Frente al terrorismo, humanidad - Alfa y Omega

Frente al terrorismo, humanidad

No basta con repetir que el islam es una religión de paz. Hoy más que nunca hace falta en Europa un diálogo en profundidad

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Foto: AFP Photo/Anne-Christine Poujoulat

El terrorismo ha golpeado Francia por tercera vez en año y medio. Calificar la matanza de islamista resulta problemático, habida cuenta de que el autor material no se caracterizaba precisamente por el cumplimiento de los preceptos religiosos, pero la invocación al Corán en este y otros atentados exige abordar de frente el asunto, junto a la capacidad del yihadismo por atraer a jóvenes nacidos o socializados en Europa, que aunque sean de origen inmigrante, no necesariamente provienen de contextos de marginalidad. Lo que es incuestionable es el conflicto de identidad personal en el terrorista. A su vez los atentados acrecientan las divisiones entre grupos sociales allí donde existen conflictos sin resolver. Son fracturas que no se solucionan apelando simplemente a la unidad de los demócratas o a unos valores cívicos comunes, que por supuesto son necesarios. Pero ni la población de los guetos de mayoría musulmana se siente interpelada por ese discurso, ni tampoco buena parte de la opinión pública francesa o europea, que se ha dejado seducir por el populismo xenófobo, con sus recetas perversas pero simples y comprensibles para todos.

Frente atentados como el de Niza, debe prevalecer el elemento humano, sin censuras, con todas las preguntas difíciles e incómodas que suscita el brutal asesinato de más de 80 personas, aún más incomprensible cuando muchas de las víctimas son niños. El problema es que el laicismo ha mutilado la capacidad de un diálogo en profundidad que hoy resulta más necesario que nunca. Porque no basta con repetir que el islam es una religión de paz. Es necesario acercarse a las personas musulmanas para comprender sus problemas y su visión del mundo, para entender por qué algunos de sus jóvenes perciben con hostilidad al resto de la nación. Para pedirles también un esfuerzo adicional en la deslegitimación del terror. Y para eso hace falta un contacto humano que comienza por llorar a los muertos juntos, cristianos, musulmanes o agnósticos. Sin temor, en nuestro caso, a hablarles del consuelo que para un cristiano aporta la certeza de que el odio y la muerte no tienen la última palabra, y sin miedo tampoco a escuchar lo que el otro quiera o tenga que decirnos.