María Luisa Martínez: «El mejor homenaje a Madre Teresa es nuestra santidad» - Alfa y Omega

María Luisa Martínez: «El mejor homenaje a Madre Teresa es nuestra santidad»

En 1987 surge la Asociación internacional Misioneros Laicos de la Caridad, cuyos miembros, tanto casados como solteros, tras hacer votos de pobreza, castidad y obediencia, dedican su tiempo al servicio de los más pobres entre los pobres. María Luisa Martínez nos abre las puertas de su casa madrileña para hablarnos del espíritu de la Madre Teresa

Javier Alonso Sandoica
Madre Teresa en el día de la inauguración de la casa de las Misioneras de la Caridad en Madrid, en 1987

¿Cuál es el espíritu de los Misioneros Laicos de la Caridad?
Es una propuesta para los miembros laicos que quieran dedicarse al servicio de los más pobres, y siempre con el apoyo de las casas de las Misioneras contemplativas. Estamos extendidos por todo el mundo.

La Madre Teresa nos encomendó la vivencia de la pobreza y el empeño en la caridad, tratando de llevar al Señor a los necesitados que tenemos más próximos, empezando desde nuestra propia casa. En una ocasión me dijo que no por atender a los más pobres íbamos a abandonar a la familia. Nos recomendaba fomentar la unión de la familia y hacer mucha oración en común.

¿Llevas poco tiempo en la Asociación?
Pues… ya han pasado 10 años. Recuerdo que una amiga me llevó a la casa de las hermanas, aquí en Madrid, y estuve atendiendo a una anciana enferma. Al finalizar la tarde aquella mujer me dijo: ¡No me abandones, no me abandones! Aquella noche no pude dormir porque no dejaba de escuchar su débil voz y así fue como me decidí a formar parte del Movimiento. Desde el principio la Madre Teresa nos decía que no éramos asistentes sociales, sino que en cada rostro viéramos al mismo Jesús, tratándole con el mismo cariño como si a Él se lo hiciéramos.

¿Y cómo responden los enfermos ante ese cariño?
Ellos son conscientes de esa fuerza y cambian, sonríen… ¡ya lo creo que cambian!, y al final de sus vidas piden recibir al Señor en la Eucaristía. Tenemos un ejemplo reciente en un enfermo que no quería saber nada de sacramentos, ni de la Iglesia, y ahora, al ver el amor de las Misioneras ha decidido confesarse y recibe al Señor todos los domingos. El otro día me comentó: ¿Tú sabes lo feliz que me siento ahora que estoy limpio? Y todo por la delicadeza de las Hermanas, por no cansarse de querer.

¿Cómo compagináis vuestra vida en medio del mundo con los ratos de oración y dedicación a los más pobres?
Empezamos por la mañana con los laudes, luego tenemos un rato de oración personal y la Eucaristía. Todos los lunes tenemos adoración delante del Señor durante una hora y media. Una vez al mes nuestro padre espiritual, don José Ramón, el párroco de san Fulgencio, nos da una meditación delante del Señor. Y así empezamos a buscar la llave de la santidad en el servicio de todos los días. Madre Teresa decía que la santidad es muy fácil, porque solamente consiste en cumplir la voluntad de Dios con una sonrisa. Mi tarea concreta en la asociación consiste en asistir a los enfermos de SIDA, y barrer, estar en la cocina, lo que sea… pero siempre con el Señor.

¿Hay muchos colaboradores jóvenes en el centro de las Hermanas?
La verdad es que sí. Hombre, los que vienen en plan de curiosidad duran poco, unos días y se van, porque si no se ama desde la Eucaristía nada se aprovecha. Aquí han venido muchas chicas que no tenían fe y han recibido una inmensa luz en el servicio a los enfermos. Tengo el caso de una amiga a quien se le había muerto el marido, y tenía unas depresiones tremendas. Yo le comentaba: Dedícate a los demás y ya verás cómo te irás olvidando de tus dolores. Hoy es la mujer más serena, con más alegría y paz que conozco. De Madre Teresa hemos aprendido que cualquier cosa que hacemos, cualquier sacrificio, todo cuanto nos sucede, ofrecido al Señor, puede mover el corazón de los hombres hacia la santidad.

¿Cuál sería el mejor homenaje que pudiéramos tributar a la Madre Teresa?
Yo creo que sería nuestra propia santidad, lo que ella tanto decía en sus intervenciones públicas. Cada uno en su sitio, el médico que realice su tarea con más amor, el barrendero con más amor, todos dispuestos a crear una civilización nueva, haciendo nuestras actividades cotidianas con una sonrisa.