Su renuncia a las riquezas y su aceptación de una vida sencilla de pobreza, trabajo y obediencia causó gran impresión en esos días; su ejemplo y sus palabras cambiaron muchas vidas.

Aceptó con igual humildad unos primeros años barriendo, fregando o ayudando en las cocinas de sus comunidades, que siendo el Apóstol de Guipúzcoa, como le llamaron durante su predicación en tierras del norte, o durante sus últimos años como General de la Compañía. Su legado perdura para la eternidad.

De niño había soñado con una vida distinta, un aspirar a más que desconocía, que se encontraba latiendo en el fondo de su alma, esperando el momento para brotar lleno de sentido, en el momento preciso. «Sólo necesito a Jesús», dijo san Francisco de Borja cuando fallecía, el 1 de octubre de 1572.