«Le dije: Te quiero mucho, Dios te ama. Y murió muy feliz...» - Alfa y Omega

«Le dije: Te quiero mucho, Dios te ama. Y murió muy feliz...»

Han pasado dos años desde la muerte de la madre Teresa de Calcuta. Reproducimos algunos de los textos que recopiló el sacerdote albanés Lush Gjergji en su obra Madre Teresa

Redacción

Una mujer moribunda, al verla servir, amar, limpiar, abrazar, hizo esta pregunta a la Madre Teresa: ¿Pero tú, por qué lo haces?

La Madre Teresa le contestó: Porque te quiero mucho, porque Dios te ama. Y ella muy feliz, le dijo: Dilo una vez más, porque es la primera vez en mi vida que oigo estas palabras. La Madre Teresa comentó después: Y murió muy feliz, en paz pasó a la eternidad, se fue a la Casa del Padre.

El cuerpo humano puede estar deformado, destruido por el dolor, por la miseria, por la enfermedad, por la vejez, por la lepra…, pero no puede nunca perder la imagen de Dios, no reconocer en él a Cristo sufriente, dice la Madre Teresa.

Al iniciar en 1949 su misión, escribía en su Diario: Me siento en medio de un océano tempestuoso donde la nave de mi vida está naufragando… El Señor ha querido que yo fuese una monja religiosa libre para poder estar rodeada de pobreza y con la cruz. Hoy he tenido una buena lección: la pobreza de estos miserables es realmente difícil. Se necesitaría encontrar para ellos al menos un techo para poder ubicar a los más miserables. Para encontrarlo he caminado mucho, hasta perder las fuerzas. Ahora me tiemblan las piernas y las manos. Ahora comprendo mejor el dolor del cuerpo y del alma de los pobres entre los más pobres, sin techo, sin comida y sin cuidados… A menudo me acuerdo de las comodidades del convento de Loreto, es para mí una gran tentación… Pero ruego de esta manera:

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«Haz que yo pueda consolar, más que ser consolada; que pueda comprender, más que ser comprendida; que pueda amar, más que ser amada. Puesto que, sólo dando, se recibe; sólo olvidándose, se encuentra uno a sí mismo; sólo perdonando, se es perdonado, sólo muriendo se nace a la vida eterna».

Así es como recordaba la primera escuela que formó: Limpiaba a los niños que estaban siempre sucios. Para muchos era la primera vez que se lavaban en su vida. Les enseñaba higiene, urbanidad, religión y a leer. La tierra era mi pizarra. Los niños estaban muy contentos. Al principio eran sólo cinco, después el número creció. Aquellos que venían regularmente recibían un jabón como premio por su diligencia. A mediodía distribuían leche.

Hoy en aquel lugar hay una escuela moderna con más de cinco mil niños… Ésta es verdaderamente la mano de Dios.

Cuando recibió, en 1962, el premio Pamada Shir, de manos del presidente de la India, Radjendrah Prassal, declaró: La cruz más grande para mí es la popularidad, los premios nacionales e internacionales… Los acepto sólo por Jesús, en nombre de los pobres, por la gloria de Dios. Me es muy difícil moverme en estos ambientes políticos, diplomáticos… Entonces aprovecho la ocasión para hablar del amor de Dios hacia todos los hombres.