«Ser perfectos significa ser misericordiosos» - Alfa y Omega

«Ser perfectos significa ser misericordiosos»

«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Esta cita bíblica que inspira el lema del Año de la Misericordia ha centrado la catequesis del Papa este miércoles. En ella, ha dirigido un pensamiento especial a los enfermos de Alzheimer y quienes cuidan de ellos

RV
Foto: ANSA

Miles de fieles y peregrinos se dieron cita en la Plaza de San Pedro el primer día de otoño en Europa para participar en la Audiencia General del tercer miércoles de septiembre. Con la lectura de un pasaje del Evangelio de San Lucas el Papa Francisco meditó en su catequesis sobre el hecho de ser «misericordiosos como el Padre».

Hablando en italiano, el Obispo de Roma explicó que esta lectura bíblica, que inspira el lema del Año Santo de la Misericordia, no corresponde a un eslogan, sino a un compromiso de nuestra vida. Y afirmó que esta perspectiva puede confrontarse con la paralela del Evangelio de San Mateo en el que Jesús dice que debemos ser perfectos como nuestro Padre celestial. En efecto, el Santo Padre destacó que el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley. Por eso San Lucas explica que la perfección es el amor misericordioso y que «ser perfectos» significa «ser misericordiosos».

¿Es realista aspirar a ser como Dios?

Ante la pregunta de si estas palabras de Jesús son realistas, el Papa Bergoglio dijo, a la luz de la historia de la salvación, que ciertamente nuestro amor, comparado con el de Dios, siempre será defectuoso, pero cuando Jesús nos pide que seamos misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad, sino que pide a sus discípulos que se transformen en signo, canales y testigos de su misericordia.

Por esta razón –prosiguió explicando el Sucesor de Pedro– la Iglesia no puede dejar de ser «sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todo tiempo y para toda la humanidad». De modo que los cristianos están llamados a ser testigos de la misericordia, lo que se produce durante el camino hacia la santidad.

Perdonar y donar

Además, el Papa puso de manifiesto que Jesús utiliza dos verbos para explicar lo que significa ser misericordiosos, a saber: perdonar y donar. La misericordia se expresa ante todo en el perdón. Por otro lado, el Señor indica a su Iglesia que hay que dar para que nos sea dado y que Dios da mucho más de lo que merecemos, y será más generoso aún con cuantos aquí en la tierra habrán sido generosos.

Por esto –concluyó el Papa su catequesis– el amor misericordioso es el único camino que recorrer para no perder la identidad recibida del Señor que nos permite reconocernos como hijos del mismo Padre Misericordioso.

Recuerdo para los enfermos de Alzheimer y los cristianos turcos

En el día dedicado en todo el mundo a las personas que padecen Alzheimer, a sus familiares y al personal sanitario que atiende a los pacientes, el Papa dirigió un llamamiento a «‘acordarse’, con la solicitud de María y con la ternura de Jesús Misericordioso, de cuantos sufren esta enfermedad y de sus familiares, para hacerles sentir nuestra cercanía. Oremos también por las personas que están al lado de los enfermos, sabiendo percibir sus necesidades, aún las más imperceptibles, porque las ven con los ojos del amor».

Dentro de los saludos a los peregrinos, se dirigió con especial alegría a un grupo llegado de la diócesis de Esmirna, en Turquía, a los que invitó a «permanecer firmes en la fe y a testimoniar el evangelio de la misericordia en la vida de cada día».

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (6,36-38) del cual es tomado el lema de este Año Santo Extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (v. 36). No se trata de un slogan, sino de un compromiso de vida. Para comprender bien esta expresión, podemos confrontarla con aquella paralela del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (5,48). En el llamado discurso de la montaña, que inicia con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley. En esta misma perspectiva, San Lucas precisa que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos. ¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No! ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección radican en la misericordia. Cierto, Dios es perfecto. Todavía, si lo consideramos así, se hace imposible para los hombres alcanzar esta absoluta perfección. En cambio, tenerlo ante los ojos como misericordioso, nos permite comprender mejor en que consiste su perfección y nos impulsa a ser como Él llenos de amor, de compasión y misericordia.

Pero me pregunto: ¿Las palabras de Jesús son reales? ¿Es de verdad posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él?

Si miramos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e inagotable amor por los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con un amor infinito y lo derrama con abundancia sobre toda creatura. La muerte de Jesús en la cruz es el culmen de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor talmente grande que solo Dios lo puede realizar. Es evidente que, relacionado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será en defecto. Pero, ¡cuando Jesús nos pide ser misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia.

Y la Iglesia no puede dejar de ser sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todo tiempo y hacia toda la humanidad. Todo cristiano, por lo tanto, es llamado a ser testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino a la santidad. ¡Pensemos en tantos santos que se han hecho misericordiosos porque se han dejado llenar el corazón con la divina misericordia! Han dado cuerpo al amor del Señor derramándolo en las múltiples necesidades de la humanidad sufriente. En este florecer de tantas formas de caridad es posible reconocer los reflejos del rostro misericordioso de Cristo.

Nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Y esto es explicado por Jesús con dos verbos: «perdonar» (v. 37) y «donar» (v. 38).

La misericordia se expresa, sobre todo, en el perdón: «No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados» (v. 37). Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, todavía recuerda a los discípulos que pera tener relaciones fraternas se necesita suspender los juicios y las condenas. De hecho, es el perdón el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, porque en ella se manifiesta la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado primero. ¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos aquí, hoy, en la Plaza, todos nosotros, hemos sido perdonados. Ninguno de nosotros, en su vida, no ha tenido necesidad del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, debemos perdonar. Y lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: «Perdona nuestros pecados; perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas, de tantos pecados. Y así es fácil perdonar. Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande de Dios? ¿Entienden esto? Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado primero. Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe la relación de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que en cambio no quiere renunciar a ninguno de sus hijos. No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima él: al contrario tenemos el deber de rescatarlo a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.

A su Iglesia, a nosotros, Jesús indica también un segundo pilar: «donar». Perdonar es el primer pilar; donar es el segundo pilar. «Den, y se les dará […] Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes» (v. 38). Dios dona muy por encima de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos aquí en la tierra serán generosos. Jesús no dice que cosa sucederá a quienes no donan, pero la imagen de la “medida” constituye una exhortación: con la medida del amor que damos, seremos nosotros mismos a decidir cómo seremos juzgados, como seremos amados. Si observamos bien, existe una lógica coherente: ¡en la medida con la cual se recibe de Dios, se dona al hermano, y en la medida con la cual se dona al hermano, se recibe de Dios!

El amor misericordioso es por esto la única vía a seguir. Cuanta necesidad tenemos todos de ser un poco misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no “desplumar” a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos. ¡No! Perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y donar. Esa –caridad y este amor– permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos –es decir, nosotros– practicamos en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin (Cfr. 1 Cor 13,1-12). Pero no se olviden de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón crece, crece en el amor. En cambio, el egoísmo, la rabia, hace el corazón pequeño, pequeño, pequeño, pequeño y se endurece como una piedra. ¿Qué cosa prefieren ustedes? ¿Un corazón de piedra? Les pregunto, respondan: «No». No escucho bien… «No». ¿Un corazón lleno de amor? «Si». ¡Si prefieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!