Conclusión - Alfa y Omega

Conclusión

Ofrecemos a nuestros lectores el texto íntegro de la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo. Firmada el 31 de mayo de 2004, fiesta de la Visitación de la Virgen María, por el cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y por el Secretario, monseñor Angelo Amato, el Sumo Pontífice Juan Pablo II la aprobó en audiencia concedida al cardenal Ratzinger y ordenó que fuera publicada

Colaborador
Cristo resucitado se aparece a María Magdalena: «Noli me tangere» (detalle). Duccio di Buoninsegna. Museo della Opera del Duomo, Siena

Conclusión

17. En Jesucristo se han hecho nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). La renovación de la gracia, sin embargo, no es posible sin la conversión del corazón. Mirando a Jesús y confesándolo como Señor, se trata de reconocer el camino del amor vencedor del pecado, que Él propone a sus discípulos.

Así, la relación del hombre con la mujer se transforma, y la triple concupiscencia de la que habla la primera Carta de san Juan (cf. 1 Jn 2, 15-17) cesa su destructiva influencia. Se debe recibir el testimonio de la vida de las mujeres como revelación de valores, sin los cuales la Humanidad se cerraría en la autosuficiencia, en los sueños de poder y en el drama de la violencia. También la mujer, por su parte, tiene que dejarse convertir, y reconocer los valores singulares y de gran eficacia de amor por el otro del que su femineidad es portadora. En ambos casos, se trata de la conversión de la Humanidad a Dios, a fin de que tanto el hombre como la mujer conozcan a Dios como a su ayuda, como Creador lleno de ternura y como Redentor que «amó tanto al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3, 16).

Una tal conversión no puede verificarse sin la humilde oración para recibir de Dios aquella transparencia de mirada que permite reconocer el propio pecado y, al mismo tiempo, la gracia que lo sana. De modo particular se debe implorar la intercesión de la Virgen María, mujer según el corazón de Dios -«Bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42)-, elegida para revelar a la Humanidad, hombres y mujeres, el camino del amor. Solamente así puede emerger en cada hombre y en cada mujer, según su propia gracia, aquella imagen de Dios, que es la efigie santa con la que están sellados (cf. Gn 1, 27). Sólo así puede ser redescubierto el camino de la paz y del estupor, del que es testigo la tradición bíblica en los versículos del Cantar de los cantares, donde cuerpos y corazones celebran un mismo júbilo.

Ciertamente, la Iglesia conoce la fuerza del pecado, que obra en los individuos y en las sociedades, y que a veces llevaría a desesperar de la bondad de la pareja humana. Pero, por su fe en Cristo crucificado y resucitado, la Iglesia conoce aún más la fuerza del perdón y del don de sí, a pesar de toda herida e injusticia. La paz y la maravilla que la Iglesia muestra con confianza a los hombres y mujeres de hoy son la misma paz y maravilla del jardín de la Resurrección, que ha iluminado nuestro mundo y toda su historia con la revelación de que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16).

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al infrascrito cardenal Prefecto, ha aprobado la presente Carta, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sea publicada.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 31 de mayo de 2004, Fiesta de la Visitación de la Beata Virgen María.

+ Joseph Card. Ratzinger
Prefecto

+ Angelo Amato, SDB
Arzobispo titular de Sila. Secretario