Los abuelos también son para el verano - Alfa y Omega

Los abuelos también son para el verano

La familia no se agota en las relaciones entre padres e hijos. Ni mucho menos. Los abuelos también juegan un papel fundamental en la vida de los nietos, como transmisores de valores imperecederos y como inagotables fuentes de cariño; una riqueza que los padres no siempre saben valorar y que, con la llegada del verano, puede descubrirse o revitalizarse. Porque, además de actuar como esmerados canguros durante el curso, los abuelos también son para el verano

José Antonio Méndez

Abre los brazos y echa a correr con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Abuelito!, grita ensimismado. Y el abuelito lo levanta al vuelo con cierta agilidad y le besa, antes de preguntarle qué ha hecho hoy y cómo se ha portado con su hermano, de cuatro meses. Mariano sólo tiene tres años y medio, pero ya ha experimentado una de las vivencias que, según los expertos, más pueden marcar a un menor: la relación afectiva con sus abuelos. Su cara infantil, vivo espejo de la felicidad y de la confianza, es el mejor aval para quien afirma la importancia de que nietos y abuelos disfruten juntos. Esta escena familiar -cada vez más frecuente en España- abre la puerta a los niños a un pozo inagotable de cariño y de adquisición de valores que pueden acompañarlo de por vida; mientras que a los abuelos y a los padres les aporta una inmensa gratificación moral. Y aunque en los últimos años se ha incrementado el número de abuelos-niñera que cuidan de los nietos durante todo el curso mientras los hijos trabajan (uno de cada cuatro abuelos así lo hace), el verano es una ocasión perfecta para cultivar estas relaciones, que no sólo enriquecen a los más pequeños y a los más mayores, sino a toda la familia.

Los abuelos de Dios

Tan positiva y tan enriquecedora es la relación con los abuelos, que el mismo Dios quiso hacerse nieto. Así, la Tradición nos ha legado que los padres de la Virgen María, san Joaquín y santa Ana, tuvieron trato con Jesús, cuando era niño. Al menos, santa Ana. Y por eso, la Iglesia celebra la fiesta de ambos el 26 de julio. Las fuentes que nos han llegado de sus vidas son de notable antigüedad: las más antiguas se remontan al 150 d. C. y se basan en el apócrifo Protoevangelio de Santiago. Aunque la veracidad del Protoevangelio tiene considerables lagunas, el sensus fidei -que tan pocas veces se equivoca- ha mantenido viva la tradición de que ambos santos eran de Galilea (Séforis o Nazaret, probablemente) y vivieron piadosamente en Jerusalén. De hecho, hoy se conserva en la Ciudad Santa una iglesia en memoria de la madre de la Madre. Casados muy jóvenes, los años pasaban y el vientre de Ana parecía negarse a concebir. En cierta ocasión en que Joaquín acudió al templo, fue expulsado por no tener descendencia, y tanto él como su esposa elevaron sus súplicas al cielo para tener un hijo. Y el Padre, comprobada su virtud y su disponibilidad a cumplir los planes divinos, les honró con la paternidad de la Madre de Dios. No se sabe a ciencia cierta si san Joaquín llegó a conocer a Jesús, o si fue tras su muerte cuando Ana y su hija se trasladaron de nuevo a Nazaret. La Tradición ha conservado la imagen de santa Ana enseñando a leer las Escrituras a la Virgen niña, y, puesto que María concibió siendo muy joven, es casi seguro que santa Ana conoció a su nieto y ayudó a María en su cuidado. Lo que parece seguro es que la Santísima Trinidad amaba profundamente a este matrimonio, ejemplo de virtudes. Es razonable que el Padre, para quien ellos gestaron, cuidaron y educaron a su hija predilecta; el Hijo, a quien le dieron madre; y el Espíritu Santo, cuya esposa educaron en la obediencia al Señor, siguen hoy beneficiando a quienes se encomiendan a los abuelos del Hijo de Dios.

Foto: Abrazo de san Joaquín y santa Ana, de Juan de Juni

Testigos y riqueza de toda la familia

La importancia de los abuelos en la sociedad y, en particular, en el seno de la familia, ha sido subrayado en varias ocasiones por Benedicto XVI, que en el Encuentro Mundial de las Familias de Valencia no dudó en definirlos como «garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir», pues «dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias (…) y un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte».

También en su discurso ante la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, en 2008, el Papa recordó cómo, «en el pasado, los abuelos desempeñaban un papel importante en la vida y en el crecimiento de la familia. Incluso en edad avanzada, seguían estando presentes entre sus hijos, con sus nietos y, a veces, entre sus bisnietos, dando un testimonio vivo de solicitud, sacrificio y entrega diaria sin reservas». El Papa lamentaba entonces que, hoy, «muchos abuelos se han encontrado en una especie de zona de aparcamiento», y, por eso, Benedicto XVI reclamó que «los abuelos deben seguir siendo testigos de unidad, de valores basados en la fidelidad a un único amor que suscita la fe y la alegría de vivir».

Las palabras del Papa no eran una retórica bienintencionada. Doña Elena Núñez, psicóloga especializada en atención a menores, explica que, al mantener el contacto, «los nietos ven en sus abuelos el hilo conductor de la vida de la familia. Al ver a nuestros abuelos, entendemos cómo han sido educados nuestros padres y, en buena medida, cómo y por qué hemos sido nosotros educados de una forma u otra. Los abuelos transmiten valores como el respeto, la serenidad, la importancia del trabajo y del esfuerzo, y, sobre todo, el cariño». Núñez asegura que «la educación que transmiten los padres conlleva refuerzos positivos, y también la imposición de unas limitaciones. Sin embargo, la autoridad de los abuelos viene dada porque nos quieren, no por los límites que marcan». Es decir, por su testimonio: «Las generaciones que nos preceden -afirma la psicóloga- han trabajado más a lo largo de su vida, dan importancia a la familia nuclear extensa y, aunque no tengan muchos conocimientos teóricos, su sabiduría viene de la experiencia. Y esto los nietos lo perciben casi inconscientemente. Al ver las diferencias entre las generaciones, nos damos cuenta de qué valores permanecen porque son buenos».

Y de nuevo… la crisis como oportunidad

También don Ignacio García Juliá, Director General del Foro Español de la Familia, pone en alza el papel de los abuelos en la familia, y explica cómo, también aquí, las consecuencias de la crisis actual pueden redundar en un gran beneficio. «La crisis, el paro y el aumento del número de rupturas -asegura- ha hecho que muchos padres con hijos tengan que volver a casa de los abuelos, llevando consigo a los nietos. Cada vez nos llegan más casos de estas reagrupaciones familiares, que pueden ser enriquecedoras, sobre todo para los nietos. Los abuelos transmiten enseñanzas que los padres, por ocupaciones y preocupaciones, no siempre pueden o saben hacer llegar a los hijos», asegura. García Juliá aclara que, «por eso, no es bueno ni prescindir de los abuelos, ni cargarles en exceso la educación de los hijos; no son canguros. Mientras los padres tienen que exigir, por ejemplo, que no se llegue tarde a casa, los abuelos pueden decir al nieto: Hijo, no vengas tarde, que veo a tu madre muy preocupada, y no se merece eso…; o aconsejarle, si es más pequeño: Haz caso a tus padres y no comas tal cosa, que te lo dicen porque te quieren y saben que te sentará mal».

No hay que abusar de los mayores

La relación entre abuelos y nietos es sumamente rica para ambos. Sin embargo, el riesgo de abusar de la paciencia y del cariño de nuestros mayores puede pasar factura a las relaciones familiares. El pediatra Gianni Astei y su mujer Antonella Bevere, homeópata, son autores del libro Los errores de papá y mamá (ed. Rialp), en el que alertan, precisamente, del riesgo de abusar de los abuelos. «Los abuelos suponen un gran recurso en el cuidado del niño. Su ayuda resulta realmente valiosa. Animados por un gran espíritu de colaboración, proporcionan a los padres oportunidades que, sin ellos, serían, si no imposibles, sí al menos de problemática actuación», reconocen. Además, explican cómo hoy, «en general, se llega a la edad de jubilación en buenas condiciones de salud, y la relativa disponibilidad de tiempo permite dedicarlo a los nietos. Se hace con la actitud típica de los abuelos, caracterizada por una gran comprensión y generosidad con los nietecitos». Sin embargo, alertan de que «los abuelos pueden colaborar, pero no les pidamos demasiado: también ellos, ahora que gozan de más tiempo, deben poder vivir tranquilos. Un error que hay que evitar absolutamente consiste en utilizar a los abuelos, aun de forma inconsciente, a modo de niñeras o canguros. De ahí que, cuando se presentan en casa para cuidar a los niños en ausencia nuestra, no debamos impartirles instrucciones codificadas, imperativas, para las que les exigimos escrupuloso respeto. Por el contrario, el tono debe ser coloquial, caracterizado por la delicadeza, por el reconocimiento de sus cualidades y, muy importante, por la gratitud». Y terminan: «Los abuelos se muestran habitualmente dispuestos a estar con el niño. Lo hacen con auténtico placer, porque lo quieren y ven en él la continuidad». Razón de más para mostrarles nuestro agradecimiento, sin abusar de ellos. Porque, como enseñan los abuelos, «es de bien nacidos ser agradecidos».

Unas vacaciones inolvidables

Más allá de los beneficios prácticos de la presencia de los abuelos -los padres tienen más tiempo libre, no hay que gastar dinero en una cuidadora, los nietos reciben valores imperecederos…-, la psicóloga Elena Núñez aporta una razón vital para pasar tiempo con ellos durante este verano: «Pasar tiempo con ellos merece la pena por el mero hecho de su compañía. Querer y respetar a nuestros mayores -sean o no nuestros abuelos- es una cuestión de justicia. Muchos han vivido una guerra o una posguerra, y sin embargo, lo que con tanto esfuerzo han alcanzado, nos lo dan con total generosidad, porque nos quieren. Eso es un testimonio de gratitud impresionante en una época muy egoísta. Los abuelos sienten muchísima satisfacción al ver el fruto de su cariño, al ver que sus hijos educan a sus nietos con pautas que ellos iniciaron. Y los padres, de los nietos aprenden que no hay nada tan enriquecedor como vivir en familia. Ni la tecnología, ni el ocio, ni el descanso, ni los viajes, ni salir por la noche…, nada se puede comparar a la riqueza afectiva y psicológica que recibimos al pasar tiempo con los abuelos. A veces implica sacrificar planes, pero merece la pena, porque, durante el curso, no podemos dedicarles tanto tiempo. Así que, con su permiso, me voy con mis abuelos, que me están esperando con mis padres, hermanos, tíos y primos, para subir al funicular de Fuente Dé…».