«Sed valientes y audaces» - Alfa y Omega

«Sed valientes y audaces»

En un tiempo en el que se fragua «una nueva época de la Historia», hacen falta «familias cristianas que, con su testimonio de vida, sientan la responsabilidad de anunciar la alegría del Evangelio», dijo monseñor Osoro en la Misa de la Sagrada Familia:

Redacción
Don Carlos, con la familia que, en nombre de todas, intervino al inicio de la Misa

Excelentísimo señor nuncio en España, monseñor Renzo Fratini; querido don Fidel, obispo auxiliar de Madrid, excelentísimo Cabildo catedral (…); queridas familias, las que estáis aquí presentes en esta celebración, y las que la están siguiendo a través de los medios de comunicación social. Queridas familias también, las que, desde ayer por la tarde, habéis estado pasando para que os diese la bendición en nombre del Señor. Hermanos y hermanas todos en Nuestro Señor Jesucristo:

¿Cómo entregar la Belleza, que es Dios mismo en este momento en el que se está fraguando ciertamente una nueva época de la Historia? La familia cristiana, la Iglesia doméstica, debe asumir su responsabilidad en esta tarea. Son necesarias familias que estén dispuestas a hacerse esas preguntas que el Beato Pablo VI nos hacía en la Evangelii nuntiandi: ¿Creemos y fraguamos nuestra vida verdaderamente en ese amor que nos envuelve que es el mismo Jesucristo? ¿Vivimos según lo que creemos?

Hermanos y hermanas, queridas familias: hoy más que nunca se necesitan familias cristianas, que, con su testimonio de vida, sin andar con rodeos, sientan la responsabilidad de anunciar la alegría del Evangelio en este mundo. Esta Humanidad, este momento histórico, tiene necesidad de este anuncio. Igual que al comienzo de la vida pública del Señor hubo una familia que no podía ofrecer una fiesta a quienes asistían a la boda, porque –nos dice el Evangelio– «no tenían vino», hoy no se puede hacer fiesta cuando Dios falta en la vida de los hombres. Es urgente que descubramos el valor de la familia cristiana, donde nuestro Señor envuelve en su amor al matrimonio, y envueltos en ese amor, crean la familia, dan vida, entregan la noticia de Jesucristo a los hombres.

Sí, es urgente que las familias cristianas entreguen lo mismo que regaló el Señor en las bodas de Caná, que no fue otra cosa que su presencia, su gracia, su amor, su entrega, su fidelidad… Solamente así se puede hacer fiesta y se puede mantener la fiesta en este mundo. Y hoy, eso es lo que tenemos que entregar la Iglesia, ¡y quién mejor para regalar esto a este mundo que las familias cristianas, que las Iglesias domésticas! Ánimo, queridos hermanos y hermanas: sed valientes familias; vivid lo que tenéis. Tenéis el amor de Jesucristo, que os hace vivir en una entrega incondicional, en el perdón, en el servicio, en la fidelidad. Regalad lo que tenéis, lo que os ha dado el Señor. Sed valientes y audaces en este momento precisamente, donde hace falta valentía y audacia para entregar lo que vale y merece la pena: el amor mismo de Jesucristo, la alegría del Evangelio. Haced que permanezca la fiesta, que solamente permanece si hay presencia de Dios en este mundo, si hay rostro de Jesucristo en esta tierra. Y ésa la podéis ofrecer las familias cristianas.

La Belleza en la familia

Como os decía, el mundo en el que vivimos, en el que está fraguándose una época nueva de la Historia, está esperando familias cristianas que regalen la Belleza, con mayúscula, que es Dios mismo. La Belleza que lleváis dentro de vosotras está fraguada por Jesucristo, Nuestro Señor, Belleza que se entrega en la sencillez, en la entrega, con el espíritu de oración, en el diálogo con Dios, en amor a todos los hombres, especialmente a los pequeños y a los pobres, en el desapego de nosotros mismos, en el servicio a todos. Solamente así la vida de las familias, las Iglesias domésticas, no serán vanas e infecundas.

Monseñor Carlos Osoro, durante la homilía

Necesitamos, necesita este mundo la fecundidad de la familia cristiana. La Iglesia doméstica tiene una misión fundamental en el servicio a la verdad, a la verdad acerca de Dios, a la verdad acerca del hombre –a la verdad acerca del misterio del hombre, de su destino–, a la verdad también acerca del mundo. De las familias cristianas, esperemos que den siempre culto a la verdad, que sean anunciadoras de la verdad, ésa que todo ser humano busca y quiere encontrar, porque es la que da la felicidad. Y esa verdad para nosotros, hermanos, y para todos los hombres, tiene un hombre y un rostro: Jesucristo, Nuestro Señor. Ese rostro que contemplamos en el portal de Belén, en la familia de Nazaret, junto a José y a María, es Nuestro Señor Jesús, la Verdad.

Esto es lo que causará asombro: entregar la verdad del hombre. El asombro y la originalidad: no disimulemos la originalidad que tiene el ser humano, el asombro que provoca en todo ser humano la verdad de lo que es: hijo de Dios, hermano de todos los hombres, con esa capacidad para hacer posible que el corazón del ser humano cambie. Quien se acerque a la familia de Nazaret algo percibe en su existencia. La Iglesia doméstica, la familia cristiana, tiene que buscar siempre la mielación y el crecimiento de sus vidas y de las que los rodean animados por el amor que tiene su máxima expresión en Jesucristo, Nuestro Señor.

La familia cristiana es garantía de futuro

Hermanos y hermanas: trabajemos en apoyo de las familias fundadas en el matrimonio como elemento básico de la vida y del desarrollo de una sociedad. Esto sí que es garantizar el futuro de la Humanidad y contribuir a renovar la sociedad, poniendo como fundamento lo que necesita todo pueblo y todo ser humano para realizarse como tal. En la familia es donde mejor se ve y se construye la cultura del encuentro, ya que es el lugar de convivencia entre generaciones (padres, hijos, abuelos, bisabuelos, nietos), donde nadie queda excluido, donde todos son necesarios y cada uno recibe el amor y la ayuda que necesita. Pero no es solamente encuentro de generaciones: es santuario del amor y de la vida. En ella se enseña y se aprende a vivir desde esa atalaya que engrandece al ser humano cuando se pone como fundamento y garantía de desarrollo a Dios mismo.

Hermanos, la Sagrada Familia de Nazaret así nos lo muestra. En la familia se aprenden y se desarrollan las virtudes esenciales para la vida. La familia viva, donde el centro de la misma, como sustentador de cada uno de los miembros, en todo su desarrollo personal y social, a lo largo del camino que dure toda su existencia, está en Dios. Esto es, hermanos y hermanas, lo más actual y lo más moderno. Lo antiguo es vivir marginando a Dios. Dios ha venido al mundo. Lo estamos celebrando estos días. ¡Está con nosotros! Está de parte de nosotros. Ha tomado rostro.

La Sagrada Familia de Nazaret se presenta hoy para nosotros como el prototipo de toda familia. Sí, hermanos. La belleza de la familia cristiana la ha descrito el Evangelio que hemos proclamado en esta celebración de la Eucaristía. Sí, el convencimiento de que Quien da la belleza a todo lo que existe es Dios y solamente Él. El convencimiento de que la belleza del ser humano tiene origen y fundamento en Dios mismo. El convencimiento de que la belleza de la familia de Nazaret está en que camina unida y se dirige, como hemos escuchado, a Jerusalén. Sí, a Jerusalén. Allí Dios mostraba su rostro. Y veis lo que sucedió en ese momento en que Jesús entraba al templo.

Simeón y la profetisa Ana

Hay dos rasgos que yo os invito a que asumáis todas las familias cristianas. El que nos presenta el anciano Simeón, cuando acoge al Señor en el corazón, y le toma en sus brazos. Acoger al Señor en quienes entran a formar parte de la familia es lo que tiene que hacer toda familia cristiana, como Simeón tomó en sus brazos y bendijo a Dios.

Las palabras de Simeón siguen siendo significativas para nosotros, cuando dijo: «Ahora puedo marchar en paz, porque mis ojos han visto la salvación». Esta palabra, ahora, significa la irrupción total y absoluta de Dios en la Historia. La belleza la da Dios mismo. Este ahora determina que un tiempo ha acabado y que comienza otro absolutamente nuevo, el que vosotros, familias cristianas, tenéis que hacer presente en este mundo, sí, fraguando también los fundamentos de esta época nueva que está naciendo, entregando y regalando la presencia de Dios. Ahora empieza el tiempo donde la Belleza se hace presente en el mundo, y el Señor quiere contar con nosotros, con la Iglesia doméstica, con las familias, con la Iglesia, para dar rostro a Nuestro Señor Jesucristo.

Y también hay otra persona que recibe al Señor en el templo. La profetisa Ana hablaba de Jesús con obras y palabras, regalaba ya anticipadamente la alegría del Evangelio. Esta mujer anciana no se apartaba del templo, nos dice el Evangelio, sirviendo al Señor, y daba gracias a Dios y hablaba de Jesús. Hermanos: hay que hablar de Jesús, con obras y con palabras. Y la mejor manera de hablar con obras y con palabras es la familia cristiana, [como] todas esas familias que he estado, y seguiré durante todo el día, recibiendo y bendiciendo con sus hijos. Y cuando les muestro esa oración que yo he compuesto para vosotros, con esos dibujos, [que representan a] un matrimonio, les digo: [estos sois] vosotros, envueltos en el amor de Jesucristo, creando con vuestros hijos la familia de Nazaret, donde Dios está en el centro, y dando vida al mundo, porque la vida es Jesucristo, Nuestro Señor. La familia de Nazaret se abrió a la vida verdadera poniendo de relieve la fuerza de la humanización y de la alegría que trae el Evangelio de la familia. Toda familia, cuando vive en comunión íntima de vida y amor, es lugar de evangelización, es cuna de la vida y del amor.

Hermanos y hermanas: ¿dónde está la belleza de la familia cristiana que tiene su origen en el matrimonio? Acercaos a Jesucristo. Él, el mismo que nació en Belén, se hace presente aquí en este altar dentro de un momento. Acercaos a Él. Él es la Belleza. Y Su Belleza la entrega al matrimonio y a la familia, en ese incondicional al amor, que es Él mimo, y que habéis dado siempre a Nuestro Señor. La familia cristiana, santuario de la vida y del amor, custodia, revela y comunica este amor, que es reflejo y es el mismo amor de Nuestro Señor Jesucristo, de este Jesús que viene hoy también junto a nosotros. Amén.