Nuestra comunidad no acompañará a los jóvenes a la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia. Pero les hemos despedido con el pañuelo del corazón al viento, les hemos dado una bendición, ánimos y un consejo: estad abiertos a tanta gracia que se va a derramar como un torrente en este lugar querido y que correrá como un río por toda Europa.
Se despedían llenos de esperanza. «Mi vida necesita un cambio»; «lo mejor que me ha sucedido en la vida es encontrarme con el Señor Jesús y con su Iglesia. Cracovia será un renovación de la alegría de la fe»; «voy de monitor. Ojalá muchos jóvenes descubran lo que yo descubrí hace años en Brasil…».
Otros se despedían con temor. Está aún muy reciente Niza, el miedo no tiene fronteras y el terrorismo, tampoco. Un padre animaba a sus hijas: «No temáis, partid con esperanza, con fe y confianza. Y, si pasara algo, nos vemos en el cielo. Al fin y al cabo, vais a Cracovia para ser testigos».
Una hermana de la comunidad había ido a casi todas las JMJ desde que tenía uso de razón. Yo preparé con los jóvenes las de Argentina, Santiago y París. Ahora llegan a la comunidad jóvenes que nacieron con la de Toronto o la de Sídney… Y pronto vendrán jóvenes que despertaron no solo a la fe sino a la llamada en esta de Cracovia.
Todas nos quedamos aquí, acompañando esta peregrinación de confianza desde la oración y el sí a Dios en la vida diaria, con una alegría serena pero radiante, porque Europa, la vieja Europa, va a recibir este río de juventud que le restará arrugas y pieles muertas, que le sacudirá la esclerosis y la parálisis que padece, que la hará bailar y moverse al ritmo de una danza que le recordará que el Evangelio y los discípulos del Señor la hicieron y construyeron.